El asesino sin rostro, serie documental de seis episodios estrenada en HBO, se basa en el libro homónimo (editado aquí por RBA) que recoge la exhaustiva investigación de la periodista Michelle McNamara para identificar un asesino y violador que actuó en California durante los años 70 y 80. Un buen día el psicópata, muy metódico tanto en el seguimiento de las víctimas como en la ejecución de sus asaltos, desapareció sin dejar rastro, y McNamara se obsesionó con su captura hasta que murió, el año 2016, por una sobredosis accidental.

Si El asesino sin rostro es, de entrada, un true crime diferente de los que se acostumbran a ver en las plataformas es justamente por la personalidad de McNamara y la voluntad de todos los implicados (desde la creadora Liz Garbus hasta el marido de la periodista, el actor Patton Oswalt) para hacer justicia a su legado: la aproximación que se hace a la protagonista y sus claroscuros, a sus motivaciones y las renuncias que se derivaban, configuran un paisaje humano que aleja el resultado de la simple exposición de un caso y su resolución. En muchos aspectos, McNamara se acaba erigiendo en la perfecta metáfora del papel del espectador ante aquellas cosas que suceden a su alrededor y que, le guste o no, lo interpelan. Lo que pasó en California no corresponde sólo a un tiempo y a un lugar. Es una lacra, la impunidad, que prevalece y sigue pasando al lado de casa.

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El escenario de un crimen de la serie documental El asesino sin rostro. Foto: HBO

Homenaje y denuncia

La serie es espléndida porque no se limita al retrato del demiurgo (con voz de Amy Ryan cuándo se evocan sus textos) sino que el relato profundiza en muchos más frentes. Por una parte, es un homenaje a víctimas y supervivientes, a las cuales se da voz sin recurrir a grandes artificios de montaje. Todos los testimonios son aterradores, y su atención al detalle es terrorífica. A menudo, como la entrevista a un matrimonio en que ella lo rememora todo con precisión y él ha preferido olvidarlo, son las miradas y los silencios los que resultan profundamente perturbadores, porque hacen visible un estropicio emocional imposible de reparar. Por otra parte, funciona también como denuncia de la insistencia a minimizar los crímenes sexuales, haciendo que las víctimas sientan que no se las escucha y vertiéndolas a un estigma que ahora, décadas después de los hechos que se documentan en libro y serie, todavía persiste a nuestra sociedad.

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La serie El asesino sin rostro es un homenaje a víctimas y supervivientes. Foto: HBO

Y finalmente El asesino sin rostro también es la brillante crónica de una obsesión que cristalizó en horas y horas de investigaciones intempestivas y recolección de datos que, al final, dieron sus frutos. McNamara no llegó a verlos y la serie vendría a ser un sentido agradecimiento de los suyos y de todas aquellas personas que ella ha ayudado a que duerman más tranquilas. Pero igualmente, entre reconstrucciones de hechos y deducciones nocturnas, la serie te impregna de tristeza porque es, en esencia, un retrato sobre la pérdida. En eso también es un true crime alejado de los tópicos: no hay un uso mórbido o tendencioso del dolor, sino que te lo muestre con una naturalidad desarmante. Por eso acabas metiéndote tanto y acabas entendiendo tan bien el viaje de McNamara.