He quedado con Óscar Martínez en las oficinas de Anagrama. Llego ocho minutos tarde. Ya en el 172 de la calle Pau Claris hay un tipo bloqueando la entrada. Está mirando el móbil. Parece que comprueba una dirección. "¿Me dejas pasar?". No he sido extremadamente maleducado. Tal vez algo borde. Se aparta mientras me pide perdón. Me recibe María Teresa, su responsable de prensa. Óscar todavía no ha llegado. Un par deminutos después suena el tiembre. Es él. Nos presenta. Encajamos la mano. Me quiero ir. "Pedona, no te he reconocido en el portal", me excuso. Se ríe amagando un "esta, por ser la primera, te la perdono".

Óscar Martínez es uno de los mejores cronistas contemporáneos. Un periodista con una pulsión kamikaze por su oficio. Un reportero especializado en migración, violencia y crimen organitzado en América Central, de estilo lacerante como el preciso bisturí de un neurocirujano rajando la materia gris de tu cerebro. Nacido en 1983 en El Salvador, pocas voces, tal vez ninguna, nos han relatado con tanta dolorosa concreción las entrañas de la sociedad de este pequeño país latinoamericano. Una comunidad que pasó de vivir un devastadora guerra civil que entre 1979 y 1992 enfrentó a la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), a padecer esa guerra no declarada entre pandillas, muy especialmente las Salvatrucha y Barrio 13 (maras a su vez en lucha entre ellas) y las fuerzas del orden; policía y ejercito representados por unos agentes que en muchos casos también actúan como clanes criminales al margen de la ley. Un conflicto que vive una tregua ficticia desde que Nayib Bukele asumiera la presidencia del país. 

Autor de dos libros más que recomendables, necesarios como, entre otros, El niño de Hollywood (2018) y Los muertos y el periodista, Martínez se ha convertido en uno de los periodistas de referencia a la hora de denunciar las prácticas autócratas de Bukele a través de unos reportajes que han desvelado la relación y vinculación entre el presidente y los pandilleros. Ha venido a Barcelona para participar junto a Patricia Evangelista de la conferencia organizada por el CCCB Hechos desagradables: informar sobre la violencia. Llega hasta aquí no ha sido fácil. Su presencia no se ha podido confirmar hasta que ha bajado del avión. "Venir a Barcelona ha sido complicado", confirma. "El Salvador está sufriendo una deriva dictatorial tremenda, tanto que 40 periodistas nos hemos tenido que exiliar. Primero salimos los de El faro.net por publicar una sèrie de entrevistas con pandilleros. Lo paradójico es que nos quieren acusar de ser pandilleros porque hemos entrevistado a unos pandilleros que el gobierno liberó ilegalmente. Desde el pasado 1 de mayo he estado saltando de país en país. De El Salvador a Costa Rica, de Ciudad de Guatemala a Ciudad de México y de ahí a Nueva York y ahora en Barcelona. No, no ha sido el período más tranquilo de mi vida"

Si no molesta, es propaganda.
A Nayib Bukele le fascina la propaganda. Tiene un equipo enorme de propaganda. Toda una maquinaria terrible que cuida mucho su imagen y lo que quiere proyectar. Tras ganar las elecciones en febrero de 2024 para su segundo mandato, encargó que le confeccionaran una levita negra con ribetes dorados que le da un aspecto que es una mezcla entre Simón Bolívar y Michael Jackson. Es un hombre que cuida mucho su imagen. Cabe recordar que era publicista. Sabe cómo hacerlo. Pero la reelección de Bukele coincidió con los artículos que publicamos. Revelamos un montón de documentos del propio gobierno que exponían que había negociado con las pandillas. Pero el efecto que un vídeo tiene en la gente, es distinto. Y ver a uno de los pandilleros más conocidos de El Salvador, un aunténtico prófugo que había sido liberado por el gobierno, conversando con dos periodistas, explicándoles el pacto que habían mantenido con Bukele desde que este era candidato a la alcaldía capitalina, tuvo un gran impacto en la población. Tuvimos la fortuna o la desgracia de eclipsarle en las redes sociales. Durante una semana impusimos la narrativa que él no quería. Un hombre de las características de Bukele no puede soportar eso.

