"La primera respuesta fue marcharse corriendo", confiesa Oriol Paulo (Barcelona, 1975) cuándo recuerda el momento en que Warner y Atresmedia le propusieron adaptar una novela tan popular como Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena. "De entrada era un marrón, porque es un libro muy conocido, daba mucho respeto". Del susto inicial al entusiasmo, y del material ajeno a la apropiación, hay pocos pasos. Con tres películas y dos series a las espaldas, Oriol Paulo ha sabido imprimir identidad en el cine de género, la autoría no tiene que quedar limitada a un cine minoritario, aquello que decían de arte y ensayo. Comercialidad y sello, industria y personalidad, son compatibles, y el director catalán es un buen ejemplo.

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Las buenísimas recaudaciones de El cuerpo (2012), Contratiempo (2016) y Durante la tormenta (2018), y el impacto de Nit i dia (en TV3) y de El inocente (en Netflix), lo han situado como un seguro de vida, nada habitual en un mundo tan inestable como el del cine. "Sí, ahora mismo puedo escoger", admite, sin dar mucha importancia a un estatus conseguido con un perfil más bien bajo, desde una absoluta confianza en su manera de construir historias y atmósferas, totalmente entregado a una especie de adicción al engaño, a tomar el pelo, a los giros de guion imposibles que dejan al espectador con un palmo de narices. Pero el público de aquí no es el único rendido a un trilerismo marca de la casa: su nombre llenó páginas de la prensa cuando Contratiempo se convirtió en un fenómeno en la China, abriendo la puerta a un sorprendente furor de sus pelis en los mercados asiáticos, con remakes en Corea, India o la misma China. "No lo sé explicar, todo eso es un poco loco", afirma con una sonrisa. "¿Cómo se ve desde fuera? Te explota la cabeza, sí. ¿Qué tengo yo que ver con estos universos? Alguna cosa debe pasar, pero no te lo sé explicar...".

Con Los renglones torcidos de Dios, Paulo y su viejo amigo Guillem Clua (Premio Nacional de Literatura Dramática, autor de obras de teatro como Justícia o Smiley), compañero de batallas desde la época en que los dos formaban parte del equipo de guion de El cor de la ciutat, han adaptado en la pantalla una historia concebida para hacer dudar, donde se confunden puntos de vista y realidad, delirios y percepciones de unos y de otros: la peripecia de Alice Gould, una detective (o eso dice ella), que se hace encerrar en un hospital psiquiátrico simulando (o eso dice ella) una paranoia, con el objetivo de investigar la extraña muerte de un paciente (o eso dice ella); los tirones de hilos y la relación con otros enfermos; el choque de egos y de conocimientos entre la protagonista y el psiquiatra que la cuestiona con argumentos irrefutables (o eso dice él); el misterio resuelto (o no). Nada es el qué parece (o sí).

Situada en los años 70, aunque la apuesta visual y el exquisito trabajo de dirección artística y vestuario sugieran un acercamiento al cine noir de los años 40, la película es juguetona y sofisticada, a ratos operística, y bebe de referentes reconocibles. Y ofrece un duelo de altura entre dos gigantes de la interpretación como Bárbara Lennie y Eduard Fernández. Hablamos con Paulo.

Los renglones torcidos de Dios 1
Este viernes llega a las salas de cine la nueva película de Oriol Paulo, Los renglones torcidos de Dios

Así que la propuesta casi te hace salir corriendo...
¡Es que muchísima gente ha leído la novela! Y yo también. De entrada dije que no, pero enseguida le estaba dando vueltas, pensando en cómo lo adaptaría. Llamé a Guillem (Clua) para explicarle la oferta y sin darme cuenta de ello ya me había metido, atrapado en el mundo de Alice Gould...

Aparentemente, parece una propuesta lógica, coherente con tus pelis.
Sí, tenía una cosa que a mí me atraía mucho, que es el personaje protagonista. Alice tiene todo aquello que a mí me gusta y me atrae de un personaje: es una mujer inteligente, enigmática, misteriosa, con muchas capas. A partir de aquí, y con el recuerdo que yo tenía del libro, que es donde me aferré, y que tenía que ver con los duelos dialécticos de la protagonista con el psiquiatra, lo llevé todo más allá: al fin y al cabo tenía que ser una herramienta en la que el ego es una máquina para confrontar personajes. Y desde este punto, hemos ido construyendo el guion con Guillem.

