Con 81 años recién cumplidos, Monika Maron (Berlín, 1941) es un testimonio privilegiado de la historia. Vivió la caída del muro de Berlín como periodista e hijastra de un ministro del interior de la RDA, a caballo entre el este y el oeste. Este episodio histórico conforma precisamente el telón de fondo de Animal triste, novela que ha llegado a las librerías recientemente en catalán de la mano de Club Editor. Brutal y descarnado, el libro narra la historia de dos amantes maduros que se conocen en los pies del esqueleto de un branquiosauro y que tendrán que existir sin poder vivir juntos. Traducida en todo el mundo, Animal triste, explora la idea del amor como una locura y su pervivencia a pesar de la vejez.

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La protagonista de Animal triste vive el amor cuando ya hace tiempo que ha abandonado la juventud. ¿El amor es igual de violento con la juventud y con la vejez?
Cuando la protagonista explica la historia de su amor, ya es vieja, quizás viejísima y todo. No sabe si tiene ochenta años o cien o justo setenta. Cuando vivió este amor, ya no era joven, pero todavía no era vieja, y sin embargo persevera en el estado del amor. El amor es un sentimiento que rehúye cualquier valoración absoluta, racional.

La protagonista vive con cierto sentido del ridículo ser mayor de edad y cumplir el "cliché de la persona enferma de amor". ¿Es porque entendemos que el amor cuando es 'enfermedad' sólo puede ser cosa de jóvenes?
Según mi opinión, la edad limita el grado de cumplimiento que se puede alcanzar en el amor. Por eso la mayoría de personas prefiere recordar el amor que exponerse. Pero también hay historias de dramas amorosos en residencias de ancianos, aunque no satisfacen nuestras concepciones estéticas, porque les falta la gracia de la juventud.

¿Por qué se habla menos, del amor que no va asociado a la juventud?
La visión de una pareja que sufre dolor articular al abrazarse nos resulta cómica o incluso desagradable, porque queremos ligar el amor a una imagen bonita.

El amor rehúye cualquier valoración racional

En la novela también aparece el debate sobre vejez y la sabiduría: "Todas las cosas buenas que se dicen sobre la vejez son tonterías o son mentira." ¿Lo cree así, usted?
No creo que con la edad nos volvamos más sabios. Son las experiencias las que nos hacen más inteligentes. Y experiencias tenemos cuando somos jóvenes, antes de hacernos mayores. Cuando ya somos mayores, podemos reflexionar sobre las consecuencias de las decisiones que hemos tomado, pero ya no las podemos cambiar. Y aunque pudiéramos, seguramente volveríamos a tomar las mismas decisiones, porque seguimos siendo las mismas personas, con un temperamento y un talante propios.

¿El problema es que quizás el precio a pagar por esta sabiduría es demasiado?
Desconozco cuál es este precio, pero yo pagaría lo que fuera por ser sabia.

La protagonista también tiene una relación difícil con su cuerpo. ¿Lo que crea esta relación es envejecer?
Hay personas, sobre todo mujeres, que tienen una relación complicada con su cuerpo a lo largo de toda la vida, porque se encuentran gordas o sienten que son culonas o paticortas. Quizás para ellas la edad incluso les quita un peso del encima, porque ven que las mujeres bonitas también dejan de tener buena pinta.

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¿Nuestro propio cuerpo se puede convertir en una cosa que, en cierta manera, nos repugna?
Todos vemos cómo decae nuestro cuerpo y eso nos inquieta, ¿pero que nos repugne...? Eso querría decir que nos repugnaríamos a nosotros mismos. Cuando vemos que la piel se nos marchita, más bien sentimos compasión, pero quien no quiera morir joven se tendrá que reconciliar con la vejez.

Por encima de la narración plana también el contexto político de los años del final de la URSS y de la caída del muro de Berlín, una época que usted vivió en la ciudad. ¿Lo recuerda con la conciencia que estaba viviendo la historia?
Sí, claro.

¿Cómo fue despertarse al día siguiente de la caída del muro?
No me desperté porque aquella noche no dormí, me la pasé delante del televisor. En aquella época vivía en el oeste, en Hamburgo. Al día siguiente fui a Berlín. Fui hasta donde vivía mi madre, que era comunista, llamé al timbre y le hice un grito desde abajo en el jardín: "¡Yo soy la vencedora de la historia!" Los comunistas siempre lo afirmaban de sí mismos: decían que eran los vencedores de la historia.

En la RDA no habría podido escribir un libro como Animal triste

¿Qué significó la caída del muro para usted como periodista y autora?
Por fin me sentía libre. Aunque ya vivía en Hamburgo, mientras existió la República Democrática Alemana estuve encadenada. Seguramente no habría podido escribir nunca un libro como Animal triste si la RDA hubiera seguido existiendo. Hasta que no desapareció, no me planteé que no había escrito nunca un libro sobre el amor, ya que no había podido evadir la situación política que me sujetaba y que había marcado toda mi vida.

En el libro los dirigentes de la RDA y de la URSS aparecen como una "banda criminal". ¿En qué sentido los considera criminales?
Mintieron, engañaron y robaron. Cerraron a todo un pueblo, reprimieron la libertad de expresión y arruinaron la economía del país. Gobernaban como si el país fuera suyo, hacían política como una banda criminal.

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La novela retrata el periodo posterior a la caída del muro como una época en que todo el mundo se aferraba a las certezas de aquello conocido. ¿Era una respuesta a la incertidumbre?
La reacción a la caída del muro no fue unánime. Al principio, la mayor parte de la gente simplemente era feliz porque se sentía liberada. Más adelante, cuando se empezaron a notar las consecuencias económicas y mucha gente perdió el trabajo y se vio que en la vida cotidiana no quedaba piedra sobre piedra, en que todo perdía validez, hasta los sellos, la situación exigió a cada uno un esfuerzo inmenso y, claro está, mucha gente se sintió superada y se aferró a las últimas certezas, aunque casi nadie quería volver a la situación anterior.

La protagonista ve su vida, como muchas otras en la Europa del Este, como una cosa "gobernada por el absurdo". ¿Qué relación tiene el absurdo con el contexto político del comunismo?
Es una pregunta difícil. Al fin y al cabo, en la vida hay muchas cosas absurdas, no solamente en el comunismo. Si uno reflexiona bastante tiempo en torno a la existencia humana, un montón de cosas le resultarán absurdas. ¿Por qué fabricamos bombas que podrían extinguir a toda la humanidad? ¿Por qué temblamos ante una pandemia, pero al mismo tiempo nos matamos con guerras? ¿Por qué producimos en cadena cosas que no necesita nadie, pero al mismo tiempo denunciamos el despilfarro de recursos? ¿Por qué nos obsesiona tanto inventar un humano artificial que sea mejor, más inteligente y sobre todo más eficiente que el humano natural? Etcétera, etcétera. Yo, por ejemplo, utilizo siempre el sistema de navegación, aunque sé que empeoro mi sentido de la orientación, que ya de normal no es muy bueno. Todo eso me parece absurdo.