Tiempo atrás, en una vieja entrevista que hicimos por correo electrónco, me explicabas que habías perdido el romanticismo por el oficio, que con el tiempo te habías convertido en mejor periodista pero también eras más cínico. 
Empecé en el periodismo a los 17. La gente de mi generación, la generación que crecimos durante la guerra civil, fuimos adolescentes en una paz muy violenta. Yo he cubierto violencia casi que toda la vida. Y sí, al inicio me entusiasmaba el acto del periodismo por el periodismo, pero a medida que te empiezas a preguntar por los resultados de tu trabajo, la mirada se ensombrece. Es decir, a medida que te dejas de preguntar sólo por la calidad de la pieza, la veracidad de la información, la belleza del artículo, que no digo que haya dejado de hacerlo, pero también empiezas a preguntarte por el efecto que tiene, hay algo que se derrumba. Sigo creyendo que el periodismo cambia las cosas, pero a un ritmo muy cínico. En mi libro El Niño de Hollywood, que escribí junto a mi hermano Juan José, hay una crónica titulada Los migrantes que no importan. Ya en diversos artículos publicados anteriormente en diferentes medios, incluso en la cadena nacional de televisión de México, denunciamos que había un sitio pequeño en en México, en Chiapas, en el sur, que se llamaba La Arrocera, donde violaban a decenas de mujeres todos los días. Eran pequeñas bandas de asaltantes poco organizadas que ni siquiera pertenecían a un gran grupo del crimen organizado mexicano. Apenas tenían un machete y una revólver del 38. ¡Era tan fácil desarticularlos! Lo denunciamos pero no pasó nada durante años. Con el paso del tiempo, después de que violaran a cientos de mujeres más tras nuestras denuncias, hubo algunos resultados. Así es el periodismo, cambia las cosas, pero un ritmo muy cínico o ni siquiera las cambia. A veces incluso las cambia para mal. Pero cuando las cambia para bien, cuando logra que dejen de violar, cuando logra que dejen de matar, cuando logra que el corrupto vaya preso, eventualmente ocurre tarde. Pero yo es la única forma que tengo de intervenir la realidad. No conozco otra.

OSCAR MARTINEZ PERIODISTA EL SALVADOR / Foto: Montse Giralt
Entrevistamos al periodista Óscar Martínez / Foto: Montse Giralt

Sigo creyendo que el periodismo cambia las cosas, pero a un ritmo muy cínico

Un ejercicio casi de resilencia emocional. 
De nuevo, los cambios tardan muchísimo. Aquella lógica de que la diferencia entre saber y no saber marca un estándar en la gente, es cada vez más difusa. Fíjate en el ejemplo de El Salvador, Nayib Bukele es profundamente popular. La gente lo quiere. El 80% de los salvadoreños le han dado la aprobación a pesar de que es el hombre que terminó con los contrapesos institucionales. Ya no existe división de poderes. A nosotros no gobierna un señor y no un gobierno. Además, este señor ha encarcelado a uno de cada 57 salvadoreños en cárceles donde se ha demostrado que hay tortura sistemática. Pero Bukele es sumamente querido, por eso mucha gente desprecia a los periodistas, porque intentamos que sepan. Desprecian el acto de ser informados y desprecian que nosotros les ofrezcamos información. No quieren saber que él pactó con las pandillas que durante años asesinaron a los salavadoreños. Empecé trabajando en un periódico de papel cuando internet tenía una penetración minúscula en un país como El Salvador. Lo que un periódico de papel decía iba a misa. Eso era importante. Eso era creíble. Hoy están las redes sociales, pero eso no es informar.

¿Qué es?
Es opinar sin criterios periodísticos. Elucubrar, especular... Conspirar quizás es un verbo más propio de las redes sociales. Y eso nos quitó a nosotros, los periodistas, un montón de presencia. Y cuando logramos entender cómo se utilizaban las redes sociales, un montón de gente en el gremio las utilizó no con las reglas del periodismo, sino con la dictadura del clic. ¿Cuántos medios poblaron sus cuentas de noticias que no eran noticias sino información infame?. Información no confirmada, sino cositas que salían por ahí. ¿Cuántos medios sobrecargaron a sus periodistas para que tuvieran que hacer 40 cosas en lugar de una, con la idea de las redes sociales? Gran parte de la prensa se desnaturalizó con eso. Yo he visto redacciones en diferentes países con periodistas que no salen a la calle. Redacciones de gente que se pasa el día prendida de una computadora todo el tiempo, obteniendo información para hacer pequeños titulares en redes sociales y producir como si aquello no fuera una redacción, sino una pizzería. Cuando Trump ganó las elecciones, los grandes medios canónicos estadounidenses se preguntaban cómo no lo habían vistor venir. Tal vez fue porque no salieron tanto a la calle como debieron. Quizá no fueron a los pequeños pueblos ferroviarios del interior de los Estados Unidos que se habían ido al carajo, donde la gente estaba totalmente desesperada y de repente creyó que aquel señor rubio sería su salvador. En un mundo donde abunda la baratija periodística y la red social sin contenido, no hay nada más revolucionario que hacer periodismo de profundidad. Todavía no me he desencantado del todo. Aún pienso que si un periodista le presenta una buena pieza en profundidad a un editor, la publicarán. Si un periodista hace solo lo que le pide su redactor jefe, tiene un problema.

