Cuando llevas un tiempo sin seguirle la pista a un artista o a un grupo, una manera de refrescar la memoria y, asimismo, comprobar su estado actual es acudir a YouTube. Con lo cual, entras en la plataforma y, aparte de los videoclips clásicos de los noventa, hay una actuación que te llama la atención: Festival da Jazz en St. Moritz en 2024. El paraje es impresionante, al lado de un lago y rodeado de montañas. Por un instante, te quieres trasladar a ese lugar. Incluso ves a gente con chaquetitas finas (con la que está cayendo aquí, da hasta envidia). Con todo, lo importante es lo que se ve en el escenario y cómo suena. Y, efectivamente, da garantías. Mantienen esa elegancia intacta, la imagen de todos los músicos —con Ross Godfrey como socio principal— es impecable (son conscientes del punto en el que están) y ella, Skye Edwards (todavía impresiona la longitud de sus brazos), tiene esa voz de seda y un glamour meticuloso.

Trip-hop con matices

Morcheeba apareció a mediados de los noventa al sureste de Londres y, como otras bandas de esa época, no se apegaba a un estilo concreto. Vestían sus canciones con retazos de aquí y de allá: el R&B, la electrónica o el rock alternativo. Si bien quizá, si hubiera que etiquetarlos, ese lugar sería el trip-hop. Pero no con una esencia tan pura como la de Portishead, Massive Attack o Tricky. Aquí había más licencias (y, por decirlo de alguna manera, también cierta dispersión). Sus tres primeros discos, los que van de 1996 hasta el 2000 —Who Can You Trust?, Big Calm y, en menor medida, Fragments of Freedom— conforman la época que mejor los define y, a la larga, la más inspirada. Ese cancionero les da para estirar el chicle hasta donde quieran. Como mínimo, y sin ir más lejos, hasta 2025. Es más, en 2003 Skye dejó la banda y su sustituta no cubrió ese vacío (el nivel era muy alto). Eran tiempos inciertos y parte de esa magia quedó derramada por el camino. En 2009, un paso atrás de Edwards con una vuelta inminente. Todo estaba de nuevo en su sitio. Y en 2025, una buena noticia: Escape the Chaos. Pocas veces un título ha dicho tanto con tan poco. Lo que proponen es una huida del ruido y el barullo social. Atmósferas balsámicas, cuerdas que oxigenan y el placer de estar ahí, durante una hora, sin que nada te perturbe.

Volumen alto y sonido funky

Y, con una sensación de déjà vu y la certeza de que el tiempo pasa muy rápido, estamos otra vez en julio y en los Jardins de Pedralbes. A la entrada, por ese umbral, música de Beth Gibbons para ambientar y, de paso, como estrategia, recordar que en una semana la cantante de Portishead estará en ese mismo lugar. Está la clásica figura de cartón del artista que toca ese día, para que quien quiera se haga una foto (la de Michael Bolton de aquel 2017 es insuperable). Ya dentro, desde conversaciones acaloradas sobre el padre de Lamine Yamal (verídico), otros que miran la previsión del tiempo en el móvil temerosos de que esa nube encapotada caiga sobre nuestras cabezas (finalmente no llueve y hace cierta brisa), extranjeros a los que sorprende tanta comodidad (se habla casi por igual inglés, catalán y castellano), y despistados que aún ahora están buscando la butaca correcta. Puntuales, como buenos británicos que son, sale a escena una banda correosa, con un tono muy funky (hay un guiño al Love to Love You Baby de Donna Summer durante Trigger Hippie), un volumen muy alto (¿quizá demasiado?), con una guitarra que chirría y una energía que, como aperitivo, no es la esperada (o incluso la deseada). Las luces también confunden: tan centelleantes que dan ganas de sacar de la mochila las gafas de sol para que no se nos cieguen los ojos. Con el tercer tema, The Sea, cierta aclamación, luego una pieza de su último disco, Call for Love, dedicada a alguien de las primeras filas que, al parecer, lleva una camiseta que les ha gustado (no identificamos ni el mensaje ni el diseño de la misma).

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Morcheeba inauguraron ayer una nueva edición del festival Nits de Barcelona / Foto: Archivo Nits de Barcelona

Morcheeba está en otro plano y la estrategia es otra. Van hacia una jugada más fácil, algo más popular que agrade y no le haga llagas a nadie

Con el sonido todavía alto (es la tónica toda la noche), pero mejor modulado (menos en algunos punteos de guitarra), en Morcheeba se denota algo: están a gusto sobre las tablas. Skye Edwards (menos sensual y más festiva) luce buena voz en Otherwise (tema de 2002). A partir de ese momento, el concierto se sitúa en un punto más idóneo: con cada instrumento en su sitio, subyace esa electrónica que les otorga personalidad, y a la otra parte del dúo titular se le oye correctamente (aunque me lo imagino en el salón de su casa jugando al Guitar Hero). Mientras, Skye se sienta y se quita las botas (¿le están destrozando los pies?) y apuesta por un zapato plano. No le vemos la cara, pero seguro que es de alivio. Ha ganado en movilidad; hasta sube a una niña al escenario con la que baila. De ahí en adelante, Skye hace más partícipe al público (básicamente para reclamar unos coros que luego apenas existen).

Su liga ahora es otra

Con casi una hora de concierto, no hay asomo de aquel espíritu primigenio y misterioso del trip-hop. Ha habido alguien que se lo ha devorado. Sencillamente, treinta años son muchos y ese filón se ha evaporado como si Brístol no estuviera en el mapa. Morcheeba está en otro plano y la estrategia es otra. Van hacia una jugada más fácil, algo más popular que agrade y no le haga llagas a nadie. Así que, de verdad, de aquí en adelante no hagáis caso a lo que encontréis por YouTube. Lo que había (y se oía) en St. Moritz y en ese valle era otra cosa. O así se percibía a través de la pantalla. O bien, que no lo sabemos, adaptan su música según sea el sitio (lo cual tendría mucho mérito). Hay algo ahí que se nos escapa. No obstante, los bises puede que sean similares. En el clásico Summertime de George Gershwin, Skye y Ross se quedan solos, y esta vez sí: esa voz con sabor a humo que tanto hemos añorado durante el concierto (y una guitarra a su altura que pellizca). Pero, sea cual sea la circunstancia, ellos están igual de cómodos. Les da para otros veinte años girando. Otra cosa es que los devotos de su época clásica piquen o no en el anzuelo. Allá cada uno.