Tarragona, 14 de mayo de 1129. Hacía escasamente trece años (1116) que Ramon Berenguer III, conde independiente de Barcelona, había recuperado el dominio sobre una ciudad que, desde la conquista árabe (716) "era desierta y sin inquilinos". La antigua Tarraco romana y Tarracona visigótica (que había sido la gran ciudad del cuadrante nordoriental peninsular) era, en aquellos momentos, una caótica acumulación de monumentales edificios en ruinas. Y el obispo Oleguer de Barcelona, nombrado arzobispo de Tarragona, se sentía incapaz de garantizar la mínima seguridad necesaria para estimular la repoblación de la ciudad y la restauración efectiva de la sede archidiocesana.

Oleguer de Barcelona

La lucha para la independencia eclesiástica (disponer de un arzobispado propio), hoy nos puede parecer una tontería. Pero en aquella época; tenía mucha importancia. La Iglesia era la tercera pata del poder. Y en aquel contexto, depender eclesiásticamente de la sede francesa de Narbona significaba que una parte muy importante de los recursos fiscales catalanes era administrada desde el exterior y se destinaban -en muchas ocasiones- a intereses totalmente contrarios al poder independiente del país. Por lo tanto, la recuperación de Tarragona y la restauración de la antigua sede archidiocesana, representó un gran triunfo político para Ramon Berenguer III y un reto impresionante para el obispo Oleguer.

Ramon Berenguer III. Fuente Rollo de Poblet

Ramon Berenguer III. Fuente: Rollo de Poblet

¿Quién era Robert d'Aguiló?

Robert d'Aguiló (originariamente Robert d'Aculley) era un señor de la guerra (jefe de un host propio que combatía por el mejor postor); nacido en el ducado de la Normandía (en el noroeste del reino Francia). Aguiló era descendiente de la conquista vikinga de Normandía (siglo IX); la de los míticos Ragnar Lodbrok y Rol·lo Ganger; y era un producto de aquella sociedad de tradición y cultura escandinava; pero pasados dos siglos largos, en la orbita política del reino de Francia. Los Aculley (los padres y los abuelos de Robert) no tenían grandes recursos económicos, pero exhibían un pedigrí vikingo incontestable y conservaban buenas relaciones con parientes muy bien situados.

Mapa de los condados independientes catalanes en la época de Robert d'Aguiló. Font Enciclopedia

Mapa de los condados independientes catalanes en la época de Robert d'Aguiló. Fuente: Enciclopedia

Ramon Berenguer III y Robert d'Aguiló

Unos de estos parientes eran los Hauteville, normandos de origen vikingo que poco antes se habían apoderado de la punta de la bota italiana. Precisamente, Mafalda de Apulia de esta estirpe de vikingos calabreses, era esposa de Ramon Berenguer II y madre de Ramon Berenguer III. Por lo tanto, Aguiló y el conde independiente de Barcelona, eran parientes. Un detalle muy importante para explicar tanto la aparición en escena de Robert en Tarragona, como el desenlace de la historia. Las fuentes documentales confirman que Aguiló y su host habían participado activamente, como mercenarios, en la empresa conquistadora de la ciudad y del Campo de Tarragona (1116).

Mapa de las posesiones normandas hacia 1130. Fuente Wikipedia France

Mapa de las posesiones normandas hacia 1130. Fuente: Wikipedia France

Oleguer y Robert d'Aguiló

La experiencia que atesoraba, la relación de parentesco con la familia condal; y la fuerza expeditiva de su host; fueron las virtudes que Oleguer vio en Robert d'Aguiló para encomendarle la misión de organizar y controlar la repoblación de la ciudad y Campo de Tarragona. Oleguer y Aguiló pactaron el dominio directo del vikingo sobre la práctica totalidad de Tarragona y sobre los rendimientos tributarios que tenía que generar la ciudad y la comarca. Oleguer -y Ramon Berenguer III- invistieron el vikingo Aguiló, Príncipe de Tarragona; con una elevada autonomía política y militar; pero sujeto al vasallaje (al reconocimiento de la autoridad) de los condes independientes de Barcelona.

El vikingo Aguiló, amo y señor de Tarragona

Durante el gobierno pastoral del arzobispo Oleguer (1118-1137) y de sus sucesores Gregori (1143-1146) y Bernat (1146-1163); el vikingo Aguiló cumplió sobradamente la tarea que se le había contagiado: promovió con generosos estímulos la repoblación de Tarragona; y organizó y dirigió con mano de hierro el establecimiento de aquella primera sociedad. Durante treinta y cuatro años (1129-1163), Robert fue la primera autoridad de la ciudad y del territorio; e incluso se puede decir que la única por el prolongado absentismo de los tres primeros arzobispos. Pero con el nombramiento del cuarto, Hug de Cervelló, el reinado del vikingo se acabó. Cervelló le declaró la guerra por el control de Tarragona.

Fragmento del Tapis de Bayeaux. Campesinos trabajando. Font Centre Guillaume le Conquerant. Museo de Bayeaux

Fragmento del Tapizo de Bayeaux. Campesinos trabajando. Fuente: Centre Guillaume le Conquerant. Museo de Bayeaux

La guerra de Tarragona

Desde la llegada de Cervelló; la, entonces, pequeña ciudad de Tarragona (no debió tener más de 1.000 habitantes) se convirtió en un campo de batalla urbano. Vecinos partidarios de Cervelló contra vecinos partidarios de Aguiló, agrupados en unas curiosas tramas de lealtades personales y familiares que iban mucho más allá de la cuestión ideológica. Una guerra urbana que se saldó con docenas de muertes. En plena espiral de violencia, Cervelló ordenó el asesinato de uno de los hijos de Aguiló. Y poco después (22/04/1171), el vikingo y sus hijos entraban en la pequeña Catedral primigenia y, en plena celebración de la misa dominical, degollaban al arzobispo encima del altar.

El fin del Principado de Tarragona

No hay que hacer grandes esfuerzos para imaginar la cara de Ramon Berenguer III cuando le explicaron que sus parientes de Tarragona habían degollado al arzobispo en pleno oficio religioso. Fuera la que fuera, lo resolvió de la manera más salomónica que supo: se ahorró ejecutar los Aguiló, y los procuró una discreta huida al reino musulmán de Mallorca. Y en contrapartida entregó el poder que habían ostentado (el título, no) al nuevo arzobispo Guillem de Torroja. Con la desaparición de los Aguiló, desaparecía también, la posibilidad de que Tarragona hubiera evolucionado hacia una forma política que lo habría podido convertir en la Andorra del Mediterráneo o en la Mónaco de la costa catalana.