En un mundo donde abunda la baratija periodística y la red social sin contenido, no hay nada más revolucionario que hacer periodismo de profundidad

Siempre te rebelaste a tu editor. 
Yo empecé trabajando en periódicos de papel y ahí me pedían de todo. Me tocó cubrir un Mundial de tiro con arco y a mí no me interesa ni el tiro ni el arco. Y el que tiraba las flechas, tampoco. Me tocó ir a verificar al zoológico si un tigre que habían comprado era bizco. Una exclusiva que me ganaron, por cierto.

¿Era bizco?
Era bizco (ríe). Me tocó cubrir inundaciones y elecciones. Y si un dia estaba de turno y ocurría la Teletón, me tocaba cubrir ese infame evento. Pero una vez acababa, me quedaba en la comunidad y alguien me explicaba que se había abierto un pequeño hueco en el suelo. Y vos sabías que ese hueco iba a hacerse más grande y se iba a tragar algunas de casas. Un hoyo que aquel primer dia era del tamaño de un dedo, pero una semana después ya era del tamaño del puño, hasta que acababa comiéndose tres casas. Y si vos volvías una y otra y otra vez, en tu tiempo libre, a veces un minuto, a veces cinco, a veces a almorzar en esa comunidad, a veces media hora, a veces a conversar con un vecino, terminabas escribiendo una crónica que satisfacía tu pulsión periodística. Y después volvías a la redacción y te enviaban a ver a un puto tigre bizco.

Una posible explicación del amor de los salvadoreños por Bukele puede ser la reducción de la violencia, pero es una paz a la que se llega encarcelando y con más violencia.
Una vez me dijeron que el problema de El Salvador es que la gente cree que la violencia se tiene que resolver a balazos. Pero no es exclusivo de El Salvador, también está pasando en Guatemala, en Honduras, en muchos países de América Latina, porque no conocemos la paz y es hora de reconocerlo. No sabemos qué es eso. No lo entendemos. Nunca hemos tenido paz. No conocemos los procesos de reconciliación a través de la paz. No sabemos qué diablos significa la palabra rehabilitación ni cómo se aplica. Las cárceles se manejan como agujeros donde tienes que meter a los malos y nunca dejarles salir hasta que se pudran. Cada vez que ha surgido una idea de solución de problema, ha sido una idea represiva o una idea violenta. Después de la guerra civil vinieron las bandas de secuestradores y entonces la policía empezó a tener grupos de exterminio. Y llegaron las pandillas y el primer plan contra las pandillas se llamó Plan mano dura. Y el segundo plan, Plan supermano dura. Y después nos convertimos en el país más homicida del mundo y permanecimos siendo el país más homicida del mundo durante años, hasta que de repente se rompió el primer pacto con las pandillas que promulgó el primer gobierno de izquierdas. Y tuvimos el año más homicida de El Salvador con seis homicidios por cada 1000 habitantes. Eso era uno de cada 900 salvadoreñoa asesinado. Y después llegó este autoproclamado mesías, para decirnos que él tenía la varita mágica, pero que sólo necesitaba que le diéramos todo el poder. Esa era la única condición que nos pedía: si le dábamos todo el poder y eliminábamos todos los contrapesos, curaría nuestra sociedad. Y desde entonces nos hemos convertido en el país del mundo que tiene la tasa carcelaria más alta. Uno de cada 57 salvadoreños está preso. Es el bucle de la falta de creatividad. El bucle de la idea de la represión.

OSCAR MARTINEZ PERIODISTA EL SALVADOR / Foto: Montse Giralt

Entrevistamos al periodista Óscar Martínez / Foto: Montse Giralt

Bukele logró desmantelar a las pandillas, pero ha encarcelado a decenas de miles de salvadoreños inocentes

