Muchos medios del mundo mundial han abierto su noticiario este lunes con el anuncio del presidente electo de los EE.UU., Donald Trump, de "deportar inmediatamente" a tres millones de inmigrantes. Las portadas lo gritaban, los telediarios se lamentaban y en el país de los tertulianos todo el mundo se ha escandalizado, especialmente en los matinales de las radios. Qué malo, ese Trump.

Es una noticia chocante e hiriente, cierto. Aunque quizá sea más chocante aún que todo un puñado de periodistas no haya hecho la mínima comprobación ni verificación: más tres millones es el número de inmigrantes que ha deportado el presidente Barack Obama en sus dos mandatos. Más que todo el resto de presidentes del siglo XX juntos.

Entre 2009 y 2015, la administración Obama ha deportado a más de 2,5 millones de personas, la mayoría mexicanos, según datos oficiales. Esta cifra no incluye a las personas que se han auto-deportado o quienes los agentes del Servicio de Aduanas y de Protección de Fronteras (CBP) han prohibido la entrada en la misma frontera. Tampoco suma a los deportados de este año, del que todavía no hay datos oficiales. No es equivocado decir que los deportados han sido más de tres millones.

Además, ¿cómo podrá hacerlo "inmediatamente"? Si el año que más deportaciones se ejecutaron es 2013 con 435.498 expulsados (235.413 en 2015) ¿cómo Trump (o Supermán o quien sea) puede expulsar a tres millones "inmediatamente"?

Deportador en Jefe

Entre los inmigrantes, Obama se ha ganado el título de "Deporter In Chief" (Deportador en Jefe), que utilizó el semanario The Economist para titular un editorial crítico con su política de deportación. Esta revista no es sospechosa de activismo progre. Es más bien el estandarte de los liberales inteligentes.

Peor todavía, Obama, por decisión ejecutiva suya y sin apoyo del Congreso, es el presidente que más ha endurecido la vigilancia migratoria. También quien más recursos le ha dedicado. El presupuesto combinado de la Patrulla Fronteriza y del CBP ha pasado de 9.200 millones de dólares en 2003 a 18.000 millones en 2013 y a 20.000 millones en 2016.

Dos cambios legales en noviembre de 2014 son especialmente draconianos. Uno facilitó de hecho a las autoridades de inmigración la expedición de órdenes expulsión sin pasar por el juez. Otro fomentó la colaboración de las policías locales con los agentes de inmigración, de manera que aquellos tienen que informar a estos del status legal de los sancionados por infracciones de tráfico, por ejemplo, cosa que antes, por costumbre legal, no hacían.

Ambos cambios elevaron dramáticamente el número de detenciones y expulsiones de indocumentados. La periodista mexicana Eileen Truax lo relata crudamente en su libro-reportaje "Dreamers", específicamente el caso de los niños y adolescentes llegados a los EE.UU. con sus padres. Son chicos involuntariamente indocumentados, sin ningún papel que legalice su estancia en el país que consideran propio porque es donde han crecido y no conocen otro. No pueden ir a la universidad, ni ser contratados, ni viajar. Arriesgan la deportación en cualquier momento al país de sus padres, país que no conocen ni recuerdan y cuyo idioma a veces no dominan.

Pereza

Obama aprobó dos moratorias, conocidas como DAPA y DACA, en la aplicación de las normas de deportación para esos perfiles, pero la segunda fue tumbada por el Tribunal Supremo en febrero de 2015.

"Delincuentes, no familias. Criminales, no niños. Miembros de bandas, no la madre que trabaja para sostener a sus hijos. Estas serán nuestras prioridades, tal como indica la ley", dijo Obama el 20 de noviembre de 2014 al anunciar aquellos cambios legales.

Es exactamente lo mismo que ha dicho Donald Trump en la entrevista emitida este fin de semana pasado por la CBS, repitiendo sus propuestas de siempre. Es exactamente lo mismo que dijo Hillary Clinton a la convención de periodistas negros e hispanos NAHJ el pasado 5 de agosto. A los periodistas y a los tertulianos de este lunes nos ha dado pereza comprobarlo –nuestro trabajo más elemental– o teníamos ganas de escandalizarnos gratis con el presidente electo, que da audiencia y muchos clics. Seguramente pondremos remedio a todo eso en el siguiente congreso de periodistas. De momento, sigamos: qué malo, ese Trump.