Fotografía principal: Las líderes sufragistas inglesas Annie Kenney y Christabel Pankhurst (1908) / Fuente: Library of London School of Economics and Political Science

Canet (Maresme), 16 de abril de 1933. Hace 86 años. Por primera vez en la historia de Catalunya y de la península Ibérica, las mujeres ejercían a su derecho al voto. Había pasado casi un siglo desde que los primeros movimientos sufragistas de la historia (que reivindicaban el derecho al voto sin discriminación por razón de raza, de género o de renta patrimonial) habían empezado a rodar. En Canet, el alcalde Josep Forns (ERC), después de doblegar la resistencia de los sectores sociales más tradicionalistas, convocaría a toda la ciudadanía mayor de edad a un referéndum para la construcción del mercado municipal. Poco después, Canet inauguraría el mercado más democrático de Catalunya.

Canet (principios del siglo XX). Fuente Ayuntamiento de Canet

Canet (principios del siglo XX) / Fuente: Ayuntamiento de Canet

Aunque el proyecto Campoamor (que reivindicaba el voto femenino) fue intensamente debatido en las primeras Cortes republicanas (1931), no sería aprobado hasta meses más tarde; y a las catalanas no se les permitió ejercer su derecho al voto en tres comicios anteriores a la promulgación de la ley: ni en las primeras elecciones generales republicanas (junio 1931) ni en el referéndum del primer Estatuto catalán (agosto 1932) ni en las primeras elecciones de la historia en el Parlament de Catalunya (octubre 1932). Las pioneras de Canet se anticiparían 12 años a las sufragistas francesas, y el referéndum de Canet escribiría una pequeña pero trascendental página de la historia de Catalunya y de los derechos civiles.

La lucha universal por el voto femenino tenía una larga historia que se remontaba a la revolución americana (1776). Fue el estado de Nueva Jersey el primero que incorporó a las mujeres al sufragio. Si bien, fue más a causa de un error sintáctico que de una verdadera voluntad de igualación: los legisladores introdujeron el término "personas" cuando querían decir "hombres". Un supuesto error que no lo justifica ni el contexto histórico, y que revela que aquella revolución tenía ciertos defectos de fábrica (por no decir otra cosa): el año 1807, después de intensos debates, se impondrían las tesis más conservadoras e involucionistas, y en las americanas no se les permitiría votar hasta que en 1869 el estado de Wyoming abriría, de nuevo, el camino.

En cambio, allí donde no hubo marcha atrás fue en el, entonces, territorio libre de las islas Pitcairn. En aquel archipiélago ―actualmente de soberanía británica― situado en el océano Pacífico (a medio camino entre Perú y Nueva Zelanda) el sufragio universal es vigente desde 1838 (casi un siglo antes que en la metrópoli). La historia del voto femenino en Pitcairn es una mezcla de historias románticas y épicas (con un toque de fantasía), dignos de una buena película de piratas. Pero tan cierta que haría sonrojar a Maximilien Robespierre, una de las figuras insignia de la Revolución francesa (1789-1799) y el gran promotor de la cita "Liberté, égalité, fraternité". Sobre todo con respecto al segundo término de la cita.

Los amotinados del Bounty se apoderan del barco y expulsan al capitán y los suyos leales (1789). Fuente National Maritime Museum. Greenwich (Inglaterra)

Los amotinados del Bounty se apoderan del barco y expulsan al capitán y sus leales (1789) / Fuente: National Maritime Museum, Greenwich (Inglaterra)

La historia de las Pitcairn y el voto femenino empieza a bordo del barco británico HMS Bounty y se desencadena con un motín. El año 1789 el Bounty fue a Tahití a estibar "árboles del pan" (un vegetal que se utilizaba para alimentar de forma barata a los esclavos). El capitán Bligh permitió que su tripulación se interrelacionara con las autóctonas. Poco después, en alta mar y en pleno viaje de retorno, los "nostálgicos" se apoderaron del barco, expulsaron al capitán y a sus leales y navegaron hasta unas islas relativamente desconocidas. Allí crearían una comunidad libre (formada por amotinados y tahitianas) que medio siglo más tarde (1838) sería la primera sociedad que consagraría el sufragio femenino.

Pero la historia del sufragio femenino no ha sido siempre como en las Pitcain. En la Europa pretendidamente civilizada y democrática de los siglos XIX y XX (para no decir, también, del XXI) las mujeres se tuvieron que organizar y combatir duramente. El sufragismo, que se presentaba como la reivindicación de las mujeres a participar y a decidir en la vida política, era un canto más de la lucha feminista para resituar el papel de la mujer en la sociedad: superar, definitivamente, el rol exclusivo de "máquina reproductora" que se le había impuesto históricamente. Especialmente desde que Maquiavelo, a principios de la centuria de 1500, había escrito a El príncipe (y no la princesa) y había sacralizado el estado (y no la nación).

