Monasterio de Valpuesta (condado pamplonés de Álava), 18 de mayo de 919. Hace 1.105 años. El cartulario del monasterio fecha un documento que hace referencia al conde Monnio Uigilazi (que la historiografía española ha renombrado como Múnio Vélaz). Uigilazi es un personaje de la élite local que ejerce el poder, como conde de Álava, por delegación del rey Sancho Garcés de Pamplona. El mismo documento revela que el territorio que gestiona Uigilazi es denominado condado de Álava. Es un dominio de lengua y cultura vasca que abarca desde el río Ebro (en el sur) hasta la costa cantábrica (en el norte, la tierra de Vizcaya incluida). Que en el este limita con el territorio matriz del reino al cual pertenece (Pamplona), en el sur con el condado pamplonés de Castilla; y al este con un reino diferente (el reino de León).

Mapa de la península antes de la conquista castellana del País Vasco. Font IGN
Mapa de la península antes de la conquista castellana del País Vasco. Font IGN

Vizcaya y Álava

Durante los primeros siglos de la historia del reino de Pamplona (siglos VIII a XI), el territorio que actualmente denominamos País Vasco formó parte de aquel primitivo dominio euskaro. De hecho, era la región más occidental de aquel estado medieval vasco primigenio y esta adscripción está fuera de cualquier duda. La Crónica Albeldense, redactada entre el 882 y el 976, afirma que los primeros reyes asturleoneses (siglos VIII a IX) ambicionaban expandir sus dominios hasta el valle alto del Ebro (actuales Álava y Rioja); pero que aquellas tierras —que en aquel documento ya son denominadas Vizcaya y Álava— no requerían una política colonizadora, porque "siempre habían estado en manos de sus pobladores" (los vascos occidentales que formaban parte del dominio pamplonés).

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La plenitud pamplonesa del año 1000 y la semilla de la discordia

A caballo entre el año 1000, el reino de Pamplona (más adelante, de Navarra) alcanzó su plenitud territorial. Abarcaba desde la orilla de la Noguera Ribagorzana (en el este) hasta la del Pisuerga (en el oeste); y desde los Pirineos y del Cantábrico (en el norte), hasta los valles altos del Ebro y del Duero (en el sur). Los condados de Aragón y de Ribagorça formaban la marca oriental; y los de Álava y de Castilla, la marca occidental. Estos condados serían gobernados por condes delegados del poder de Pamplona; que, siguiendo la corriente general europea de la época, acabarían convirtiendo aquel cargo funcionarial en patrimonio personal y hereditario. Las políticas matrimoniales de estas estirpes haría que, a finales del siglo XI, los Lara reunieran el gobierno de los condados navarros de Álava y de Castilla.

Mapa del reino de Navarra a caballo entre el año 1000. Fuente Atlas de Navarra
Mapa del reino de Navarra a caballo entre el año 1000. Fuente Atlas de Navarra

La independencia de Castilla

El año 1035, después de una serie de rocambolescos episodios políticos, Castilla había pasado de ser un condado pamplonés a ser un condado leonés, con la particularidad de que en el trono de León y en el sitial de Burgos se sentaría la misma persona. Y en 1063, esta misma persona, Ferran I, rey de León y conde de Castilla; repartiría el patrimonio entre sus dos hijos. Al primogénito, Alfonso VI, le correspondía el reino de León; y al pequeño, Sancho II, el condado de Castilla; que por obra y gracia del viejo Fernando (y sin la autorización del emperador o del pontífice, que era lo que tocaba) sería elevado a la categoría de reino. El primer rey castellano, Sancho II, hijo del rey leonés que, antes, había sido último conde navarro de Castilla, sería el iniciador de la proyección castellana hacia Álava (1065).

¿Por qué los castellanos querían ocupar el condado de Álava?

La ambición castellana sobre Álava (y sobre Vizcaya, que había sido segregada del condado alavés en 1040) se explicaba, perfectamente, en el contexto ideológico de la época. De la misma forma que el condado independiente de Barcelona tenía su foco expansivo orientado hacia el norte, buscando la reunión de la antigua Marca carolingia de Gotia (el arco mediterráneo entre el Ródano y el Llobregat), de la cual había formado parte entre el 801 y el 987; el reino de Castilla, tenía la mirada puesta en el condado de Álava, porque entre el 925 y 1028 había formado parte del patrimonio de los condes navarros de Castilla, y porque le representaba alcanzar una salida al mar, es decir, conseguir una conexión con el mundo atlántico europeo.

