Martes 28. El presidente del Gobierno español anuncia una inversión de 4.200 millones destinados a Catalunya. Una bonita manera de manifestar que el Estado español no ha invertido en Catalunya en años. Por no decir siglos. Cuando menos de una manera proporcional a la aportación catalana a las arcas públicas españolas. Y sospechosamente interesada. Cuando menos por el contexto del momento. La sociedad catalana, en más de un 77%, reclama un referéndum para decidir el futuro político del país. Las cancillerías europeas observan con preocupación el déficit democrático del Estado español. Y las grandes corporaciones invierten sin miedo de que Catalunya pueda quedar "suspendida en el espacio sideral". El anuncio de Rajoy -las falsas promesas las carga el diablo- tiene un componente de confesión -las balanzas fiscales- y un propósito político -detener el inevitable referéndum. Una maniobra torpe con perfume de engaño: 4.200 millones no son ni la cuarta parte del déficit fiscal anual de Catalunya. Son el precio de la compra de un puñado de conciencias. El caciquismo hispánico.

 

El cliente, la meretriz y la 'palanganera'

 

Ni Mariano Rajoy ni Soraya Sáenz de Santamaría pasarán a la historia por ser los inventores del fenómeno -convertido en institución política y cultural- del caciquismo. Es probable que no pasen a la historia por absolutamente nada más que por lo que se recuerda a Cánovas, Sagasta y Azcárraga -presidentes de los ejecutivos españoles durante la crisis y la independencia de Cuba, Filipinas y Puerto Rico-. Como tampoco pasarán a la historia -a la pequeña historia de la prensa- ciertos medios informativos de la cuerda gubernamental que se prestaron, como siempre, a la maniobra. En el Camp de Tarragona se utiliza una curiosa expresión: palanganera, referida a las entrañables domésticas de las casas de citas. En la cuestión de los 4.200 millones, queda manifiesto de forma patente quien pretende interpretar el papel de cliente, a quien le toca jugar el papel de meretriz, y quien se presta al papel de palanganera. ¿Todo -aliñado y emplatado- después de las recientes declaraciones (confesiones, tal vez?) del ex-ministro Margallo. "Puta Cataluña" tampoco lo inventaron los Ultra sur.

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La fabricación del fenómeno

 

Dicho esto, queda claro que el caciquismo es la forma que toma la actividad de intercambio más antigua de la humanidad -el consumo y la práctica- adaptada a la política. Básicamente la que se practica en un régimen democrático. Compra de votos, o de conciencias, con los recursos públicos. En el Estado español la tradición democrática (o pseudo-democrática) se remonta a los años de la Constitución de Cádiz -la Pepa-. Y el caciquismo hispánico, fenómeno consustancial a la tradición pseudo-democrática hispánica, nació y creció al abrigo del bipartidismo y de la alternancia, los elementos que en un futuro justificarían el régimen. Era el año 1810, y los oligarcas reunidos en Cádiz -elementos fugitivos del régimen de Joseph Bonaparte Pepe Botella, sin más representatividad que la que se daban ellos mismos- convocaron unas elecciones generales -un brindis al sol- que únicamente tenía el propósito de legitimar -con el prestigio que otorga la democracia- su condición política personal.

 

El paisaje

 

El resultado de aquellos comicios no merece el más mínimo comentario. En cambio hay que observar con detenimiento los resultados de los comicios posteriores -último tercio del siglo XIX y primero del XX: la I República y la Restauración borbónica. Para entenderlo mejor es importante explicar que aquella sociedad española (en 1870) era la menos desarrollada de la Europa Occidental. Culturalmente, políticamente, demográficamente y económicamente. España tenía 16 millones de habitantes, una cifra pobre comparativamente a los 40 millones de Alemania o de Francia, o a los 30 de Gran Bretaña o de Italia. Este no es un puro dato estadístico. Es un detalle importante a retener. Explica aspectos como la ausencia de un sector industrial potente capaz de estimular los crecimientos económico y demográfico, y explica también que la salud pública estaba bajo mínimos: Madrid, la capital con la tasa de mortalidad infantil más elevada de Europa, era denominada "la ciudad de la muerte".