Esta peli me ha hecho salir de mi zona de confort

¿Podemos decir que llevaste el original a tu terreno, pues?
Sí que intentas hacértelo tuyo, pero también es verdad que esta peli me ha hecho salir de mi zona de confort. Es una película que va con un tempo diferente, que intenta retratar una época, que quiere hacer homenajes al cine de los años 70. Fue muy complicado erigir todo el universo del sanatorio, porque había muchísima figuración... Todos los extras se han tenido que cuidar de una manera exquisita, porque el proceso de casting ha sido muy exhaustivo, cada uno de los figurantes estaba desglosado como si fuera un personaje con entidad. De todos los roles de la novela, algunos están en primer plano, de otros no teníamos margen para darles importancia pero hemos querido que estuvieran, teníamos un coach para cada uno de ellos... Cada vez que plantábamos la cámara para una escena entre Alice y quien fuera, por detrás pasaban muchísimas más cosas. Eso a nivel de rodaje es complejo y te coloca en una zona en la que yo no estaba acostumbrado a trabajar.

Todo es grande, casi operístico, en la peli...
No sé si tiene ese factor operístico que dices o no, para mí la peli tiene tres partes, juega con tres códigos de una manera muy consciente: empieza muy arriba con un código de thriller, da un hachazo y pasa a ser un drama, y llega un momento con una explosión final, que es donde está la resolución. Hay tres actos que realmente son tres partes, y cada una de ellas alimenta la que tiene que venir. Hay una escenificación de enfrentamientos, entre una visión más psiquiátrica y una más visceral sobre una serie de hechos. De eso habla la peli, de la percepción del qué nosotros entendemos como realidad. Y en este tipo de confrontación hay unos tribunales con estructura muy clásica, con unidad de espacio y de tiempo, por lo tanto teatral, que yo rompo para llevarlo todo a mi código. Pero estas confrontaciones siguen estando en pantalla.

Como en todas tus pelis, aquí también está el elemento de trilerismo, de donde está la pelotita, de despistar al espectador constantemente. ¡Eso a ti te encanta!
Sí, sí (ríe). Yo en cada proyecto establezco lo que creo que es mejor para el resultado final. Y aquí, el gran reto estaba en que, en la novela, la parte más trilera está enfocada desde la voz interior del personaje, tiene muchísima. Esta voz interior te explica dónde está, cómo percibe las cosas, y eso hace que el lector viaje con ella de una determinada manera. A la hora de traducirlo en la pantalla, abusar de la voz en off me parecía que era un mecanismo que no tocaba. Queríamos ir a otro lugar, y aquí empezamos a jugar con la estructura cinematográfica.

Los renglones torcidos de Dios - Trailer

¡Las ganas de jugar que no falten!
¡Siempre! Me gusta que el espectador sea parte activa cuando se sienta en la butaca. Y que esta actividad venga de los retos constantes que le propongo. Eso es una cosa que llevo en la sangre, y desde muy pequeño. Siempre explico que crecí leyendo muchas novelas de misterio, mi abuela era una gran devoradora de los libros de Agatha Christie, de Sherlock Holmes, todo eso... Y yo con 14 años me iba de viaje con la caravana de mis padres y en una libretita escribía mis historietas de crímenes, en plan Cluedo, con el mayordomo, la señorita Amapola... Me encuentro muy cómodo, aparte que estas son las pelis con las que más disfruto. Y yo siempre intento hacer películas que pienso que iría a ver.

Me gusta que el espectador sea parte activa cuando se sienta en la butaca

Viendo Los renglones, es inevitable pensar en Shutter Island, la peli de Scorsese. Pero tú hablabas del cine de los 70 como referencia. ¿Quizás Alguien voló sobre el nido del cuco?
Sobre Shutter Island, es evidente que hay alguna cosa temática que se toca. En realidad, creo que los lectores de Los renglones torcidos de Dios siempre hemos pensado que algún responsable de Shutter Island también lo había leído (río). De todos modos, la ejecución de la historia es muy diferente. De hecho, quisimos alejarnos del universo visual de Shutter Island, también en la forma de mostrar el tema de la salud mental. Hemos querido normalizar este elemento, mostrarlo de una manera muy cotidiana. Sí es verdad que Alguien voló sobre el nido del cuco fue una referencia, pero quizás la más importante fue Corredor sin retorno, de Samuel Fuller. Argumentalmente tienen alguna cosa común, alguien entrando en un hospital mental con una segunda intención... Y nos miramos mucho el cine de Claude Chabrol, que retrataba muy bien a la burguesía adinerada, con este tipo de elegancia setentera, una estética que miramos de reproducir.