Mapa de las pérdidas navarras en la guerra de 1199 1200. Fuente Atlas de Navarra
Mapa de las pérdidas navarras en la guerra de 1199 1200. Fuente Atlas de Navarra

Las largas guerras de los siglos XI y XII

Durante los siglos XI y XII los reinos de Castilla y de Navarra (el estado pamplonés ya se denominaba así) estuvieron enzarzados en una disputa casi permanente por los dominios navarros occidentales. La monarquía navarra había dividido el viejo condado alavés en dos distritos (1040): Álava (la mitad interior) y Vizcaya (la mitad litoral); con el objetivo de mejorar la defensa de aquel territorio. Pero el tiempo corría contra los intereses de Pamplona. La cancillería de Burgos había trabajado muy acertadamente la atracción de pobladores (vascos y leoneses), y exhibía músculo demográfico y productivo que alimentaba su ambición expansiva. Por el contrario, Navarra había quedado territorialmente encajada, sin posibilidad de expansión, con todo lo que eso representaba.

La efímera tregua inglesa

El año 1179, los contendientes se reunieron y con el arbitraje inglés firmaron una tregua. La intervención inglesa en el conflicto tenía sentido, porque los Plantagenet eran vecinos: eran reyes en Londres y duques independientes en Burdeos. Pero aquel acuerdo se demostró frágil y efímero. El estamento nobiliario navarro —el brazo militar del reino— estaba patrimonial y peligrosamente estancado por falta de expectativas. I Sancho VII de Navarra se lanzó a una guerra incierta (1198) que pretendía ganar las tierras castellanas de Soria y alternar con el Imperio almohade con el propósito de recuperar el sueño de la expansión peninsular (perdido después de las conquistas castellana y aragonesa del alto Duero, que habían cortado la proyección navarra hacia el sur).

Alfonso VIII de Castilla y su familia. Fuente Fundación Villallar
Alfonso VIII de Castilla y su familia. Fuente Fundación Villallar

La invasión castellana

La campaña navarra de Soria (1198-1199) no se saldó con el éxito esperado. Y el contraataque castellano fue devastador. Entre 1199 y 1200, los castellanos abrieron una brecha en la región occidental navarra entre Argantzun (en el suroeste del condado de Álava) y Ondarribia (en el nordeste del condado de Bizkaia —actualmente Guipúzcoa—) y pasaron a ocupar la mayoría de los castillos-fortaleza de esta región. Gasteiz (la única ciudad del territorio) resistió un durísimo asedio (1200), y no se rindió hasta que el rey navarro se lo autorizó. Pero con la paz (1200), el condado de Vizcaya (en su totalidad —actuales territorios de Vizcaya y Guipúzcoa—) y buena parte del de Álava (excepto la, actualmente denominada, Rioja alavesa), pasaban a dominación castellana.

Los tratos de los castellanos

La historiografía española ha querido explicar aquella rápida operación de conquista por la colaboración de la aristocracia indígena. Pero los historiadores actuales vascos han desmentido esta versión y han probado que el estamento nobiliario indígena fue el más perjudicado por aquel cambio de estatus. Los reyes navarros habían sido muy cautelosos en la fundación de villas y ciudades de titularidad real, que tenían que concentrar la población y tenían que estimular el crecimiento demográfico y económico; pero que eran modelos antagónicos a los intereses de la nobleza. En cambio, los castellanos, ansiosos de consolidar su dominio sobre la región, no tan solo favorecieron las villas y ciudades existentes, sino que, además, multiplicaron las iniciativas fundacionales.

Portada del Fuero Nuevo de Vizcaya (1575). Fuente Euski Ikaskuntza
Portada del Fuero Nuevo de Vizcaya (1575). Fuente Euski Ikaskuntza

Un paisaje de extrema violencia

Aquellos condados, ahora ya castellanos, fueron tierra de frontera durante tres siglos (conquista castellana de Álava y de Vizcaya, 1200 – conquista castellana de Navarra, 1512). Y eso y la dinámica cambiante impuesta por Castilla fabricaron y alimentaron un paisaje de violencia extrema entre los partidarios de los castellanos (oñacinos) y los de los navarros (gamboínos). Este paisaje de violencia y de inseguridad, atizado por los Ahaide Nagusiak (la nobleza indígena de un bando o del otro), paradójicamente, estimularía la concentración de los pobladores rurales y la profusión de un modelo habitacional denominado "anteiglesia" a medio camino entre el baserri disperso y la villa; que sería decisivo en el desarrollo económico y en el de los Fueros, la carta magna de los vizcaínos y de los alaveses.

¿Por qué los vascos no se rebelaron para regresar a Navarra?

La respuesta a la pregunta del enunciado ya nos la da el escenario de progreso económico (siglos XIII a XVII) liderado por las villas y ciudades: la potente Castilla impulsó el transporte y el comercio entre la Meseta y las potencias atlánticas a través de los puertos vascos. Pero también nos la da el especial tacto que tuvieron los reyes castellanos a la hora de proteger y alimentar los fueros, el instrumento que había convertido Álava y Vizcaya en una especie de estados libres asociados a la Corona castellana. Si los dos primeros reyes Trastámara (siglo XIV); que, haciendo gala de su ideología preabsolutista, derribaron todo el sistema foral castellano, hubieran hecho lo mismo con el régimen foral alavés y vizcaíno, quizás la historia habría sido muy diferente.