Wassy (Provincia de la Champaña, reino de Francia), 1 de marzo de 1562. Hace 459 años. Francisco de Lorena —duque de Guisa— ordenaba el asesinato de veintitrés feligreses calvinistas que se habían congregado en una granja local para oficiar su liturgia. Aquella masacre, denominada la Matanza de Wassy, impulsaría la primera de las tres mal nombradas Guerras de Religión, un conflicto político entre las principales casas nobiliarias francesas que devastaría, sobre todo, a Occitania. El conflicto francés aceleraría un fenómeno migratorio que resultaría decisivo para Catalunya. Desde 1540, pero sobre todo a partir de 1562, y hasta 1640; miles de inmigrantes occitanos —que huían de la guerra y de la devastación— atravesaron los Pirineos y se establecieron en Catalunya. Un fenómeno demográfico, cultural, y económico; que cambiaría para siempre la fisonomía del país.

Grabado de Perpinyà (1642). Fuente Archivo Departamental de los Pirineos Orientales

Grabado de Perpinyà (1642) / Fuente: Archivo Departamental de los Pirineos Orientales

¿Por qué en Catalunya?

La Peste Negra del siglo XIV y las Guerras Civiles del siglo XV, habían conducido el país a mínimos demográficos históricos solo comparables a la centuria del año 1000. Pero la victoria de los remensas (1486) —que marcaba el principio del fin del régimen feudal— transformó Catalunya en un país de oportunidades; en una sociedad que, rápidamente, transitaría de un paisaje de semiesclavitud a un modelo de pequeños propietarios o de arrendatarios en condiciones muy mejoradas. La recuperación de masías y fincas abandonadas durante la peste y sus rebrotes; la transformación de grandes masas forestales en tierras de labranza; la reconstrucción de infraestructuras destruidas durante las guerras (caminos, puentes, riegos, hostales), y la apertura de nuevas rutas comerciales hacia el Atlántico; generaron una fuertísima demanda de mano de obra que la escasa masa poblacional del país no podía cubrir.

Grabado de Tarragona (siglo XVII). Fuente Biblioteca de la Universidad de Valencia

Grabado de Tarragona (siglo XVII) / Fuente: Biblioteca de la Universidad de Valencia

¿Quiénes eran aquellos occitanos?

Las fuentes documentales revelan que la primera gran ola migratoria occitana (siglo XVI) fue, básicamente, masculina. Aquellos inmigrantes, generalmente hombres jóvenes y solteros, pasaron a ocupar el estrato más bajo de la sociedad; como jornaleros agrarios y ganaderos, como aprendices del aparato artesanal, o como grumetes de la marina mercante catalana. No obstante, muy pronto adquirieron un papel destacado en la sociedad catalana de la época. Se puede decir que la Catalunya del siglo XVI era un país de viudas. Los accidentes laborales, las epidemias cíclicas o el clima de violencia generalizado —que desembocaría en el fenómeno del bandolerismo—; atacaban especialmente a la población masculina adulta; y en este punto es donde entrarían en juego los occitanos. Entre 1540 y 1620, el 25% de los matrimonios que se celebraron en el país fueron entre una viuda catalana y un mozo occitano.

Grabado de Girona (1612). Fuente Cartoteca de Catalunya

Grabado de Girona (1612) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

La maldición de quedar viuda

La pretendida tradición de igualdad —cuando menos, de tendencia a la igualdad— entre géneros en la Catalunya medieval, es un falso mito que no va más allá de algunas pequeñas licencias a las mujeres de clase privilegiada. La sociedad catalana medieval, y la de 1500, era de fábrica claramente patriarcal. Y eso quedaba patente en muchos aspectos de la vida cotidiana. Por ejemplo, cuando moría un cabeza de familia el derecho catalán ponía en marcha unos mecanismos que no estaban pensados, precisamente, para garantizar la subsistencia de la viuda. Si esta no había engendrado hijos de su marido, se ejecutaban los "espolios", que obligaban a la viuda a devolver a los suegros la dote que el difunto había aportado al matrimonio. Y si había conseguido engendrar descendencia, el lote del difunto pasaba directamente al hijo herederoa pesar de ser menor— y ella se quedaba en un limbo legal como "usufructuaría".

