Girona, 12 de diciembre de 1809. Después de un asedio de siete meses, el ejército del Primer Imperio francés saltaba las murallas y tomaba posesión de la plaza. Cuando se produjo aquel asalto, ya hacía un año y medio que los Borbones españoles Carlos IV y Fernando VII se habían vendido la corona a Napoleón Bonaparte. Y que el nuevo propietario del trono de Madrid había separado Catalunya del reino español y lo había incorporado al Primer Imperio francés. Sin embargo, en Catalunya se había producido una fuerte oposición a aquel nuevo estado de cosas que la historiografía española ha catalogado como una manifestación de patriotismo español. Después de la resistencia y caída de Girona, se produciría la de Lleida (13 de mayo de 1810) y la de Tarragona (29 de junio de 1811). ¿Pero, realmente, aquellos resistentes eran patriotas españoles? ¿O simplemente eran antibonapartistas?
El concepto patria
Cuando se produjo la incorporación de Catalunya al Primer Imperio francés (1808), el concepto patria era totalmente desconocido por la inmensa mayoría de la sociedad peninsular. Especialmente por las clases populares. Y la sociedad catalana de la época no era una excepción. El concepto moderno de patria, tal como lo conocemos actualmente, fue creado durante la Revolución Francesa (1789-1799); y su ámbito de difusión quedó ceñido al territorio de la República Francesa y a los de los estados satélites de París que habían importado el modelo revolucionario. Durante esta etapa, el régimen borbónico español se empleó en crear una especie de cordón sanitario en los Pirineos con el objetivo de impedir la importación de ideas revolucionarias. De tal forma que, los antibonapartistas catalanes desconocían totalmente el concepto moderno de patria.
¿Quiénes eran estos resistentes?
Los recientes trabajos de investigación de Jesús Conte (Barcelona sota la bota de Napoleó; Tibidabo, 2021) y de Antoni Gelonch (Napoleó, la Revolució i els catalans; Viena, 2021); nos dibujan con una gran precisión el perfil de aquellos resistentes. Eran, en buena parte, las clases populares que, influidas por el discurso eclesiástico antirrevolucionario, pensaban que el nuevo régimen bonapartista pretendía destruir los modelos de vida tradicionales. En aquel momento ya hacía un siglo que los Borbones habían liquidado el edificio político catalán y habían proscrito la lengua y la cultura catalanas (1714). Pero el sentimiento de catalanidad, representado por aquellos modelos de vida tradicionales, no había desaparecido. Antoni de Capmany, ponente catalán en las Cortes antibonapartistas de Cádiz (1812), reivindicaría la restauración del régimen foral catalán anterior a 1714.
¿El tamborilero del Bruc era un patriota español?
Isidre Lluçà i Casanovas (1791-1809), que la leyenda popular catalana y el nacionalismo español convertirían en la figura mítica del Timbaler del Bruc, no oyó nunca hablar de patria española. El tamborilero Lluçà (si realmente se lo puede llamar así); o los voluntarios que alimentaron los Somatenes de Tàrrega y de Manresa que, en el Bruc, plantaron cara al ejército bonapartista, no eran patriotas españoles. No lo podían ser, sencillamente porque la relación que la sociedad había mantenido con el poder era en calidad de súbditos de la corona española. Y el viejo concepto súbdito —propio de los estados monárquicos del Antiguo Régimen— estaba claramente contrapuesto al nuevo concepto hijo de la patria del régimen revolucionario francés. Otra cosa sería lo que pasaría a partir de 1830, cuando el concepto patria haría fortuna por todas partes y en todos los escenarios.
Los Diarios de Manresa y de Barcelona
Hemos dicho antes que cuando pasaba todo eso ya hacía un siglo que la lengua catalana estaba proscrita. No hay que decir que esta persecución era de fábrica borbónica, por "justo derecho de conquista" y remontaba a la fatídica fecha de 1714. Desde la publicación del Decreto de Nueva Planta (1717) hasta la incorporación al Primer Imperio francés (1808), la censura del régimen borbónico español había impedido la edición de prensa en catalán. Pero con la desaparición del estatus quo borbónico, la lengua castellana —símbolo de la españolidad del régimen— desaparece de la prensa catalana. El superprefecto Augereau obtiene autorización de París para editar el Diario de Barcelona a dos columnas (en catalán y en francés) con el propósito de agradar a los catalanes. Y el Diario de Manresa, máximo órgano de la resistencia antibonapartista catalana pasa a editarse exclusivamente en catalán.
El discurso antirrevolucionario de la Iglesia
El año 1808, la población catalana era, todavía, básicamente rural. Catalunya rayaba la cifra de un millón de habitantes, pero solo Barcelona (120.000 habitantes), Reus (30.000 habitantes) y Lleida, Tortosa y Tarragona (en torno a los 10.000 habitantes) tenían traza de vida urbana. Y eso explicaría por qué el discurso antibonapartista y antirrevolucionario —creado por las altas instancias eclesiásticas y divulgado por el bajo clericato— tuvo tanta predicación. El mundo rural catalán estaba dominado por los poderes tradicionales (clericato, pequeña nobleza y propietarios agrarios). Y el régimen bonapartista fue presentado como una plaga bíblica que pretendía destruir los modelos sociales, culturales y económicos seculares (se le acusaba, entre otras cosas, de promover la destrucción de los templos y de las reliquias); y se generó un potente rechazo en el tradicionalista mundo rural catalán.
El caso de Tarragona
Probablemente Tarragona es el ejemplo que mejor escenifica la construcción de una resistencia que no tiene ninguna relación con un pretendido patriotismo español. Antes del asedio napoleónico de la ciudad (mayo, 1811), el arzobispo Romualdo Mon Velarde lanzó mil proclamas desde el púlpito para movilizar la población civil. Naturalmente, en defensa de la religión. Eso no impediría que Mon, poco antes del asedio, huyera a Mallorca dejando a sus feligreses abandonados a su suerte. Y según el investigador local Ernest Vallhonrat, cuando los artesanos y comerciantes de la ciudad se opusieron a continuar con la resistencia, alguien del capítulo catedralicio introdujo a doscientos forasteros que, también en nombre de la religión, impusieron un régimen de terror intramuros. Aquel tipo de policía política nunca mencionó conceptos como patria o como españolidad.
Del antibonapartismo al carlismo
La correa transmisora que conduce el antibonapartismo hacia el carlismo está fuera de cualquier duda. Cuando menos, en Catalunya y en el País Valencià. Los carlismos catalán y valenciano, que emergen en 1833, serían el resultado de la evolución del antibonapartismo que había eclosionado un cuarto de siglo antes. La divisa genérica del carlismo sería Dios, Patria y Rey. Pero la "patria" de los carlistas no es España, sino la nación histórica (Catalunya, País Valencià). No olvidemos que los carlistas catalanes y valencianos proponían la restauración de la monarquía hispánica foral anterior a 1714, de arquitectura confederal, totalmente opuesta a la monarquía unitaria que impondrían los liberales españoles del siglo XIX, auténticos difusores del concepto moderno de patria española. ¿Con todo eso, es riguroso afirmar que los antibonapartistas catalanes eran patriotas españoles?