Hace pocos días saltaba la noticia que algunos directivos de Oxfam organizaron fiestas con prostitutas, algunas quizás menores, en Haití, poco después del terremoto. Y eso ha generado un gran escándalo. Que alguien vaya con prostitutas, en Haití, o en la vecina República Dominicana, no extraña a nadie. En realidad, Haití es uno de los destinos preferidos para el turismo sexual canadiense, como la República Dominicana y Cuba lo eran para el turismo sexual español. Que entre las prostitutas haya alguna "que no se pueda descartar que sea menor de edad" (cómo dice Oxfam), por desgracia, tampoco parece muy excepcional. ¿Porque, pues, este gran escándalo por la revelación de que altos cargos de Oxfam organizaron orgías con prostitutas que no estaba claro que fueran mayores de edad?

Orgías "dignas de Calígula"

No conozco mucho a Haití, pero el hecho de que los cooperantes del Norte vayan con prostitutas en el Sur no es ninguna cosa extraordinaria (como tampoco lo es que lo hagan los turistas y las turistas). En los países donde hay mucha cooperación hay bares que se convierten en lugar de encuentro entre las trabajadoras sexuales locales y los trabajadores humanitarios del Norte (sean de ONGs, de agencias internacionales o de organismos estatales de cooperación). Y también son lugares de cita para hombres que se prostituyen con cooperantes (hombres y mujeres) y, probablemente, también de mujeres que se prostituyen con mujeres cooperantes. He visto locales de este tipo en Camerún, en Gabón, en Guinea Ecuatorial, en Níger, en Senegal... Generalmente las prostitutas son mayores de edad, pero tampoco es muy excepcional que haya alguna menor de edad, porque en algunos de estos países hay muchas prostitutas menores. No estoy seguro de que estos encuentros sexuales deriven en "orgías dignas de Calígula", como dicen algunos medios que sucedió con los directivos de Oxfam, pero me imagino que en algún caso será así.

Los nuevos santos

El escándalo, sin duda, viene del contraste entre la realidad y la imagen que los ciudadanos tienen de las ONG y sus miembros. Las organizaciones de cooperación (gubernamentales y no gubernamentales) han querido vender que los "expertos" en cooperación son los nuevos santos (los ejércitos hacen lo mismo con los soldados desplegados en misiones humanitarias internacionales). Han ocupado en el imaginario occidental el espacio que ocupaban los santos católicos: individuos dispuestos a los sacrificios más absolutos, con simpatía por las causas perdidas, con capacidad para entenderse con las poblaciones locales, con sensibilidad para los problemas humanos... A través de ellos, de paso, se enaltece nuestra sociedad: Occidente no sería una sociedad basada en la explotación y la insolidaridad, sino la cuna de donde saldrían estos individuos ejemplares, muestra de nuestros grandes valores. No importa tanto su capacidad real para resolver los problemas del Sur como su voluntad de resolverlos. La publicidad de los organismos de cooperación (y las piezas de muchos medios de comunicación) contribuyen a esta mitificación, desprovista de cualquier sentido crítico. Y los donantes exigen de los cooperantes un comportamiento modélico que ellos mismos no tienen (hay incluso quien no ve correcto que los cooperantes vayan a tomar gin tonics al acabar su jornada laboral).

El poder del Norte

Aunque a nosotros nos parezca que los miembros de las ONGs internacionales son los representantes del Sur en los países del Norte, en el Caribe y en África, por hablar de dos sitios que conozco, no hay ninguna duda de que los cooperantes son los representantes del Norte en el Sur. Los cooperantes se convierten en la correa de transmisión de las instituciones de sus países en el exterior (por eso mismo sus gobiernos financian proyectos). Cualquier proyecto de cooperación se vanagloria de adecuarse a las directrices de las agencias internacionales de la ONU, que diseñan sus estrategias ciñéndose a las directrices del Fondo Monetario Internacional (que no se caracteriza justamente por defender los intereses de los más débiles). El cooperante, pues, se convierte en la bisagra entre dos mundos absolutamente enfrentados. Pero no deja de ser un ciudadano de los Estados del Norte que disfruta de los privilegios, económicos, políticos y sociales de que disfrutan estos. No es de extrañar que aproveche estos privilegios, sobre todo, si no está sometido a un estricto control.

