La visita que Arnaldo Otegi ha hecho al Parlament ha vuelto a poner de manifiesto la profundidad de la crisis que está viviendo España. Si el PP no se espabila pronto dejará de ser el partido alfa del Estado y las fortunas que lo sustentan sólo podrán recuperar el poder, o mantenerlo, con un buen descalabro político capaz de extender el miedo y el pesimismo. 

La idea de que Podemos hará la evolución del viejo PSOE es una fantasía. Adolfo Suárez y Felipe González tenían en común un proyecto ilusionante, que era instaurar la democracia. Los dos querían convertir España en un país civilizado y europeo, después de dos siglos de incultura y violencia. La España de Rajoy y la España de Pablo Iglesias no comparten ni el pasado, ni el presente ni mucho menos tienen una idea compartida del futuro. Se ha visto con un tema tan sensible y tan de base como Otegi.

Si el PP tuviera algún líder joven con cultura y personalidad; incluso si este líder lo tuviera Ciudadanos o el PSOE, que son dos partidos muleta, España se ahorraría muchos problemas. Pero si González tuvo un Suárez de interlocutor, Iglesias sólo tiene momias viejas en el otro lado de la mesa. Rajoy ha dicho que no tiene sucesor natural en el Financial Times y es verdad, porque su mundo está agotado. Lo único que puede hacer Rajoy es intentar congelar el tiempo -que es lo que haces cuando no sabes qué hacer- con la esperanza de que pase alguna cosa o que aparezca algún joven de derechas lo bastante audaz para desafiar al sistema como lo hizo Suárez.

Si Inés Arrimadas, Meritxell Batet, Albert Rivera, o Andrea Levy tienen alguna cosa en común es que no están autorizados a tener ideas propias. De hecho, ni siquiera tienen permiso para pensar sobre temas importantes y relacionarlos con su propia experiencia. Es así que Batet puede acabar diciendo que los muertos de los GAL no tienen nada que ver con el terrorismo o que Levy hace tuits sobre Otegi como si fuera la Cheerleader de Rajoy y Fraga no se hubiera presentado a ninguna elección. Soraya es más consistente y más sincera, pero sus obsesiones jurídicas y su cara de profesora Rottenmeier son poco adecuadas para un panorama inestable, que pide carisma y mano izquierda.

El problema de Otegi es que pone de manifiesto que ETA y el franquismo son lo mismo. ETA mantuvo abierta la herida de la dictadura e impidió que la Transición se cerrara en falso, es decir, enterrando en vivo las aspiraciones legítimas del republicanismo y del independentismo. Ahora es cuando los pedos que Cela se tiraba en el Senado cuando hablaba Xirinacs -y que hacían reir tanto a todos los imbéciles- vuelven cargados de dinamita. Crear un clima de visceralidad entorno a ETA, ahora que la banda se ha rendido, puede parecer electoralismo pero es mucho peor; es la manera que los jefes de Levy, de Batet y compañía tienen de intentar evitar que un día puedan ser juzgados por los crímenes de la dictadura, al igual que Otegi fue juzgado por terrorismo. 

La mejor prueba de la decadencia del PP y sus dos partidos muleta es como hablan sus jóvenes promesas. Los viejos utilizan a los jóvenes para protegerse de su pasado, y es por este crimen que se los va sentenciar, aunque sea después de muertos. El PP, igual que la vieja CiU, se ha convertido en un tapón para la evolución de la derecha española y cuándo se producen estos tapones ya se sabe qué pasa: hay pitote. La emergencia de una derecha catalana independentista –es decir genuina, que no cometiera los errores de Cambó de querer todo el pastel ibérico- quizá podría paliar la polarización. Pero eso también parece improbable.

A medida de que los jóvenes de piscifactoría que fabrica el sistema suenen cada vez más como viejos acorralados, la izquierda también se radicalizará y el abismo entre las dos españas se irá ensanchando de manera irremediable. El PP cada vez representará más el campo y la caspa, y Podemos la gran ciudad. No sé si el panorama les suena a los años 30.