Decía un neurólogo austríaco que lo peor que puede pasarle a un paranoico es que le persigan de verdad. Pero serlo y darte cuenta de que quién te viene detrás eres tú mismo, ya es la repera. El colmo de un psicótico con manía persecutoria, de imaginación incontenible y que devora anfetaminas como el Monstruo de las Galletas. Philip K. Dick (Chicago, 1928 – Santa Ana, 1982), el pirado en cuestión, además de escritor de culto por antonomasia, pensaba que la KGB o la CIA urdían conspiraciones contra él y le tendían trampas continuamente. Motivos no le faltaban. De joven, había recibido la visita de una pareja de agentes federales que lo investigaban a causa de su oposición a la guerra de Vietnam. Con todo, K. Dick se hizo tan amigo de uno de estos agentes del FBI que hasta le enseñó a conducir. 

Años después, el autor vio que alguien le había entrado en casa: los cristales de la ventana estaban hechos añicos, el equipo estéreo había desaparecido y un explosivo había reventado su enorme archivador metálico para hurtarle varios documentos. “¡Alabado sea el Señor!”, pensó. “Es evidente que no soy un paranoico”. Finalmente, concluyó que quizás había sido él mismo quien había cometido el robo. Bajo sugestión posthipnótica, se entiende... Y con un bloqueo amnésico para no recordarlo. Esta experiencia se ve reflejada en el personaje protagonista de A Scanner Darkly, una de sus novelas más interesantes y autobiográficas, escrita en 1977, y que la editorial Males Herbes nos trae ahora en lengua vernácula. 

 

A Scanner Darkly habla de cómo a toda una generación de hippies se les empezó a romper la mente

FOTO 2
Portada de A Scanner Darkly, novela publicada por Males Herbes / Foto: Eduard Vila / Males Herbes

El lado menos idílico de los años 60 y 70

Habla Ramon Mas, parte del tándem editor de Males Herbes: “Hacia finales de los años 60, creo que entre su segundo y tercer divorcio, podríamos decir que K. Dick está pasando por un mal momento personal: se ha quedado sin mujer ni casa. Pero acaba de escribir Los tres estigmas de Palmer Eldritch, considerada la novela sobre el LSD por excelencia —a pesar de que él todavía no ha probado el ácido, solo toma anfetaminas para escribir sin pausa—, y los hippies y la gente de la contracultura de California lo convierten en una especie de gurú. De modo que lo adoptan y se lo llevan a vivir con ellos a una comuna. Allí toma LSD por primera vez y no le gusta, tiene un viaje escalofriante (en el que se basará para escribir Laberinto de muerte). Como sea, se queda un tiempo a vivir entre estos colgados, y es testigo de horas y horas de conversación entre peña con el cerebro muy frito. Las típicas filosofadas de fumeta, pero convertidas en estilo de vida. A Scanner Darkly habla de como a toda una generación de hippies se les empezó a romper la mente.”

Un poco a la manera del legendario Howl, de Allen Ginsberg, en A Scanner Darkly Philip K. Dick nos muestra el lado menos idílico de la supuesta liberación juvenil de los años 60 y 70. La historia está situada en un distópico y futurista verano del año —atención— 1994, en una California ya muy lejana del Verano del amor. Este libro puede ser considerado como la máxima declaración de Dick sobre el abuso de drogas (sin moralismos burgueses, limitándose a enumerar las consecuencias), además de ser una vívida muestra del lenguaje y la cultura hippie. Los protagonistas son un grupo de drogatas que consumen la “Sustancia M”, también llamada “Muerte Lenta”, comandados por Fred/Bob Arctor, un policía de incógnito a quien se le encarga la misión de investigarse a sí mismo. En las páginas finales, Dick dedica la obra a todos los amigos que no sobrevivieron a la eclosión de las drogas, y esto lo convierte en su libro más sentido, una joya más allá de cualquier género literario que fue solventemente adaptada al cine mediante animación con rotoscopia por Richard Linklater.

Denunció a Stanisław Lem al FBI, afirmando que no existía. Era un colectivo construido por la inteligencia comunista, con las siglas de Lenin, Engels y Marx, para infiltrarse en las mentes de los lectores occidentales

FOTO 3
Philip K. Dick y Ridley Scott el año 1982, durante la promoción de Blade Runner, la la adaptación más popular de uno de sus relatos

Un gorro de papel de aluminio

La vida de Philip K. Dick es tan intensa y delirante que podría afirmarse que es su mejor novela. Pero no la escribió él, sino Emmanuel Carrère en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K. Dick (1993, editado en castellano primero por Minotauro y después por Anagrama). Como que toda ella no tiene desperdicio, les enumeraré solo algunos hechos cruciales y episodios antológicos: 

1) Nació prematuramente junto a una hermana gemela que murió a las cinco semanas. Esto afectó a Philip profundamente, dando lugar a una obsesión por el doble o el ‘gemelo fantasma’ reflejada en gran parte de su obra. 2) Fue vendedor de discos, su único curro antes de publicar la primera historia corta en 1952. 3) Hablando de discos, mientras escuchaba la canción de los Beatles Strawberry Fields Forever, K. Dick advirtió que su hijo tenía una hernia inguinal derecha estrangulada, a pesar de que el niño no presentaba síntomas de ningún tipo. Durante el examen los médicos le descubrieron la hernia, que le habría matado de no haberse operado rápidamente. 4) Denunció a Stanisław Lem —con quien se carteaba— al FBI, afirmando, totalmente convencido, que el escritor polaco no existía. Era un colectivo construido por la inteligencia comunista, con las siglas de Lenin, Engels y Marx, para infiltrarse en las mentes de los lectores occidentales y secuestrar a escritores estadounidenses. 5) Experimentó una serie de visiones, a las cuales se referiría como “tres-dos-setenta y cuatro” (3 de febrero de 1974). A medida que estas crecían en duración y frecuencia, Dick proclamó que había empezado a vivir una doble vida: una como él mismo y otra como Tomás, un cristiano perseguido por los romanos en el siglo I d.C., creyendo que había establecido contacto con una entidad divina de algún tipo.

Pero lejos de este personaje ataviado con un sombrero de papel de aluminio que —con razón— deben de haberse formado, Philip K. Dick es uno de los autores más extraordinarios y prolíficos de la literatura popular del siglo XX. Un renovador del género que llevó la ciencia ficción a los territorios todavía inhóspitos y lejanos de la autoficción, el thriller psicológico y la radiografía social. Un escritor tan afecto a la mística como la paranoia más desenfrenada, con una capacidad incomparable para capturar la psicología humana. “K. Dick es uno de aquellos autores con quienes te has criado —Continúa Ramon Mas—. Editarlo en catalán es un autorregalo. Su gran valor respecto a otros autores de su generación es la vigencia, sobre todo sociopolítica. Es un visionario: en los 70 había previsto todas las cuestiones que vendrían: la sociedad basada en la paranoia del control, el desplazamiento de la vida social a la ficción... Todo esto es lo que está pasando con las redes sociales. Su valor es sociológico y antropológico, pero sin alejarse nunca del espíritu pulp”.