Bruselas, 5 de junio de 1568. Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba y capitán general de Flandes, ordenaba la ejecución de Lamoral de Gavere, conde de Egmont, estatúder de Holanda y primo y compañero de armas del rey hispánico Felipe II, y de Philip de Montmorency, conde de Horn, statúder de Guelders y primo de Gavere. Tanto Egmont como Horn se habían distinguido como hombres de armas al servicio de la monarquía hispánica en el conflicto que esta mantenía con la monarquía francesa por el liderazgo europeo. E incluso Egmont, en su condición de familiar de la casa real, había representado a Felipe II en la boda simbólica del entonces heredero a la monarquía hispánica con la reina María de Inglaterra. Los delitos que la justicia hispánica imputó a Egmont y Horn fueron los de rebelión y traición. Se habían opuesto a la implantación de la Inquisición hispánica en los Países Bajos, y se los condenó a una ejecución presentada como una escena de público escarmiento: fueron decapitados en la plaza mayor de Brussel·les.

Los condes de Egmont, de Horn i d'Orange. Fuente Wikipedia (1)

Los condes de Egmont, de Horn i de Orange / Wikipedia

Flandes en el rompecabezas de Carlos de Gante

Para entender el contexto del conflicto tenemos que retroceder unas décadas: el año 1516 (medio siglo antes) Carlos de Gante, padre de Felipe II, alcanzaba la mayoría de edad y tomaba posesión de la herencia materna (las coronas catalanoaragonesa y castellanoleonesa) y de la paterna (el archiducado de Austria y el ducado independiente de Borgoña, que comprendía los Países Bajos). Carlos de Gante reunía así la soberanía de varias coronas y principados independientes en un difícil equilibrio denominado monarquía hispánica. Carlos de Gante —que la historiografía nacionalista española renombró con el sobrenombre de Carlos I de España y V de Alemania cuando, en aquel siglo, ni España ni Alemania existían— gobernaría sobre la base de que su imperio era un inmenso rompecabezas de piezas de diferentes medidas, relieves y texturas. En tiempo de Carlos, el condado independiente de Flandes se gobernó con la misma independencia que lo había hecho desde la centuria del 800, con la diferencia de que el soberano en lugar de dormir en Bruselas dormía en Toledo.

Los Paisos Baixos entre 1556 1648. Fuente Archivo de El Nacional (1)

Los Países Bajos (1556-1648) / Archivo de El Nacional

Carlos I, el flamenco negociador

Pero la situación cambió radicalmente con Felipe II. El año 1556, Carlos de Gante, viejo y cansado, abdicaba a favor de su primogénito. Con la entronización de Felipe se desataban todos los demonios. Básicamente porque Carlos y Felipe, padre e hijo, eran dos perfiles radicalmente opuestos, lo que explica en buena medida el conflicto en Flandes, que derivaría en una revolución nacional. Carlos era un humanista, lo cual no quiere decir, en ningún caso, que tolerara de buen grado la libertad religiosa y, todavía menos, el avance del protestantismo en sus dominios centroeuropeos. Pero Carlos había nacido y había sido educado en Flandes, y tenía aquella característica perspectiva de las sociedades mercantiles centroeuropeas: era un negociador nato. En cambio, Felipe había nacido y había sido educado en Castilla, en un entorno dominado por las oligarquías aristocráticas latifundistas de cultura rentista, que habían convertido la religión en el nervio político e ideológico del reino.

Felipe II, el duque de Alba y el cardenal Granvela. Fuente Wikipedia (1)Felipe II, el duque de Alba y el cardenal Granvela / Wikipedia

Felipe II, el castellano integrista

Con estos elementos es fácil dibujar el perfil integrista de Felipe, incapaz de trazar la línea que señalaba dónde acababa la política y dónde empezaba la religión. Felipe, en el transcurso de su reinado, revelaría que congeniaba más con el pensamiento de su bisabuela Isabel la Católica —y que se sentía más cómodo con él— que con el de su padre, Carlos de Gante. Sin olvidar que los personajes que lo rodeaban comulgaban —nunca mejor dicho— plenamente con estas políticas. Felipe impulsó un colosal retroceso en todos los aspectos de la vida pública que tendría funestas consecuencias. Flandes sería la primera piedra de toque de su reinado y el escenario donde tendría lugar un combate brutal entre dos formas de gobernar radicalmente diferenciadas. El conflicto entre las oligarquías cortesanas de Madrid, entonces ya elevada a la categoría de capital del imperio, y las clases dirigentes de Bruselas, Gante, Lieja y Amberes, básicamente de economía mercantil, se puede resumir en la expresión Castilla versus Flandes.

