Madrid, 9 de diciembre de 1715. Quince meses después de la ocupación borbónica de Catalunya y de la conclusión de la Guerra de los Catalanes (segunda y última fase de la Guerra de Sucesión hispánica en la península). El Consejo de Castilla, el equivalente al actual Consejo de Ministros— decretaba un nuevo régimen fiscal para Catalunya: el "Real Catastro", una tributación de guerra que estaría vigente durante medio siglo y que, posteriormente, se ha renovado y se ha transformado hasta convertirse en un espolio permanente y eterno. Y, sin embargo, a partir de 1750, Catalunya, iniciaría un espectacular despegue económico y demográfico, sin réplica en ningún otro país del sur de Europa, que los historiadores han denominado "el milagro catalán". ¿Cómo podía ser que un país sin recursos naturales y con un régimen en contra, fuera capaz de situarse en la casilla de salida de la Revolución Industrial?

El falso mito de la ilustración borbónica

Una parte de la historiografía española, la más inclinada a la construcción y difusión de un relato nacionalista, ha insistido hasta la extenuación que la explosión económica y demográfica catalana de la segunda mitad del siglo XVIII era consecuencia de las políticas ilustradas del rey Carlos III. Y en este punto, se quiere ver el Decreto de Libre Comercio con América (1778) como el pistoletazo de salida de aquel fenómeno. Pero eso es un falso mito. El "milagro catalán" clavaba sus raíces en las décadas finales del siglo anterior. Las fuentes documentales, ampliamente estudiadas y divulgadas por el historiador Pierre Vilar, revelan que a partir de 1680, Catalunya es una potencia fabricante y exportadora de textil, armas, barcos y alcoholes destilados. Y en la misma época el cronista Feliu de la Penya divulga la idea de que Catalunya ha desarrollado un espacio económico propio.

Barcelona. Plan|Plano de Palau (finales del siglo XVIII). Fuente Wikimedia Commons
Barcelona. Pla de Palau (finales del siglo XVIII). Fuente Wikimedia Commons

La bonanza catalana y la revolución austriacista

El crecimiento económico catalán de finales del XVII hacia un modelo mercantil que situaba el país en el umbral de la Revolución Industrial; explica el posicionamiento político de Catalunya en la Guerra de Sucesión hispánica (1705-1714/15). A la víspera del Pacto de Génova y del desembarque de Carlos de Habsburgo en Catalunya (1705), las clases mercantiles europeas —la catalana incluida— eran opuestas a los regímenes absolutistas (como el borbónico) que se habían edificado sobre un principio que no distinguía autoritarismo y arbitrariedades, y que perjudicaba notablemente los negocios. El decreto borbónico de prohibición de comercio con Inglaterra y con los Países Bajos (1701), potencias de la alianza internacional austriacista; y principales socios comerciales de Catalunya, sería un buen ejemplo de estas arbitrariedades, capaces de trinchar la economía de un país.

El régimen borbónico y la ruina de Catalunya

Y decimos que perjudicaban la economía de un país, porque Catalunya, antes del estallido de la Guerra de Sucesión hispánica en los campos de batalla continentales (1701), ya había desarrollado una "agricultura industrial". Durante las últimas décadas del siglo XVII, las comarcas del litoral y del prelitoral catalanes ya habían iniciado la sustitución del tradicional cultivo de cereal, por los "cultivos industriales": la viña, destinada a la producción de alcoholes destilados; y el cáñamo y el lino, destinados a la confección textil. Por lo tanto, una medida drástica y, totalmente inopinada (¡o no!), como la prohibición borbónica de comercio con las potencias atlánticas; condenaba la economía y la sociedad de un país entero. El intento de confiscación y expulsión de Arnold Jager, un comerciante neerlandés naturalizado catalán, presentado por el régimen como un caso de público escarmiento, haría el resto (1702-1704).

