El festival Poesia i + se cierra este domingo con El terme del artista Perejaume, una “ofrenda floral al término de Caldes d’Estrac y un intento de floración del propio término para que grane”. El evento tendrá lugar en Caldes d’Estrac el domingo 13 de julio, y las entradas están agotadas. La gente no se ha apuntado por lo que pasará, porque la descripción de la actividad (¿qué es el término? ¿A quién debemos ofrendar? ¿Qué debe florecer y granar?) es tan enigmática como el propio Perejaume. Van por el artista detrás del hombre, tan polifacético y con una trayectoria literaria y artística tan extensa que resulta difícil de definir. Pero podéis tratar de entenderlo hacerlo aquí.

Perejaume vive en plena naturaleza, en una casa grande, en el Montnegre. De nombre completo Pere Jaume Borrell i Guinart, maresmense ultralocal y profundamente arraigado, nacido en 1957, es un hombre poco dado a las entrevistas. Concede pocas, pero lleva tanto tiempo pensando y creando que, si lo buscáis, podréis oírlo. Es comprensible, por otro lado, porque lo que dice y lo que hace es muy difícil de sintetizar, de explicar. Él mismo dice que la gracia de las obras es cuando se esconden, que si lo vemos todo a simple vista nos quedamos con muy poca cosa. El arte que hace no es propiamente pintura, ni escultura, ni escritura, sino un poco de todas esas disciplinas; tanto es así que uno de sus proyectos artísticos fue una exposición “antiexposición”, porque la idea de poner su arte en fragmentos estáticos de pared no solo no le gustaba, sino que contradecía todo lo que entiende por arte.

La vez que he tenido más cerca en Perejaume fue con motivo de la presentación del ensayo de Raül Garrigasait de La roca i l'aire (Fragmenta). Se pueden establecer muchas conexiones entre el título del ensayo de Garrigasait y el último ensayo del Perejaume, La escrita, publicada en L'altra editorial pocos meses atrás –L' escrita es el nombre de un río. La sintonía intelectual entre el artista Perejaume y el filólogo y escritor Raül Garrigasait nace, en parte, de una idea compartida sobre el hilo de una tradición casi secreta y vinculada a la tierra que hay que proteger para que siga creciendo como hasta ahora, de manera subterránea.

También parten de una idea similar de circularidad que se ve claramente en La roca i l’aire de Garrigasait y en las referencias que Perejaume hace a la lengua como un fenómeno vinculado originariamente a los sonidos naturales más que a la construcción posterior que hemos atribuido al lenguaje (por “construcción” me refiero a que hemos separado el significado de las cosas del sonido de las cosas). En el ensayo, Garrigasait nos dice que al “principio” existía el mundo, que era frágil y susceptible a las malas acciones de los hombres. Edipo se acuesta con su madre y la tierra tiembla. Esa es la era presocrática, la del oráculo y la tragedia. Después han venido muchas otras fases, y ahora nos encontramos de nuevo en los inicios: otra vez el mundo es susceptible a lo que hacemos los humanos. Existe la intuición, compartida por Perejaume, de que la naturaleza y la cultura humana son una misma cosa, y que distinguirlas ha sido un juego de la evolución que ya se ha agotado, y hemos vuelto a los comienzos. Perejaume es un nostálgico de esa unidad primera, y busca esa equiparación entre la escritura y el agua, y el viento, y el territorio bien concreto de las montañas catalanas que nombra sin cesar.

Este hilo de sentido subterráneo que interpela a los dos autores (para describirlos de alguna manera) conecta el pensamiento de Ramon Llull con el de los pintores Antoni Tàpies y Joan Miró, el del meteorólogo Eduard Fontserè, los de los poetas Jacint Verdaguer y J.V. Foix, el del antropólogo Joan Amades (que recogió toda la tradición de cuentos catalanes), entre otros –en La roca y el aire, por ejemplo, Garrigasait añade la música de Frederic Mompou, que nació en una familia que hacía campanas como oficio. La música que creaba Mompou era como el martillo contra el hierro. Joan Amades recogía que pescadores y marineros se abstenían de silbar para evitar excitar demasiado el viento.

Por Perejaume la escritura y la lengua es física, geológica, mucho más que una "herramienta de comunicación". En su cosmovisión no hay corte entre naturaleza y cultura, ni romanticismo bucólico. El sentido viene del campo y el campo contiene el sentido. No es el hombre, a quien defiende o quien tiene que defender la naturaleza, sino que el hombre recopilación la ve de una naturaleza que se defiende sola. No hay corte, sino continuidad frágil, escondida. Su fijación por el campo, por los árboles, o por el viento que esculpe las montañas y las embocaduras no es ninguna idealización. No lo fascina la naturaleza como paisaje ni como espectáculo (como sí que les pasaba a los románticos), sino el motor invisible que la constituye. Quiere que su escritura funcione como la naturaleza, busca imitar el mecanismo repetitivo, pero nunca idéntico de los procesos naturales, del agua cambiante que siempre es un mismo río.

¿Como ejercer la escritura como una fuerza cósmica más? ¿Como acceder a una escritura de la materia, que dé alternativas y campo a nuestra creación tan cansadamente humana? L'escrita, Perejaume

No creo que le guste que le digan místico, ni profeta, pero cuándo lo lees te parece que un poco sí que lo es. Perejaume es un hombre de aforismos, presocrático, seguidor de los oráculos. En eso, si me permitís la osadía, me recuerda a Nietzsche o Schopenhauer. Y, sin embargo, si me lee seguro que no está de acuerdo, seguro de que hay muchos matices que no he entendido o que le parece que he tergiversado.

También os diré algo sobre Perejaume, sobre el hombre, no sobre el sabio. Me temo que, como todos los que son sabios, tiene una tendencia a estar en el pasado y en el futuro, y a no darse demasiado cuenta de las persona sy la sociabilidad que lo rodea. Volvamos a la presentación de Garrigasait donde lo vi. Había una moderadora, una chica —no diré su nombre para que no parezca que ella me ha instado a defenderla. Ella le hizo una pregunta sencilla a Perejaume, muy sencilla, he olvidado cuál. Le hizo esa pregunta fácil para que Perejaume pudiera explayarse sin desconcertar del todo al público, para que pudiera iluminar a la audiencia. Era una pregunta de perfil bajo para que brillara el sabio. Y Perejaume, en lugar de darse cuenta de la mano que le tendían, dijo algo así como “qué pregunta tan básica, ¿qué se puede decir ante una pregunta tan básica?”. No he olvidado aquella escena porque me parece pertinente señalar la ingenuidad del sabio, que entiende las conexiones sagradas entre los ríos y la poesía que escribe, pero que no sabe ver cuándo le están haciendo un favor. Santa arrogancia.