Hércules pagó su penitencia realizando doce trabajos casi imposibles. Era la manera de conseguir el perdón por haber matado a su mujer y a sus hijos en un ataque de locura que, por cierto, provocó Hera. Quizás os habéis sentido Hércules un día en Renfe con cortes por obras, un día de logística familiar frenética, con hijos enfermos y abuelos no disponibles. O quizá, ahora sí, os habéis sentido Hércules haciendo facturas electrónicas. Doce trabajos como si fueran 320. Un castigo para lograr la redención o la divinidad. ¿Y sabéis qué? Ya había oído comentarios antes de enfrentarme a ello. De amigos, de mi novio, que es autónomo, algún tuit. El mito de las facturas electrónicas. Y me atreví a pensar que no era para tanto. Y con ese pensamiento, Hércules o el Ayuntamiento que ahora me ha pedido la factura debía de reírse, como ríen quienes saben lo que viene, como ríen quienes saben que sí, que es para tanto. Y tanto que lo es.

Quizás os habéis sentido Hércules un día en Renfe con cortes por obras, un día de logística familiar frenética, con hijos enfermos y abuelos no disponibles. O quizá, ahora sí, os habéis sentido Hércules haciendo facturas electrónicas

Todo empieza cuando tú ya has hecho el trabajo. Lo has preparado, lo has llevado a cabo (una charla, un texto). Y llega esa mañana, unos días después (te ha rondado por la cabeza antes, pero lo habías olvidado), y vuelve en un momento radiante en el que dices: “Ahora tengo un rato, voy a hacer esa factura”. Entonces no sabes nada, aún, porque hace buen día y has tomado café y piensas que le vas a dedicar veinte minutos como mucho (que vas a coger y copiar el modelo de otra que ya tengas hecha y la vas a enviar). Vuelve a reír Hércules, peleando con las cabezas de la Hidra de Lerna. De hecho, ya hubo un primer paso hace días, que fue presentar un presupuesto. Ahora resulta que tienes que hacer otra cosa: registrarte como acreedora. Primero tienes que entrar en la sede electrónica del ayuntamiento, necesitas el IdCAT Mòbil. Todo es confuso: la nomenclatura, las pestañitas. Tardas en llegar al sitio, pero más o menos te vas saliendo. Hasta que tienes que adjuntar documentos. A ver, búscalos: un certificado bancario (no es difícil, ve a la app del banco), una copia del DNI (fotografiada o escaneada), y una ficha que te adjuntaron en un correo debidamente cumplimentada. Y firmada. ¿Cómo la firmo? Con el IdCAT, pero no Mòbil, con el IdCAT Certificat. Ah, no lo tengo. Hércules ha vencido al toro de Creta y lo lleva a Micenas. Tú no puedes adjuntar los documentos en el apartado de e-trámites del ayuntamiento porque superan el peso. Todo el rato superan el peso. Cuando no, están en un formato que no admiten, solo admiten el formato XMX (¿qué es XMX? Nunca en mi vida había oído hablar de XMX). No sabes cómo han pasado dos horas y no has completado ningún proceso. Se detectan errores, hay tres apartados en rojo. Quizá es el servidor, lo pruebas con Explorer. Vuelve a entrar. Prueba lo mismo y llega al mismo punto, siempre al mismo punto. Manda un correo con dudas, haz llamadas. “Les informamos de que en su factura deben constar los siguientes datos: dinamización comunitaria, expediente y resolución”. No sé de qué me hablan. Puedes perder tres mañanas o tres vidas intentando cuadrarlo. De hecho, todo parece minuciosamente preparado para que nunca pueda cuadrar del todo. Pero por un momento parece que quieren salvarte. Te envían un pdf lleno de negritas con las instrucciones sobre cómo proceder, que debe de ser como si te enviaran las preguntas del examen, pero que está en un idioma que he descubierto que no hablo y en una entidad superior que actúa sin lógica alguna. La servidumbre de los protocolos en esta nuestra hipermodernidad, que explica Íngrid Guardiola.

Tienes treinta pestañas abiertas. Veinte documentos descargados. Tres conversores de pdf a XMX. Te arrancarías los pelos. El tiempo se acaba. Vuelve a adjuntar el documento. Decimoquinto sms del IdCAT Mòbil, contraseña: 666. Ya has dedicado más tiempo a la factura que a preparar la charla o a desplazarte hasta el otro extremo de Cataluña, que es donde la diste. Ya habrías encarrilado otra novela

Hércules se enfrenta al último trabajo, al perro Cerbero del inframundo. Y tú has perdido el juicio hace horas. Tienes treinta pestañas abiertas. Veinte documentos descargados. Tres conversores de pdf a XMX. Te arrancarías los pelos. El tiempo se acaba. Vuelve a adjuntar el documento. Decimoquinto sms del IdCAT Mòbil, contraseña: 666. Ya has dedicado más tiempo a la factura que a preparar la charla o a desplazarte hasta el otro extremo de Cataluña, que es donde la diste. Ya habrías encarrilado otra novela. Pero hay un momento en el que ya es una cuestión de dignidad. Llegaré hasta el final: son ellos o yo. E-trámites, códigos, archivos, vocablos. Pero ¿sabéis qué? A veces no se llega al duodécimo trabajo. A veces piensas: ¿200 euros? A la mierda los 200 euros. Y apagas el ordenador y sales de casa, huyendo, al mundo real, queriendo olvidar. Pero llevas en la cara la desolación de los vencidos.