Representación de Barcelona en la Primera Revolución Industrial (1850). Fuente Vikimedia Commons
Representación de Barcelona en la Primera Revolución Industrial (1850). Fuente Wikimedia Commons

La nueva hornada de negociantes de la posguerra

Después de la guerra y de la ocupación borbónica, Catalunya había quedado carbonizada. Los ejércitos de ocupación francocastellanos de Felipe V habían trinchado el aparato productivo catalán. Y lo mejor de la sociedad catalana —la clase emprendedora que había situado el país en el umbral de la Revolución Industrial— había desaparecido: muertos en los campos de batalla, consumidos en las mazmorras borbónicas, o desposeídos en el exilio. Y, además, Catalunya fue sometida, durante décadas, a una brutal tributación de guerra que tenía el propósito de amputar la fuerza económica del país (el nervio de la revolución austriacista). El profesor Josep Maria Torres y Ribé (UB), en sus diversos trabajos de investigación, confirma que la nueva generación de comerciantes catalanes surgida a medios y a finales del siglo XVIII no tenía ninguna relación genética con las estirpes mercantiles anteriores a 1714.

La recuperación de los mercados perdidos

Pero, sorprendentemente, la sociedad catalana fue capaz de desafiar el destino y de iniciar un despegue económico y demográfico espectacular; que, por su extraordinaria excepcionalidad, ha sido motivo de debate de la investigación historiográfica. El historiador Pierre Vilar ya apunta las primeras causas que explican este "milagro". Vilar nos dice que, a partir de 1750, se recuperó progresivamente la fabricación vitivinícola y textil. La economía catalana retornó, muy lentamente, a las plazas comerciales perdidas después de 1714 (Inglaterra, Países Bajos); y, incluso, ganó nuevas plazas hasta entonces desconocidas (América colonial hispánica). Este espíritu de empresa —de recuperación de mercados perdidos y de conquista de mercados nuevos— estimularía un proceso de transformación constante que cambiaría, para siempre, la fisonomía del país.

Representación de una fábrica de Barcelona (principios del siglo XIX). Fuente Wikimedia Commons
Representación de una fábrica de Barcelona (principios del siglo XIX). Fuente Wikimedia Commons

Una sociedad de emprendedores

Vilar nos cartografía la ruta de aquel viaje; pero la respuesta a la pregunta inicial nos la da el profesor Antoni Simón i Tarrés (UAB), que nos confirma que Catalunya no tenía fuentes de energía destacables (carbón, hierro); ni podía destinar grandes extensiones al cultivo de "plantas industriales" (algodón, viña). Sin embargo, en cambio, la habilidad de los negociantes catalanes (que habían reabierto pacientemente los viejos mercados y que se situaban prudentemente en nuevos mercados desconocidos) generaría una demanda de producto que la economía y la sociedad catalanas, asumirían como un estímulo, casi como un reto. Naturalmente, este recorrido fue posible porque el país dispondría, progresivamente, de capital humano (la demografía se estaba recuperando) y de capital social (de las primeras empresas de la posguerra).

La tradición negociadora y contractualista

Ahora bien, Catalunya no era el único país productor de viña de la península Ibérica. Y, por lo tanto, el "milagro catalán" habría podido ser, también, el "milagro castellano". Pero según el profesor Simón i Tarrés, lo que acabaría de explicar la excepcionalidad del "milagro catalán" sería la existencia de una vieja cultura política de negociación y jurídica contractualista —surgida durante la Edad Media que, en el transcurso de los siglos, habría trascendido a todos los ámbitos de la sociedad y de la economía; y que en los países de la Corona castellanoleonesa estaba totalmente ausente. En la Catalunya de la derrota de 1714, los gremios (núcleo de la Revolución austriacista de 1705; y depositarios y transmisores de esta cultura negociadora y contractualista) serían duramente perseguidos por el régimen borbónico. El "milagro catalán"... ¿obra de la ilustración borbónica? ¿Obra de un régimen y de un Estado en contra?