The Walking Dead se arrastra por la televisión igual que uno de las muertes vivientes que han causado la vida imposible a sus protagonistas a lo largo de once años. Todavía no está muerta del todo, porque la Fox estrena hoy la segunda parte de la última temporada, que tendrá una tercera, pero tampoco está muy viva si nos fijamos en la caída en picado de las audiencias y en la poca repercusión mediática. De alguna manera, la serie es como un abuelo que camina entre jóvenes a quien ya nadie le hace caso, porque las nuevas generaciones de series funcionan de otra manera y casi no quedan ficciones extensas de temporadas tan largas. Ahora el ritmo es frenético, y The Walking Dead ya es demasiado mayor.

Alargar por intereses económicos

Que la serie creada por Frank Darabont habría tenido que morir ya hace años es una evidencia a los ojos de todo el mundo. En la quinta temporada, la serie llegaba a los 17 millones de espectadores en la cadena por cable. El estreno de la última tuvo 3,2. Y, si bien es cierto que el crecimiento de las plataformas no ayuda, no deja de ser una diferencia abismal a la que se ha llegado poco a poco para no querer acabar antes.

Detrás de esta decisión, evidentemente, se esconden intereses económicos. The Walking Dead es una franquicia que se intenta explotar al máximo gracias a su éxito inicial, y lo hemos visto con la creación de spin-offs como Fear the Walking Dead, The Walking Dead: World Beyond o la inminente Tales of the Walking Dead. El dinero es el dinero, y por eso hay tantas series que hacen secuelas y alargan la serie a tope. La casa de papel, por ejemplo, no necesitaba, narrativamente, un segundo atraco, de calidad inferior al anterior, ni tampoco un spin-off para un personaje gastado como Berlín, pero se quería explotar la marca. Ahora bien, en este caso estamos hablando de una ficción de cinco temporadas, y si ya nos parece demasiado larga es porque alguna cosa ha cambiado.

El final de una época

Es precisamente Netflix, como plataforma en streaming más influyente, quien ha liderado esta nueva tendencia de hacer las series más cortas. La mayoría de producciones de la plataforma, por mucho que funcionen, no pasan de las tres temporadas (Dark, Narcos, After Life...) y si se convierten en un fenómeno cultural absoluto, pueden llegar a tener cinco, como la misma La casa de papel o Stranger Things, que anunciaba su final la semana pasada.

Casa de papel
La casa de papel acabó el pasado diciembre. / Netflix

Excepciones encontraréis unas cuantas - The Crown o Peaky Blinders llegarán a tener seis -, pero de miniseries de una sola temporada, muchísimas más. Sólo hay que fijarse en algunos de los fenómenos más aclamados de los últimos dos años: Gambito de dama, El colapso, Antidisiturbios, Normal People, Mare of Easttown, La asistenta o El juego del calamar (que si tiene una segunda temporada será porque un éxito así era demasiado goloso para no explotar). La época de las once temporadas de 24 capítulos cada una ha llegado al final. Las plataformas quieren que el espectador devore una serie y empiece la siguiente, y este ha perdido la costumbre de dedicarle mucho tiempo a una sola ficción. El consumo se ha acelerado. Y ahora se han acabado las ocho temporadas de Homeland, las once de Shameless o las ocho de Juego de Tronos y sólo queda un muerto viviente arrastrándose en este contexto frenético, The Walking Dead, que este año morirá del todo.