La primera vez en la vida que leí un poema en público tenía ocho años y faltaban escasos días para Navidad. Delante mío toda una platea llena de alumnos de mi edad y sus respectivos padres llenaba hasta los topes el teatro de la escuela, una sala que llevaba el nombre del autor del Poema de Nadal que estaba recitando: Sala Sagarra. Días antes, en clase, mi profesora nos había explicado que aquel tal Josep Maria de Sagarra, mucho menos famoso para nosotros que Romario o el Tomatic, era uno de los exalumnos ilustres más importantes de la escuela y nos había narrado, como si se tratara de un cuento, que en plena Guerra Civil aquel poeta popularísimo se había tenido que exiliar para evitar que lo mataran: un coche oficial de la Generalitat, en plena noche y lleno de hombres armados, lo había pasado a recoger en el Port de la Selva para llevárselo junto con su mujer hacia Francia.

La Guerra Civil, punto y aparte entre el éxito y el pragmatismo

¿Quién era, realmente Sagarra? ¿Por qué Josep Pla afirma que, durante un tiempo, eran muchos los catalanes que recitaban de memoria poemas del autor barcelonés? Entre la década de los años veinte y los años treinta del siglo pasado, el autor barcelonés hace gala de un espíritu absolutamente renacentista y se vuelve prolífico en varios géneros, alcanzado el éxito tanto del público como de la crítica en todos ellos. Su poesía, que mira de reojo la de Carner pero con ambiciones más realistas, alcanza una popularidad jamás conocida desde los tiempos de Maragall; su teatro se vuelve todavía más exitoso que el de Guimerà y recoge la lengua hablada en la calle para ponerla encima del escenario con dramas y comedias que no sólo acercan la lengua vulgar al arte, sino que conforman una representación de la sociedad catalana; y su narrativa, heredera de Narcís Oller, bebe de la influencia de Proust para componer una obra monumental como Vida privada, elegía en prosa de la decadente aristocracia barcelonesa de la cual Sagarra forma parte. Es así como aquel niño de casa buena que lo había tenido todo pagado y que había aprendido a escribir versos rimados en los Jesuitas de Casp se convierte en el primer gran autor poliédrico y polifacético del catalán moderno, capaz de crear una literatura heredera del estilo de Verdaguer, la popularidad de Pitarra y la profundidad de Víctor Català.

Con el estallido de la Guerra Civil, Sagarra es uno de los pocos intelectuales de la época que huye para evitar que lo mate cualquiera de los dos bandos, ya que sus versos contra la FAI lo habían puesto en el punto de mira de los anarquistas y su condición de catalanista militante lo convertía en un enemigo público en los ojos de los franquistas. Como tantos de otros, la guerra significa una sacudida en su producción literaria y el auténtico inicio de su declive, tanto literario como moral, sobre todo porque a partir de la derrota republicana y el inicio del franquismo nada ya sería igual para él. Al volver a Catalunya, el año 1940, se incorpora a la decapitada y prohibida vida literaria del país, es miembro de la sección filológica del IEC e, incluso, actúa de colaborador clandestino del Frente Nacional de Catalunya durante los primeros años del franquismo, llegando a escribir un poema sin firmar en la publicación Por Catalunya de diciembre de 1945, tal como recoge el jefe de sección militar del FNC Jaume Martínez Vendrell en sus memorias Una vida per Catalunya.

Reunión clandestina de la IEC presidida por Josep Puig y Cadafalch, Carles Riba, Eduard Fontserè y Josep Maria de Sagarra, entre otros

Reunión clandestina de la IEC presidida por Josep Puig y Cadafalch, Carles Riba, Eduard Fontserè y Josep Maria de Sagarra, entre otros. (Archivo)

¿Por qué alguien que escribe poemas para el FNC (el histórico, no el partido xenófobo de ahora) acabará siendo despreciado, criticado y arrinconado al final de sus días por los miembros más activos de la resistencia cultural en Catalunya? A finales de los años cuarenta, por motivos más económicos o literarios que ideológicos, Josep Maria de Sagarra se da cuenta que la única manera de seguir viviendo en su país dedicándose a su oficio es escribiendo a sueldo de aquellos que no significan ninguna oposición a la dictadura, es decir, en medios que no son especialmente beligerantes delante la pretendida asimilación que el franquismo quiere hacer de los catalanes. Eso, sumado al hecho de que un escritor oficial del Movimiento como José Maria Pemán sea el encargado de traducir al castellano la obra burguesa religiosa La herida luminosa o que acepte ser consejero de la Sociedad General de Autores en Madrid, marcan un antes y un después en la vida civil de Sagarra en relación con los intelectuales catalanes de la resistencia; la aceptación de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio el año 1960, condedida por el Gobierno, se convierte un año antes de su muerte en el rechazo definitivo de los círculos antifranquistas catalanes, que ven en la figura de Sagarra la de un escritor absolutamente condescendiente con el franquismo.

El legado poco popular de un autor popularísimo

¿Murió Sagarra sintiéndose parte de una nación ocupada? Todo indica que no, quizás por eso, a pesar de ser el autor de las Memories más brutalmente bien escritas nunca en nuestra lengua, de haber hecho según los italianos la mejor traducción de la Divina Comedia que nunca nadie haya hecho en Europa o de formar parte del imaginario popular de millones de catalanes con obras inolvidables que todavía hoy llenan teatros de fiesta mayor como El cafè de la Marina, Sagarra sigue siendo aquel autor que tiene una calle en cada pueblo pero que, en cambio, tiene más presencia en los orfanatos literarios que son los estantes de las librerías de segunda mano que en los catálogos de reediciones de las grandes editoriales, por eso hoy he querido escribir este artículo aburridísimo sin que nadie me lo haya pedido. Porque con Sagarra comparto un nombre que figura en mi DNI y que tantas veces he despreciado, una escolarización que tantas veces he criticado y una irrefrenable pasión por Italia que me perseguirá, como la más dulce de las condenas, toda la vida.

Josep Maria de Sagarra (Tumba)

Tumba de Josep Maria de Sagarra en el cementerio de Montjuïc. (Viquipèdia Commons)

Pero sobre todo, porque la primera vez en la vida que recité un poema todavía no era consciente de que algún día comprendería que sin genios como Sagarra quizás seríamos una nación más pobre, ya que como dijo -o no- Paul Valéry en aquella famosa conferencia en el Ateneu, una sociedad necesita que alguien la describa, pero sobre todo, que lo haga cantándola, narrándola o ficcionándola en un lenguaje genuino. Tan genuino que sea capaz de convertir en normal la literatura de una lengua oprimida y del país anormal que todavía somos.