El espolio de Felipe II en Flandes

Felipe II cometió el mismo error que más adelante cometerían todos los Felipes que han puesto sus nalgas en el trono de Madrid. En este sentido, Habsburgos y Borbones hacen bueno el dicho de que el hombre, en este caso el rey de las Españas, es el único animal que tropieza dos veces —y tres, y cuatro, y cinco, y seis— con la misma piedra. Felipe II, con mil frentes de guerra abiertos, tuvo la ocurrencia de secuestrar las cajas comunales de Flandes, que no era poco, para financiar el gasto militar de los Tercios de Castilla en el frente norte de la guerra con la monarquía francesa. Flandes, a mediados de la centuria de 1500, era el territorio más rico y más dinámico del edificio político hispánico. Y la caja comunal de Bruselas, por poner un ejemplo, tenía una capacidad de recaudación e inversión muy superior a las de ciudades como València o Nápoles, que la duplicaban en población. Saltándose todas las leyes, constituciones y textos legales arrasó los cajones públicos de su dominio más rico.

Brusel·les a mediados del siglo XVII. Font Musées Royaux des Beaux Arts de Belgique (1)

Bruselas a mediados del siglo XVII / Museos Reales de Bellas Artes

Convertir los textos legales en papel higiénico

Felipe II, en Flandes, no haría más que seguir una práctica indecente que habían iniciado sus bisabuelos maternos, los Reyes Católicos, en Castilla: convertir en papel higiénico las Capitulaciones de Santa Fe (tanto el contrato que le firmaron a Colón, como el que rubricaron ante las autoridades islámicas de Granada) fue el inicio de una práctica que Felipe II convertiría en cultura de Estado, con todas las reservas que implica hacer uso de este término en aquella época. Naturalmente la cuestión no se quedó aquí; lo de si quieres cabrear a un catalán tócale el bolsillo es más universal de lo que parece. Sin embargo, lo que provocó las protestas más enérgicas fue el acto de pisar y manosear la ley. En Flandes, en aquella sociedad mercantil en que los contratos eran sagrados, no se entendía de ninguna manera. Como no se entendía que los Tercios de Castilla, de forma sistemática, se cobraran las soldadas saqueando las ciudades de Flandes —es importante subrayar que no eran territorio enemigo— cuando se retrasaban los pagos.

Grabado de Brusel·les (1680). Fuente Bibliothèque National de France (1)

Bruselas en un grabado de 1680 / Biblioteca Nacional de Francia

La Inquisición hispánica y el régimen de terror

Las primeras grandes protestas derivaron en el incendio de algunos templos católicos y la destrucción de algunas imágenes. El integrista Felipe II vio un rayo que resquebrajaba la escena tenebrosa que por todas partes cubría sus dominios, y que tan magistralmente el Greco había plasmado en la pintura El entierro del conde Orgaz. Y en aquel instante entraron en escena el cardenal Granvela y la Inquisición. Felip II, tan convencido como su bisabuela Isabel la Católica de que la religión tenía que ser el primer instrumento de unificación de sus dominios, nombró al integrista Antonio Perrenot de Granvela inquisidor de Flandes. Un pretexto necesario, también, para acabar con la disidencia política. La Inquisición hispánica en Flandes (1561) actuó como una policía política que acabó instituyendo un régimen de terror. Granvela no llegaría a presenciar las ejecuciones de Egmont y Horn, pero durante el ejercicio de su cargo acumuló una lista de enemigos tan espectacular que obligó a Madrid a destituirlo (1564).

Grabado coetáneo que representa el Tribunal de los Tumultos. Fuente Biblioteca del Palau de la Paz. La Haya (1)

El Tribunal de Tumultos en un grabado coetáneo / Biblioteca del Palacio de la Paz de La Haya

El duque de Alba y el Tribunal de Tumultos

La desaparición de Granvela no favoreció la distensión. La Inquisición hispánica mantenía un régimen de terror que, contra lo que pretendía, alimentaba la rebelión. Fue entonces cuando entró en escena el duque de Alba, nombrado jefe de los Tercios de Castilla en Flandes (1567) con el propósito de acabar el trabajo que Granvela había dejado inconcluso. Alba, el militar más sanguinario de la época, creó un organismo policial y judicial de nombre revelador, el Tribunal de Tumultos (1568), que sembró Flandes de ruina y cadáveres durante casi diez años. En aquella década de terror, el Bloedraad Tribunal de la Sangre, el término popular para designarlo— ejecutó a 1.073 personas y confiscó los bienes de 11.130 personas más, antes de desterrarlas. El castellano Juan de Vargas, uno de los jueces de aquel supuesto tribunal, estimó que el volumen de las confiscaciones, destinadas a llenar las arcas de la monarquía hispánica, se elevaría a 700.000 kilos de plata en monedas. Alba no tan solo sería un expoliador, sino también una fábrica de rebeldes.

Mapa de Flandes después de la independencia de las provincies del norte. Cartografiado en París (1693). Fuente Bibliothèque National de France (1)

Mapa de Flandes después de la independencia de las provincias del norte, realizado en París (1693) / Biblioteca Nacional de Francia

Imagen principal: La ejecución de los condes de Egmont y de Horn en un grabado coetáneo / Biblioteca Nacional de Francia