El Teatre Lliure de Montjuïc presenta, hasta el 28 de mayo, Ivànov, de Anton Chéjov, en una versión libre de Àlex Rigola, que reinterpreta la historia del autor ruso situándola en el siglo XXI. Una trama de plena actualidad, en la que los personajes se encuentran en un choque entre sus ambiciones fracasadas y una realidad que los ahoga. Una obra interpretada por Nao Albet, Andreu Benito, Joan Carreras, Pep Cruz, Sara Espígul, Vicky Luengo, Sandra Monclús, Ágata Roca y Pau Roca.

Maneki-neko

Cuando el público entra en el Lliure, no se encuentra con un telón, ni con un escenario vacío, sino con los actores jugando un partido de fútbol en medio del escenario. Esta estrategia pretende hundir las barreras entre espectáculo y espectador, "romper las barreras de la ficción", como apunta Àlex Rigola. No hay ningún intento de situar al espectador en la Rusia del XIX: el sitio donde pasa la trama no tiene nombre, pero podría ser cualquier lugar, en cualquier momento. Rigola incluso retira los nombres que daba Chéjov a sus personajes y los llama, a todos, por el nombre real del actor que los representa (además, los actores van vestidos con su propia ropa). Àlex Rigola pretende que el espectador no tenga claro si lo que ve es el personaje de Txèkhov, el actor, o el actor escondiéndose tras el personaje de Chéjov. Para marcar esta aproximación de los personajes a la cotidianidad, los personajes se sientan en sillas normales, usan micrófonos comunes, graban en vídeo las escenas que protagonizan... Y poco a poco el escenario se llena de un elemento tanto contemporáneo como los gatos japoneses de la buena suerte de plástico, los célebres Maneki-neko. Y, pese a todo, la esperada buena suerte no acaba de llegar.

Ivànov trío 2

Sin buenos ni malos

Chéjov, en Ivànov, creó un texto muy abierto, que dejaba que el espectador lo interpretara como prefiriera. En la obra hay más interrogantes que soluciones. Chéjov toca las principales inquietudes del hombre moderno: el trabajo, el amor, los celos, el dinero... El protagonista de la obra, el Ivánov convertido en Joan, se encuentra en una situación sin salida, en la que su universo se hunde, sin resquicio para la esperanza. Las ilusiones del pasado han desaparecido y no aparecen otras nuevas. El desencanto es completo. El personaje central se ve obligado a escoger entre una serie de opciones que le parecen absurdas. Pero el público, mientras contempla las contradicciones internas de Joan, asiste paralelamente a un juicio público al protagonista, hecho por los otros personajes, que ofrecen muy buenas razones para juzgarlo como lo hacen, pero que no llegan nunca a desmentir las visiones de los otros personajes. Rigola y Chéjov ofrecen una visión panorámica, desde diferentes ángulos, de Ivanov-Joan, y así dan la oportunidad a cada espectador de llegar a conclusiones bien distintas.

Ivànov novia

Apuesta arriesgada

Àlex Rigola hace una apuesta muy arriesgada. El texto de Chéjov es un texto muy rico y sin duda no tendría grandes problemas para ser trasladado al siglo XXI, porque plantea grandes problemas de la humanidad: la soledad, el desamor, la tristeza, el egoismo... La introducción de música moderna, tocada en directo, es un gran acierto: ayuda al público a sumergirse en el universo chejoviano sin separarse de los referentes modernos. Pero la escenografía, el uso de una máscara y la peculiar interpretación de los actores no ayuda a romper barreras, porque no consigue dar una impresión de "naturalidad". Lo mejor de la obra, al fin, es la historia de Chéjov y las interpretaciones de un gran Pep Cruz y de un Joan Carreras que se va creciendo a medida que pasa la obra, inundando la sala de su dolor, de su desazón, de su insatisfacción...

Ivànov sentados