El rector, el viudo y la viuda

Además, aquella arquitectura social de traza patriarcal, ponía mil obstáculos a las viudas que pretendían sacar adelante el negocio familiar —agrario, menestral, o marinero. Las fuentes documentales van llenas de relatos que revelan las intensas gestiones que los rectores parroquiales iniciaban a partir de una defunción: encontrar a un marido para la viuda, con el propósito de evitarle la miseria que se le venía encima. También las fuentes documentales revelan matrimonios más que forzados, entre viudo y viuda, convertidos en auténticas tragedias. Un ejemplo muy ilustrativo, por ejemplo, sería el matrimonio entre el viudo Roig de los Carbonells y la viuda Roca; en Vallfogona de Riucorb (comarca histórica de la Baixa Segarra) a finales del XVI. Uno de los retoños de la viuda, Pere, era de naturaleza rebelde; y el padrastro pretendía disciplinarlo con el "hierro candente" (hierro incandescente). Pere acabaría vertido al mundo del bandolerismo, con un final trágico.

Grabado de Manresa (1652). Fuente Centro de Estudios del Bages

Grabado de Manresa (1652) / Fuente: Centro de Estudios del Bages

¿Por qué con un mozo occitano?

Cuando hablamos de viudas, podemos caer en el error de imaginar que se trataba de mujeres de edad madura. Nada más lejos de la realidad. A finales del siglo XVI y principios del XVII, la mayoría de las viudas catalanasy europeas— se situaban en la franja de edad entre los 25 y los 30 años, y ya tenían descendencia de su primer matrimonio. Este grupo mayoritario esquivaba los "espolios", pero —por todo lo que hemos dicho— se veían abocadas a un segundo matrimonio. Y en aquel contexto las viudas catalanas encontraron una válvula de escape al control social: la boda con jóvenes occitanos; hombres jóvenes, fuertes y experimentados en las tareas agrarias, menestrales o marineras; capacitados para asumir el rol de "cabeza de familia"; y, sobre todo, de elección directa. En estos casos, la iniciativa —y la elección— corría a cargo de la viuda; y el papel del rector parroquial quedaba, prácticamente, limitado al oficio del sacramento matrimonial.

¿Quiénes eran los mozos occitanos?

Los matrimonios entre viudas catalanas y jóvenes occitanos se concertaron, casi siempre, dentro de lo que, en la actualidad, denominaríamos "la burbuja familiar". Las fuentes documentales nos revelan que los candidatos a matrimonio occitanos, principalmente, trabajaban y residían en la misma casa que la viuda; en calidad de jornaleros o de aprendices. Las fuentes, otra vez, nos aportan una franja de edad muy amplia —que va de los 15 a los 30 años; sin embargo, los matrimonios entre un mozo de 16 o 17 años, y una viuda de 26 o 27; son muy habituales. En aquella elección jugaban muchos factores. Y la juventud del nuevo marido era vista como una garantía de longevidad y de reproducción, que en aquella sociedad de pequeños propietarios tenía mucha importancia: los "brazos para trabajar" (la descendencia) eran la auténtica fuerza motriz de generación de recursos en aquella Catalunya en plena expansión económica.

Grabado de Lleida (1562). Fuente Instituto de Estudios Ilerdenses

Grabado de Lleida (1562) / Fuente: Instituto de Estudios Ilerdenses

¿Cuál se el resultado de aquel fenómeno?

Según la investigación historiográfica moderna, aquel fenómeno afectó entre un 30% y un 40% de la población del país. Tanto en la costa como en el interior. Los jóvenes occitanos, convertidos en "cabeza de familia" catalanas, tuvieron una importancia decisiva en el enderezamiento demográfico, económico y cultural del país. Entre 1540 y 1640, Catalunya fue el único país de Europa que dobló su población y que cuadruplicó la producción. Pero, sobre todo, cambió totalmente la fisonomía de su sociedad. Los catalanes del XV, que los viajeros europeos dibujan como una gente muy perezosa y extremadamente violenta, se entregaron a una cultura del trabajo que tenía una inequívoca huella protestante. Y la lengua catalana medieval, mestizada con el gascón y el languedociano, se distanciaría de las lenguas iberorrománicas —evitando la amenaza expansiva del castellano— y se transportaría hacia la modernidad.