Repites con la Bárbara Lennie después de Contratiempo. ¿Te has encontrado a una actriz muy cambiada?
Bárbara era condición sine qua non para hacer la película. Ella lo sabía. La llamé durante el confinamiento, cuando teníamos claro el enfoque de la historia, la esqueleta hecha. Se lo expliqué. Sentía que Alice tenía que ser ella, y le dije que sólo haría la peli si ella se sumaba. Le encantó el proyecto y el trabajo con Bárbara ha sido mucho de ti a ti desde el principio. Me he encontrado con una Bárbara muy evolucionada, le han pasado muchas cosas. En Contratiempo ella hacía un personaje importante, pero aquí carga con todo el peso de la historia. Ella es la película. Está escrita y pensada para ella. No me la imagino sin ella.

El otro nombre de peso es Eduard Fernández. ¿Hace respeto rodar con él?
Un poco (ríe). Tenía muchas ganas de trabajar con él y lo veía perfecto para el personaje. Claro que da respeto, porque es de estos actores que uno admira. Eduard puede hacer lo que quiera, la cosa es desde dónde lo hace y cómo lo hace. Hablamos del look que tenía que tener, y nos cogimos mucho a eso de la lucha de egos para fundamentar la construcción dialéctica. Creo que Bárbara y Eduard son dos intérpretes que matizan muy bien, hacen muy pequeño lo que es grande, y muy grande lo que es pequeño. Y es una maravilla trabajar con actores así.

En tus pelis hay un sello propio. ¿Podemos hablar de autoría dentro del cine comercial?
Sí te puedo decir que cuando hago una peli siempre intento que sea muy mía. Hay una parte que no quiero traicionar, siempre tengo muy claro desde dónde quiero trabajar las cosas. Y me gusta pensar que cuando alguien ve una peli mía puede identificar que lo es por una serie de elementos. Al final no sé qué es ser autor o no serlo, es un debate que admite varios puntos de vista, pero sí intento ser coherente con el cine que me gusta e intento dejar mi sello puesto en las películas.

Al final no sé qué es ser autor o no serlo, es un debate que admite varios puntos de vista, pero sí intento ser coherente con el cine que me gusta e intento dejar mi sello en las películas

¿Te veremos haciendo alguna peli que se aleje del suspense en cualquiera de sus variantes?
A mí me encanta hacer lo que hago. ¿Si me verás hacer una cosa diferente? (ríe). No se sabe. A ver, yo tengo un proyecto desde hace mucho tiempo, pero es de cocción más lenta. Bárbara Lennie lo conoce, hemos hablado, y si acabara saliendo sí que haría que me alejara del tipo de pelis que he hecho hasta ahora. Hay gusanillo, sí que lo hay, claro. Al final yo intento ser honesto con lo que siento. Igual que con Los renglones salí corriendo, pero volví diciendo que sí que me veía haciéndola de una determinada manera. Intento pasarlo todo por el filtro de la honestidad, de lo que siento en cada momento. Y te repito, yo he crecido en el género, lo adoro, es un código en sí mismo, y al final estoy haciendo un tipo de cine que para mí es un refugio.

Los renglones torcidos de Dios 2
Bárbara Lennie es la protagonista de Los renglones torcidos de Dios

Han pasado diez años desde tu primera peli, El cuerpo. ¿Has hecho balance?
Sí que lo he hecho, sí. Una de las cosas que tuve claras después de acabar Los renglones torcidos de Dios es que he decidido no tener siguiente película. Quiero darme un tiempo. Aquel año sabático que no me tomé nunca. Tampoco será inmediato, pero sí he preferido detenerme, no quiero decidir en caliente. Necesito un poco de tiempo para ver qué me llena, volver a reconectar conmigo mismo. No por agotamiento, pero sí por conciencia: estoy muy contento de lo que he hecho, y quiero cogerme un respiro para escoger hacia dónde continuar. Siempre me pasa, que intento tomar conciencia, pero ahora es un momento para hacerlo sí o sí, para reflexionar. He encadenado proyectos, tengo uno a la vista, pero una vez lo acabe necesitaré un poco de paz para decidir cuál es el siguiente paso a hacer. Y todo eso con historias que tengo en el cajón, el proyecto que te comentaba con Bárbara que también pide tiempo... Al final, he encadenado dos encargos y toca volver a dedicarme tiempo para mí.

El mayor reconocimiento es seguir trabajando, que sigan confiando en ti, que tengas continuidad

Tengo la sensación de que tu estatus en la industria no va en consonancia con que la gente conozca tu nombre. Y quizás es una cosa que te importa un rábano...
(Ríe) Mira, hay una cosa que siempre dice José Coronado, que es alguien que me ha marcado mucho: el mayor reconocimiento es seguir trabajando, que sigan confiando en ti, que tengas continuidad. Es lo más importante, y en este sentido me siento muy valorado y reconocido. Por otra parte, a mí me gusta mucho separar mi yo personal del trabajo que hago. Así que no te diré que me importe un rábano, pero sí que estoy cómodo así, hago lo que me gusta y no necesito más.