Una mañana la Santa Fortuna llama a tu casa. El 17, el 4, el 38, el 19, el 7 y el 15. Espera un momento, el número complementario, también el 22. Y tú quizás en aquel instante no sabes exactamente cómo es la Santa Fortuna. Te la has imaginado de mil maneras, incluso el tacto de la ropa, la profundidad de la voz, de qué color debe tener los ojos. Y no, no tiene nada que ver con lo que imaginabas. Esta deidad es muy ridícula, pero te mira desde la puerta, de una manera como nadie más ha osado hacerlo. Y te vuelve a decir los números al oído, y sí, los reconoces, son los mismos que brillan en la pantalla del televisor porque te han tocado cuatro millones. Lo repites en voz alta. Cuatro millones, como si fuera un conjuro.
Todos tenemos necesidades
Pronto lo sabrá todo el pueblo, saldrás en las noticias, tu rostro iluminará la pantalla que ahora ilumina la Santa Fortuna. ¿Y qué has de hacer? Vestirte. Ir al banco y pedir hora. Y entonces vendrá la Estúpida Alegría. Y te aviso de que es estúpida porque es una alegría que viene poco y se va siempre. Tiene cosas más importantes que hacer. Se ducha poco y exagera. Cuando pises la calle todo el mundo, —escúchame bien— te felicitará, lo harán con una mezcla de envidia y malos augurios que no podrás soportar, pero tú disimula, te lo sabes de memoria, haz así con los labios y sonríe.
La mitad de tu Santa Fortuna se marchará en forma de impuestos porque somos una sociedad que vela por los más necesitados, te convences cuando caminas por según qué barrios. Después aparecerán los amigos en forma de favores. Es un momento crucial porque la Estúpida Alegría habrá huido sin despedirse y tendrás a un palmo de la nariz la Necesidad más cercana. Todos tenemos necesidades, ya lo sé, de tamaños y de urgencias diferentes. Aquella hipoteca, una deuda, unos cuantos dineros para abrir un negocio… No quieres que siga con la enumeración porque también puedes recitarla.
Y claro que serás una buena persona. Te han educado así. Y a tu hermana, de regalo, unos cuantos dineros. Y para tus padres un pisito, y así no hace falta que vivan de alquiler. Avalarás a unos colegas y tú también te comprarás un coche de puta madre que hace tiempo que quieres, pero dices que necesitas. Y cuando entres en el bar, invitarás a todo el mundo. Manos arriba, esto es un aplauso. Y si vamos a cenar también. Y todos aquellos favores que te tenían que devolver irán desapareciendo como los números dichos al oído de la Santa Fortuna.
Pasarán los años, mirarás los intereses que te ha generado todo junto y te da un poco de vergüenza reconocerlo, pero son ridículos. Tienes más deudas que certezas. No dirás nada a nadie, vaguearás por las calles de noche, pedirás un cigarro, harás que no con la cabeza. Y cuando se haga de día, quizás tengas un rincón tranquilo entre cartones junto al fuego y contarás entusiasmado la mañana en que vino a buscarte la Santa Fortuna.