El titular de este artículo no contiene ningún gancho falso ni pretende ser frívolo, sino precisamente lo contrario: si miras a tu alrededor, es mucho más probable encontrarte con alguien que alguna vez haya rascado algo en la lotería que con alguien que se haya leído y acabado los dieciocho capítulos de Ulises, la obra maestra de James Joyce. A un servidor no le ha tocado nunca ni un triste reintegro, lo reconozco, pero tampoco he sido capaz de tragarme las casi mil páginas de la novela que ha levantado más suspicacias en toda la historia: la adoras con fuerza o la odias con voluntad. La defiendes con argumentos o la detestas sin necesidad de argumentar nada. La abrazas con paciencia o te escupe deprisa, sin piedad.

James Joyce Ulysses 1st Edition 1922 GB

Primer plano de una de las primeras ediciones de Ulises, lo que buenamente se conoce como un tocho / Viquipèdia Commons

¿Por qué, sin embargo, para alguien de letras leer el Ulises es una especie de obligación moral? Yo fui capaz de leer seis capítulos cuando tenía veinte años, y este año he soportado leerme dos más, pero tanto entonces como ahora he confirmado que Ulises no se lee, sino que se sufre. Disfrutar de su lectura es tan difícil como fácil es abandonarla, por eso seguramente tú tampoco te hayas visto nunca con ánimos de emprender la aventura joyciana y posiblemente por este motivo es prácticamente imposible ver a alguien en el tren o en el avión emulando a Marylin Monroe leyendo el novelón de mil páginas, pero en cambio hay en cada estación de metro una parada de la ONCE. Lo más curioso, sin embargo, es que las dos cosas tienen en común lo mismo: la fe, ya que para disfrutar de Ulises dicen que hay que tener paciencia y fe, la misma que tiene mi madre jugando desde hace cuarenta y siete años a un número acabado en 6 en la lotería de Navidad.

La narrativa de Ulises plasma un mundo inconexo, ya que la vida moderna no es una sucesión lineal de planteamiento-nudo-desenlace, sino de caos e incomprensión

También Joyce, dicen, tuvo paciencia y fe. Durante más de siete años estuvo escribiendo su magna obra mientras trampeaba trabajos precarios y poco motivadores, redactando de noche las páginas de un libro por el cual la gente de su entorno no daba un duro, seguramente porque sus páginas tienen la misma coherencia discursiva que la de un pobre hombre de mi pueblo que paseaba por las calles con un embudo en la cabeza diciendo frases inconexas y llenas de palabras inventadas. Mi abuela decía que aquel señor vivía en un mundo hermético y que "la vida le había hecho naufragar". Quizás la narrativa de Ulises representa este mundo, ya que la vida moderna no es una sucesión lineal de planteamiento-nudo-desenlace, sino de caos e incomprensión. Leopold Bloom es un náufrago, pero Joyce, su creador, no se ahogó. Tuvo perseverancia y convicción, y acabó escribiendo los dieciocho capítulos que "cambiaron para siempre la historia de la literatura universal".

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James Joyce leyendo un diario con James Joyce leyendo un diario en la portada, todo muy caótico, como Ulises / Viquipèdia Commons

Esta sentencia nos la dijo en primero de carrera un profesor de Teoría de la Literatura a la UAB, motivo por el cual aquella tarde la mitad de la clase corrimos a comprarnos Ulises casi por imperativo humanístico en el Abacus de la Plaça Cívica, que debió agotar las existencias del libro. Éramos jóvenes, éramos ilusos y con Ulises en las manos nos sentíamos más cerca de acabar algún día en una barra de bar afirmando en una primera cita que "sí, claro, yo he leído Ulises" o de ocupar quién sabe cuándo una columna en la prensa, de esas con foto de autor con aire de dandy, desgranando la importancia de la novela por las innovaciones técnicas que aportó a la literatura: que si la libertad creativa, que si los juegos de palabras, que si el uso de un espacio narrativo temporal único, que si el monólogo interior, etc. Fracasamos en nuestra fantasía, sin embargo. No éramos conscientes de que, en realidad, Ulises es un libro al cual uno no puede asomarse de golpe, sin preparación previa y sin mapa, por eso al día siguiente más de la mitad ya habían abandonado la lectura.

Yo intenté aguantar un poco más, por orgullo y más fatigado que cuando aguantaba en la course navette cuando el profesor decía que a partir de 10 ya ponía el excelente pero yo intentaba llegar a 12 o 14. En el capítulo 6 decidí abandonar, comprendiendo que Joyce había escrito, más que un libro, una carrera de fondo. Un ascenso a una gran cumbre. Una maratón, en definitiva, a la cual no puedes presentarte sin haber entrenado antes. A pesar de esta evidencia tan poco comercial, la industria editorial sigue apostando fuerte por la que debe ser la novela menos recomendada de la historia, y ahora mismo, en febrero de 2022, en el que se cumplen cien años de su publicación, es posible encontrar hasta cuatro ediciones diferentes del libro en castellano y dos en catalán; en castellano, tres de ellas nuevas y con una edición incluso ilustrada. Pero nada, lasciate ogni speranza: Ulises no entra ni con dibujitos. Ulises reclama un sherpa, por eso el problema es que sólo las ediciones de Lumen en castellano ―con prólogo y notas de Andreu Jaume― y la de Funambulista en catalán ―con traducción, prólogo y notas de Carles Llorach-Freixes― contienen el mapa necesario para llegar vivos al destino final, ya que para leer a Ulises hay que tener fe, pero para disfrutar de la lectura hay que tener la ayuda externa de alguien. En este sentido, el mejor Virgilio posible es Richard Ellmann y su monumental biografía James Joyce, publicada en Anagrama. Comprarla antes de aventurarse a Ulises es tan necesario y práctico como ir al Decathlon antes de apuntarse al gimnasio y decidir cumplir los propósitos de año nuevo.

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Lectores entregadísimos de Ulises a quienes nunca les ha tocado la lotería celebrando el Bloomsday en Dublín / Viquipèdia Commons

Nada de todo eso nos debería sorprender, pensándolo bien. Que Ulises tome por título la historia de un héroe que vive una odisea para llegar a su destino es la mejor declaración de intenciones que podía hacer Joyce, ya que igual que le pasa a Ulises en el poema de Homero o a Leopold Bloom aquel 16 de junio de 1904 en Dublín, también nosotros, como lectores, nos sentimos perdidos ante la novela si nos enfrentamos a ella en pelotas: ya se sabe, sin astrolabio, cualquier travesía se convierte en un naufragio. Somos tantos los que hemos naufragado en esta aventura, que incluso el Concise Cambridge History of English Literature afirmó hace años que "nadie leerá nunca a Ulises, ni siquiera si se regalan ejemplares en las esquinas". Por fortuna de Joyce, su gran libro tiene un precio, un valor y un prestigio que nunca tendrá nada que se considere gratuito, pero por desgracia suya, un elevadísimo tanto por ciento de la sociedad prefiere gastarse 20 euros en un décimo de lotería que no en una novela que todo el mundo considera difícil, quizás porque creer en el azar es siempre más cómodo que esforzarse en creer en uno mismo.