Reunión de dirigentes de la organización sufragista WSPU (1907). Font Library of the London School of Economics and Political Science (1)

Reunión de dirigentes de la organización sufragista WSPU (1907) / Fuente: Library of the London School of Economics and Political Science

Los vientos del Pacífico sur deben ser más progresistas que los del Atlántico norte. Porque el efecto Pitcairn ―y no el Nueva Jersey inicial― sería lo que se propagaría. Tuvo que pasar medio siglo, pero el año 1893 Nueva Zelanda (entonces una colonia relativamente autónoma del imperio británico) sería el primer país del mundo en proclamar el sufragio femenino. Una conquista que no se explica sin la lucha que la precedió: el movimiento liderado por la periodista neozelandesa Kathe Sheppard que, en la metrópoli, inspiraría la fundación de la Women's Social and Political Union (WSPU), promovida por Emmeline Pankhurst, que si bien no era una organización pionera, sí que se volvería icónica.

En Catalunya, el sufragismo ―la reivindicación del voto femenino― arraigaría acto seguido. La influencia de la combativa WSPU inglesa empaparía la ideología de las escritoras, pedagogas y promotoras culturales Carme Karr (Barcelona, 1865-1949) y Francesca Bonnemaison (Barcelona, 1872-1949); muy vinculadas, también, al movimiento político y cultural catalanista de las primeras décadas del siglo XX. Karr y Bonnemaison lucharon y destacaron como pioneras y difusoras del feminismo total en Catalunya: no tan sólo en la conquista de los derechos civiles (el derecho al voto), sino también al acceso a la cultura, al mundo laboral y a la práctica deportiva. En igualdad de condiciones con respecto a los hombres.

Francesca Bonnemaison (1939) y Carme Karr (1912). Fuente Ayuntamiento de Barcelona y Revista Ilustración Catalana

Francesca Bonnemaison (1939) y Carme Karr (1912) / Fuente: Ayuntamiento de Barcelona

En el otro bando, las clases involucionistas ―oportunamente engalanadas con todo tipo de vestuario político― frenaban todas las iniciativas con cualquier tipo de argumento. No fue tan sólo Primo de Rivera durante su régimen dictatorial (1923-1930) quien vomitó todas las tonterías imaginables e inimaginables. El año 1931, recién constituidas las primeras Cortes republicanas, el diputado galleguista Roberto Novoa Santos se despachó proclamando que: “La mujer es toda pasión, toda figura de emoción (...); no es reflexión, no es espíritu crítico, no es ponderación (...)¿en qué despeñadero nos hubiéramos metido si en un momento próximo hubiéramos concedido el voto a la mujer?".

Y referenciándose en el pintoresco ideario de su "amigo" ―el excura, diputado lerrouxista y anticatalanista Álvarez Rodríguez― "se cubría de gloria" proclamando que: “El histerismo no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer; la mujer es eso: histerismo y por ello es voluble, versátil (...) expuestos los hombres a ser gobernados en un nuevo régimen matriarcal, se haría del histerismo ley”. En aquel mismo debate Hilario Ayuso Iglesias, diputado federalista, culminaría aquella exhibición de misoginia supremacista (de tonterías, como "quién la tiene más larga") proponiendo que “las mujeres no voten antes de los 45 años, puesto que no se encuentran preparadas para votar antes de la menopausia”.

En aquella durísima lucha parlamentaria, Victoria Kent ―diputada del Partido Radical Socialista de Marcel·lí Domingo y vieja luchadora por el reconocimiento del derecho al voto de las mujeres― recularía sospechosamente. Sería la gran sorpresa ―el petardo extemporáneo― en aquel dramático debate parlamentario; y abandonada o amenazada ―no lo sabremos nunca― por sus compañeros de bancada, desoladamente proclamaría: “Creo que el voto femenino debe aplazarse porque en mi opinión la mujer española carece de la suficiente preparación social y política como para votar responsablemente, por lo que, por influencia de la Iglesia, su voto sería conservador”.

Clara Campoamor y Victoria Kent. Font Viquipedia y Asociación Manuel Azaña (1)

Clara Campoamor y Victoria Kent / Fuente: Wikipedia y Asociación Manuel Azaña

Los segundos comicios generales de la República (noviembre 1933), serían la primera vez, en el estado español, que las mujeres votarían en unas elecciones. Y los resultados causarían un espectacular revolcón de los partidos de izquierda. En España, el tripartito involucionista y anticatalanista formado por la CEDA de Gil-Robles, el PRR de Lerroux y el Partido Agrario de Martínez de Velasco obtendría una holgada victoria electoral y desplazaría a las izquierdas del gobierno. Y en Catalunya, la Lliga Catalana (heredera de la monárquica y conservadora Lliga Regionalista) se impondría por primera y única vez a Esquerra Republicana, la gran triunfadora de las municipales de 1931 y de las catalanas de 1932.

Pero sería muy atrevido asociar aquel viraje al voto femenino. Porque tan sólo dos años más tarde, en las generales de 1936, pasaría lo mismo pero a la inversa. Acceptar a Kent sería santificar un axioma perverso. En el referéndum de Canet las mujeres abrieron una brecha, dilapidaron los aires cavernarios que ni la proclamación de la República había podido ahogar. En aquella pequeña gran gesta, Eulàlia Domenèch, la maestra de escuela de Canet, hizo mucho. Y poco después en las municipales de 1934, otra mujer, la maestra de escuela de Bellprat (Anoia) Natividad Yarza, candidata de ERC, daría un paso más: ganaría y se convertiría en la primera alcaldesa de la historia de Catalunya y de la península Ibérica.