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El montaje

 

España era un país básicamente rural y agrario. Una sociedad iletrada marcada por acusadas desigualdades sociales y económicas, y azotada por dos guerras civiles -las carlistas- consecutivas -tres si contamos el conflicto de la etapa Bonaparte- que la habían diezmado. Con estas mimbres el caciquismo hizo carrera. Liberales y conservadores transformaron la guerra de los campos de batalla en la paz de plomo de las instituciones. La democracia era la mesa de juego, la Constitución contenía las pretendidas reglas y el caciquismo era la baraja de naipes. Un entramado de estructura piramidal que abarcaba todos los vértices del poder y todos los rincones de la sociedad, formado por presidentes del Gobierno; ministros, secretarios de Estado, gobernadores civiles, jueces y alcaldes. La política -y la clase política- convertidas en el instrumento de la burguesía mercantil enriquecida con el espolio de las colonias -el partido liberal-, y de las oligarquías agrarias latifundistas de "rancio abolengo" -el partido conservador.

 

El cacique

 

A pie de cañón, la figura del cacique adquiría una especial dimensión. El rico del pueblo o de la comarca -el oligarca latifundista o el burgués especulador- era el nexo que unía todas las piezas de la política. Con independencia del color. Compraba votos, siempre con recursos públicos, o sencillamente intimidaba -haciendo uso y abuso de su poder social y económico- amenazando con la marginación y la ruina. De esta manera se alteraban -a conveniencia- los resultados electorales. Con la autoimpuesta alternancia se proyectaba una imagen exterior de normalidad política e institucional. Pero la realidad interna estaba manifiestamente manipulada. Las fuentes nos aportan una situación muy ilustrativa: un cacique del sur peninsular en una ocasión proclamó: "Nosotros, los liberales, estábamos convencidos de que ganaríamos las elecciones. Sin embargo, la voluntad de Dios ha sido otra. Al parecer, hemos sido nosotros, los conservadores, quienes hemos ganado las elecciones".

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La transformación del fenómeno

 

Durante 50 años liberales y conservadores -isabelinos y carlistas-, con el permiso de republicanos y radicales, se alternaron en el poder de una manera sorprendente. Sólo las sociedades catalana y vasca, con la aparición en escena de una idea diferente de España, daban cierta sensación de madurez política y democrática. Desde el golpe de estado de Primo de Rivera (1923) -que con el curioso pretexto de regenerar la política finiquitó a golpe de sable la democracia- ha pasado casi un siglo de revoluciones, involuciones, represiones, guerras civiles, repúblicas, dictaduras y monarquías. Pero el caciquismo ha sobrevivido como el espíritu del alma sobrevive a la decrepitud de la materia, convertido en cultura política e institucional. Bordeando la finísima raya que lo separa de la corrupción. La revolución tecnológica lo ha vestido a la moda contemporánea, y la figura del cacique -innecesaria a pie de cañón- ha sido incorporada en la cadena de jerarquías políticas.

 

Caciquismo postmoderno

 

La sociedad ha ido más rápido. Suele suceder. Ha completado un viaje brutal que la ha transportado de Manelic de Terra Baixa a Merlí. Y en las Españas españolas en menor medida también, aunque en muchos rincones todavía se respira el tufo castizo de Los gozos y las sombras y de Calle Mayor. Un tráfico meteórico que ha cogido a la clase política -el instrumento del caciquismo- con el pie cambiado. Con el anuncio de Rajoy queda la duda de la medida del ridículo. Porque ha prometido -hay que suponer que con el permiso de Frau Merkel- 4.200 millones que nadie acierta de donde saldrán. Cuanto menos, nadie se atreve a mirar el cajón de las pensiones. Y acto seguido, pretendidamente impulsados por el resorte patriotero del Cura empecinado, Miguel Ángel Revilla y Guillermo Fernández Vara -presidentes autonómicos- se lanzan y reclaman una compensación al "braguetazo catalán". Las inevitables comparaciones con la acción de fornicar y de ser fornicado. Las "amenazas" de Margallo y el "despotismo" de Rajoy. El caciquismo hispánico versión 3.0.

 

(Ilustraciones del dibujante y caricaturista Tomàs Padró (Barcelona, 1840-1877))