Uno no sabe cómo es una persona hasta que no lo ve vestido para ir a un festival, el outfit entero, una performance con patas. Es ahí donde reside la sinceridad más honesta: en cómo queremos que los demás nos retengan en su retina en momentos de máxima expresividad. El Festival B es el lugar perfecto para radiografiar los diferentes estilos que por ahí se pasean: una marabunta de brillos, plataformas, transparencias, faldas de colegiala —gracias Britney— y tops de los cortos remezclados con pantalones tejanos, camisas medio abiertas o blusas de flores, porque radicalidad y sobriedad son dos caras de una misma moneda que jamás serán excluyentes entre estas paredes. El Parc del Fòrum acogió a todos los géneros posibles y les hizo la ola, y unas 8.000 personas reivindicaron sin quererlo el poder unificador de la música.
Veteranía y voces emergentes se dieron la mano en un cartel que juntó a mitos vivos como Los Planetas con grupos neonatos como La Plazuela, ambas formaciones de Granada y que representan a la perfección el alma mater de un festival con personalidad propia. El antiguo Cara B se ha consolidado como el escaparate de las nuevas expresiones de toda una generación sin renunciar a los oríogenes. Si el grupo indie liderado por Jota fue uno de los más multitudinarios, con un público que subió la media de edad de la noche, el dúo formado por Manuel Hidalgo y Luis Abril reventó expectativas y se convirtió en el más esperado, el más divertido y el más disfrutón. Con su particular mezcla entre flamenco, sonoridades poperas, funk y electrónica, el dueto dominó a la perfección a un público fantasiosamente entregado, y regó las semillas de un grupo que sin duda va a ir a más.

El pop de Alizzz convive con la pureza flamenca de Israel Fernández
Alizzz volvió a protagonizar una de esas sesiones entre íntimas, fiesteras y resacosas que el catalán domina a la perfección. El alter ego de Cristian Quirante, cuya fama subió como la espuma por ser el productor de C.Tangana, volvió a rodar por la ciudad con su rollo misterioso e incógnito y con una propuesta casi idéntica a las que lleva reproduciendo durante el último año y medio. Con un tono algo afónico, no fue una de sus mejores noches pero logró que el público apenas se diera cuenta mientras saltaba con temas como Superficial, Salir, Todo me sabe a poco o Amanecer —sin Rigoberta Bandini—. Algo similar les pasó a Cariño, el trío femenino madrileño de indie pop que llenó la pista incluso con un sonido deficiente que difuminó su propuesta, mientras que Carolina Durante o el grupo Mujeres pusieron la guinda rock a una noche transversal como pocas.
Pero el arte mayúsculo lo protagonizó el cantaor Israel Fernández a primera hora de la noche, o última de la tarde, todavía con el cielo iluminado. Acompañado de Diego el Morao, fue como la reencarnación de la pureza flamenca más sentía, un tablao repleto de maestría que construyó uno de los momentos más bellos del festival. El artista empezó solo y a capella pero llenaba el escenario como solo lo hacen los grandes. Con una voz limpia y cristalina, como de otro mundo, subió al escenario para explicar con solidez que hay dones que se tienen o no se tienen, y que él va sobrado. El mestizaje representado en el Festival B es el que debería estar en todos los espacios del mundo: una habitación especial donde diversidad y normalidad sean una sola cosa.