A un problema violento, una solución violenta.
Mientras eso se repita, la sociedad va a ser muy parecida a la que hemos conocido siempre. Son soluciones no pueden tener una efectividad rápida: Bukele logró desmantelar a las pandillas, pero ha encarcelado a decenas de miles de salvadoreños inocentes. Y el efecto posterior a esto puede ser la gestación de mucha más violencia. El Salvador es un país en el que cualquier soldado te puede meter preso solo porque le da la gana. Todos los juicios del régimen de excepción son secretos por ley, no puede haber detalles públicos, pero una de las cosas maravillosas del periodismo es que eso no nos importa lo que ellos digan. Conseguimos 600 expedientes. Había gente acusada por el simple hecho de mostrarse nerviosa cuando los soldados los pararon en la calle. ¡Y por ello fueron condenados a tres años en la cárcel. Por mostrar nerviosismo ante un soldado! Las cárceles están llenas de persona inocentes, pero tras años de violencia de las maras, la gente está dispuesta a aceptarlo a cambio de que no haya pandilleros en las calles. Con varios colegas fuimos a hacer un reportaje para saber si las pandillas ya no existían. Entramos en 14 barrios a los que en el pasado no podías entrar. Era imposible. Las pandillas no hubieran matado. Ahora entramos como Pedro por nuestra casa. Empezamos a hablar con la gente. Nos explicaron cómo las pandillas habían sido desarticuladas. Se habían largado y estaban felices. Después les preguntamos si en aquella colonia se habían llevado a gente que no era pandillera. Todo el mundo nos señaló tres o cuatro casos de gente inocente a la que habían encarcelado. Les preguntamos si marecía la pena. Todos respondieron que totalmente. "¿Y si fuera su hijo?".  Y la respuesta era "pero no lo es". Así es una sociedad con un tejido social completamente desarticulado.

¿Qué relación tiene Bukele con Trump?
En Nueva York actualmente hay un macro juicio contra 27 líderes de la mara Salvatrucha de los cuales Estados Unidos tiene sólo a siete. Bukele estaba muy preocupado porque se vantilara su vinculación con las pandillas. Pero Trump le está ayudando a desmantelar eso, a cambio de que Bukele le ayude a prestarse para su juego y su narrativa de la megacárcel concedida. La lógica ahora es esta: Bukele es un aliado fiel y Trump puede enviar a quien quiera a la megacárcel. Pero yo voy a aventurar a decir una cosa, porque la historia ya nos lo ha enseñado, a Bukele le va a salir mal.

¿Por qué?
Bukele va a aprovechar el memento de no tener la atención que sufrió con la administración Biden, donde incluso una encargada de la embajada terminó abandonando El Salvador, comparando Bukele con Hugo Chávez. Aunque ha vuelto a su primavera con los Estados Unidos, que Trump lo recibe, haciéndole creer que es un hombre importante, en una reunión de más de 40 minutos en la Casa Blanca, donde Bukele, por cierto, sólo habló cuatro minutos, le va a salir mal, porque la historia nos ha enseñado que la unión de dos hombres tan megalómanos nunca sale bien. Y cuando Bukele, por alguna razón, no le sirva a Tump. Cuando Bukelem por alguna razón, le pida algo a Trump, que Trump no le quiera dar, como renovar el tratado de protección temporal de los salvadoreños o no deportar masivamente a más salvadoreños. Cuando Bukele ya no le sea útil, Tump lo tratará como basura, que es la manera en la que trata a la gente que no le es útil. Yo creo que eso va a pasar y va a pasar antes de que en 2028 Trump deje el poder, si es que lo piensa dejar.

Trump ha prometido que va a ser el presidente que deporte a más immigrantes. Tiene competencia. En su último año de mandato, Biden deporto a más de 400.000 indocumentados. Obama, durante la demoninada Crisis de los niños, deportó a una cantidad increíble de menores. La diferencia es el discurso. Trump lo ha convertido en un discurso violento

¿Cómo estás viviendo las deportaciones masiva que se están produciendo en Estados Unidos? 
Trump ha prometido que va a ser el presidente que deporte a más immigrantes. Tiene competencia. En su último año de mandato, Biden deporto a más de 400.000 indocumentados. Obama, durante la demoninada Crisis de los niños, deportó a una cantidad increíble de menores. La diferencia es el discurso. Trump lo ha convertido en un discurso violento. Pero los Estados Unidos siempre ha sido un país que ha creído que las deportaciones son una muy eficiente forma de lidiar con con la migración. Y los democratas siempre han formado parte de ello. El que el que empezó a construir el muro con la Operación Hold the Line fue Bill Clinton. Con él empezó el muro en la frontera de Tijuana. Una obra de arte, una performance perfecta de la violencia, porque el muro lo construyeron con pertrechos de la guerra de Vietnam. Si fueran artistas, esto sería maravilloso. Actualmente, hay un presidente que quiere aumentar esta política en términos de propaganda, y una contraparte, los demócratas, que son completamente tibios con este tema, porque saben que en Estados Unidos oponerse a las deportaciones es un posicionamiento perdedor. Ahora es Trump quien lo está haciendo, y además de una forma muy violenta. La situación es muy aterrorizante. Hay gente en Estados Unidos que no quiere salir de su casa. Pero en el futuro vendrá otro presidente y, aunque tal vez de una manera menos propagandística, lo seguirá haciendo. En términos de migración, demócratas y republicanos pueden tener un discurso distinto, pero el transfondo no es tan diferente. 

