Tarraco, siglo IV. Eutyches (se pronuncia Eutiques), corredor profesional y reconocido campeón de carreras de cuadrigas, moría a la edad de veintidós años. Aquella muerte podría haber sido una más de las centenares de defunciones que, anualmente, se producían en Tarraco, entonces, con 30.000 habitantes, la gran urbe de la mitad norte peninsular. Pero no pasó desapercibida. La categoría de ídolo de masas que había ganado convertiría su funeral en el último gran espectáculo de masas que protagonizaba. En la Tarraco de la última etapa romana, Eutyches había sido, salvando las distancias, un equivalente a las actuales grandes figuras profesionales del deporte y grandes ídolos de masas de la sociedad contemporánea.

Reconstrucción idealizada del Circo romano de Tàrraco (III). Fuente Patronato Municipal de Turismo de Tarragona

Reconstrucción idealizada del circo romano de Tarraco / Fuente: Patronat Municipal de Turisme de Tarragona

'Panem et circenses'

La conquista y colonización romanas del cuadrante nororiental peninsular (siglos II y I a.C.) había alterado notablemente la fisonomía del territorio. El nuevo poder romano había forzado la concentración de la población indígena noribérica y protovasca (hasta entonces relativamente dispersa) en ciudades mayoritariamente de nueva creación. Como Tarraco. Y aquellas ciudades estarían dotadas de unos equipamientos para celebrar grandes espectáculos de masas que tenían un doble propósito: romanizar a la población autóctona y focalizar su malestar hacia actividades que resultaban inofensivas para el nuevo poder. Tarraco, la gran capital romana de la mitad norte peninsular, dispondría de dos grandes edificios destinados a los espectáculos de masas: el circo y el anfiteatro.

El circo

El circo de Tarraco fue construido durante las últimas décadas de la primera centuria, casi tres siglos después de la fundación de la ciudad, y durante la etapa de plenitud del imperio romano. Y estuvo en funcionamiento hasta la desintegración del Imperio, en el siglo V. El circo era un gran edificio de planta rectangular de unos trescientos metros de largo y unos cien de ancho; formado por los palcos y las gradas (que podían albergar a 20.000 espectadores), la arena y la espina (una pared de media altura que separaba los dos sentidos de la carrera y que estaba profusamente decorada con alegorías políticas al régimen). Aquel edificio estaba estratégicamente situado sobre la segunda terraza (entre el foro ―el sector gubernamental―, encima, y la trama urbana, debajo).

Reconstrucción idealizada del Circo romano de Tàrraco (II). Fuente Patronato Municipal de Turismo de Tarragona

Reconstrucción idealizada del circo romano de Tarraco / Fuente: Patronat Municipal de Turisme de Tarragona

Espectáculo y adoctrinamiento

El aforo del circo de Tarraco, que podía albergar a las dos terceras partes de la población de la ciudad, revela que la atracción que generaban aquellos espectáculos iba mucho más allá del mundo urbano y profundamente romanizado que vivía dentro del cercado amurallado. Aquella atracción abarcaba, también y a propósito, el minoritario mundo rural, disperso, poco romanizado y muy refractario al dictado de la Loba Capitolina. La existencia de aquel gran edificio pone de manifiesto que Tarraco no quería ser tan sólo la capital política, militar y económica del territorio. Lo quería ser, también, del ocio y del adoctrinamiento que el estado romano y sus oligarquías provinciales proyectaban al conjunto de la sociedad a través de aquellos edificios y de aquellos espectáculos.

Las carreras de cuadrigas

Las carreras de cuadrigas, que modernamente y a través del cine asociamos a Charlton Heston en Ben Hur, eran, con las luchas de gladiadores o las batallas navales que se celebraban en los anfiteatros, uno de los tres grandes espectáculos de masas de la época. Las luchas desiguales entre leones y cristianos ―entendidos, estos últimos, como disidentes del régimen― no eran tan frecuentes como imaginamos. Sin embargo, en cambio y sobre todo, cuadrigas y gladiadores tenían un calendario más o menos regular, constante y estable, que coincidía con la celebración de grandes fiestas de carácter general ―que promovían las supuestas bondades del régimen― o de carácter municipal ―que sublimaban ciertas figuras de las oligarquías locales en su particular carrera hacia el poder―.

 

Reconstrucción idealizada del Circo romano de Tàrraco (IV). Fuente Patronato Municipal de Turismo de Tarragona

Reconstrucción idealizada del circo romano de Tarraco / Fuente: Patronat Municipal de Turisme de Tarragona

La afición

La composición sociológica de la grada del circo de Tarraco era muy heterogénea. Abarcaba todos los estratos y todas las condiciones de la sociedad: hombres, mujeres, ricos, pobres, de origen romano, de origen indígena, libertos, esclavos... Y aquella afición, entusiasta y entregada al espectáculo, había generado una conexión muy especial con sus ídolos, sobre todo con aquellos de origen local, como era el caso de Eutyches en Tarraco, o de Fuscus, otro gran ídolo local de la época que no es tan conocido. Eutyches, como cualquier ídolo deportivo contemporáneo, también tenía una masa de seguidores incondicionales que no se perdían ninguna de sus actuaciones en Tarraco, e incluso, en algunas ocasiones lo seguían a carreras que se celebraban en otras ciudades de la provincia o del Imperio.

La muerte de Eutyches

La categoría mítica que había alcanzado Eutyches quedaría sobradamente patente en la inscripción de la lápida mortuoria que le dedicaron sus incondicionales. Aquel texto dice (en latín): "A los dioses manes, al auriga Eutyches, de XXII años (...) Los crueles hados, a los cuales no es posible oponer resistencia, tuvieron celos de mi juventud. Y, al morir, no me fue concedida la gloria del circo, para evitar que me llorara la fiel afición. Malignos ardores abrasaban mis entrañas, que los médicos no consiguieron vencer. Te ruego, caminante, tira flores sobre mis restos como cuando me aplaudías mientras vivía".

Han pasado casi dos mil años, pero el triángulo poder-ídolo de masas-sociedad, reveladoramente conserva el mismo dibujo y proyecta el mismo propósito.

 

Reconstrucción idealizada del circo romano de Tarraco / Fuente: Patronat Municipal de Turisme de Tarragona