¿Todo es mentira?

Justamente uno de los problemas más graves en el campo de la ayuda es la tendencia general de los organismos de cooperación a sobrevalorar las cualidades morales de sus miembros. Y en caso de error se procede, sistemáticamente, a tapar los comportamientos incorrectos de sus miembros. Una de las bases de las aportaciones económicas de los ciudadanos y las instituciones a la cooperación se encuentra en esta imagen idílica del cooperante, que parece que por naturaleza estaría blindado a las tentaciones que afectan al resto de los ciudadanos. Es altamente improbable que la cúpula de la ONG afectada en el caso de las orgías haitianas no supiera nada del comportamiento de sus dirigentes enviados a Haití. Pero es seguro que no se trata de un caso aislado. Se prefiere mirar hacia otro lado.

La caja de los truenos

Pese a todos, el debate sobre el comportamiento de los cooperantes, enmascara otro también muy necesario:  el relativo a la eficacia de los proyectos. No hay ninguna duda de que ante una tragedia como la de Haití era necesario movilizar los esfuerzos de la comunidad internacional con el fin de ayudar en la población afectada. La ayuda de emergencia podía ser indispensable y no se podían escatimar los recursos. Ahora bien, la capacidad de los organismos de cooperación para reconstruir Haití es limitada, y para desarrollarlo, irrelevante. La eficacia de la ayuda al desarrollo, en los estados frágiles, como Haití o Afganistán, es extremadamente baja. Ni que se multiplicara mucho la ayuda, el desarrollo no llegaría... En algunos sectores, incluso, la cooperación puede tener efectos negativos, desincentivando y desestructurando las redes locales (cómo pasa con el envío de alimentos, que acaba arruinando, a menudo, a los campesinados locales). No parece que nadie tenga la solución.

La claque

Para acabar, una reflexión sobre el propio gremio. Los periodistas se han convertido en los agentes publicitarios de la cooperación. Van al Sur, invitados por las ONGs o por los financiadores, para hacer propaganda de los programas de cooperación. O, desde aquí, en fechas señaladas, cantan las virtudes de los proyectos solidarios y luego piden donativos en nombre de los organismos de cooperación. Sólo venden sacrificios, buena voluntad y éxito. Nunca encuentran proyectos que no funcionan, nunca encuentran poblaciones que valoren negativamente las experiencias, nunca encuentran escándalos de prostitución... Cuando hubo el terremoto de Haití, muchos medios de comunicación convirtieron la cooperación en la herramienta de enaltecimiento del sentido solidario del hombre blanco (en Gran Bretaña, pero también en el Brasil, o aquí mismo). Los periodistas corrieron en masa a Haití, para explicar en directo cómo la cooperación resolvía los problemas de los haitianos. Y durante semanas nos vendieron todas las virtudes de aquellas iniciativas (aunque el tiempo ha demostrado que los problemas del país caribeño continúan). Ninguno de aquellos periodistas nos habló de las relaciones entre prostitutas menores y cooperantes. Han pasado ocho años hasta que ha llegado esta noticia a los periódicos. Hay que preguntarse si los periodistas que fueron a Puerto Príncipe no se enteraban de nada, o si, quizás, participaban en las orgías de los dirigentes de Oxfam...

 

Gustau Nerín es autor de Blanco bueno busca negro pobre. Barcelona, Roca Editorial, 2011 (en catalán, editorial La Campana)

 

Foto de portada: Barrio de Bel Air de Puerto Príncipe tras el terremoto de 2010. Foto: Marcello Casal Jr/ABr.,