La mara Salvatrucha es un producto de la deportación.
No empezó en El Salvador. En El Salvador, no existía esta pandilla. Se creó en California. Llegó a El Salvador porque los deportaron y ahí creció. Ahí encontró a miles de adolescentes en un país abandonado después de una guerra civil y creció y creció y creció. Antes de deportarlos, la mara Salvatrucha solo existía en la ciudad de Los Angeles, ahora está presente en 40 estados. No entienden que, a veces, deportar es la idea más estúpida que existe. Y no lo digo en términos morales. Lo digo en términos prácticos. Las maras están presentes en tres países de Centroamérica. Esto genera más migración, más gente huyendo de la violencia de las pandillas. Era fácil tenerlos controlados en una única ciudad, pero se les ocurrió expandirlos por todo el mundo. Pero esta lógica nunca va a cambiar, porque las deportaciones son populares en un sector muy amplio de la sociendad estadounidense.

¿Como se consigue convivir diariamente con la violencia?
Es que yo no conozco otra cosa que no sea la violencia. Nunca he cubierto otra cosa, aparte del tigre bizco. Nunca he vivido en un país que no sea así. Nosotros crecimos en la guerra y a la casa donde vivía eventualmente llegaban combatientes heridos de la montaña y los curábamos. Crecí en una colonia que de siempre ha sido de que de una clase muy popular. Fíjate que los salvadoreños sabemos poco de geografía, pero a esa colonia, Soyapango, la llamaban Soyajevo. La gente no sabe dónde queda Sarajevo, pero saben que es algo violento. También la llamaban Soyapánico i Soyabronx. Siempre crecí así. Siempre entendí la violencia.

OSCAR MARTINEZ PERIODISTA EL SALVADOR / Foto: Montse Giralt
Entrevistamos al periodista Óscar Martínez / Foto: Montse Giralt

Nunca fui un incomprendido. Siempre estuve rodeado de una generación de periodistas a la que quiero y aprecio, que me parece brillante. Estar metido en un agujero, pero no estar solo, lo hace un poco más fácil

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No he dicho que la ejercí, pero la entiendo. Entiendo a un ser humano producto de la violencia. Entiendo a un hombre violento. Lo puedo comprender. Puedo conversar con él y extraer información de esa persona. Hay otra cosa importante: nunca viví ese proceso en soledad. Yo soy parte de una generación de periodistas que tienen más o menos mi edad y que han hecho más o menos lo mismo a lo largo del tiempo. Nunca fui un incomprendido. Siempre estuve rodeado de una generación de periodistas a la que quiero y aprecio, que me parece brillante. Estar metido en un agujero, pero no estar solo, lo hace un poco más fácil. 

¿Cómo se sale de agujero?
Yo tuve algunos privilegios como estudiar en la universidad y, además, en una universidad privada, que en El Salvador no es cualquier cosa. Hay que explicar que en los ámbiente violentos la gente no está perpetuamente en pánico. La vida ocurre. Nosotros íbamos a los bares. Los tres diablos era nuestro local favorito. Una vez vino una colega vasca y aquello le parecía completamente psicótico, porque se produjo un tiroteo, nos agachamos, nos protegimos, pero cuando terminó, seguimos tomando nuestra cerveza. Acabas normalizando algunas cosas. No es que no te llame la atención. No es que quieras que ocurra. Te afecta, pero como es tan cotidiano, como es tan habitual, te adaptas. Te adaptas a saber, reconocer y aprenderte la geografía de un país dividido por pandillas, donde puedes caminar por unos sectores y por otros, no. Lamentablemente te adaptas a eso. Como ahora, la gente se ha adaptado a volver a tener soldados en las calles. Y a saber que si un soldado te para, posiblemente acabes cuatro años preso. Te vas adaptando a lo que hay. El Salvador es un país en el que siempre ha habido una losa de violencia, una imposición de la violencia. 

Ha habido mucho coste personal. ¿Ha valido la pena?
Es imposible que no haya coste personal. Actualmente llevo un mes sin poder entrar al país. El exilio va a ser el último de los costes. Si es que intentamos volver, porque si intentamos volver, puede que sea la cárcel. Tenemos a periodistas salvadoreños que ya toda su familia está exiliada. Hemos tenido que salir del país sin saber cuándo vamos a volver.