No sé si os pasa que cuando vais a la peluquería entráis en un lapso de tiempo desconocido, dilatado entre el calor de los secaderos. La hora de salida siempre es un misterio imposible de descifrar. Y una vez dentro, sorprendentemente, queda diluida el hambre, la sed o incluso las ganas de ir al lavabo. Esperar, sentarse, mirar a la gente, esperar el rato del tinte, agua calentita, ocho enjabonados. Esperar, tijeras, esperar, secadero. Y opinar del corte del uno o del otro, hacerte amiga del vecino que se recorta el cogote. Olvidar un poco quién eres y qué hay fuera, si te espera la familia o si ya hace rato que te han multado porque solo habías pagado una hora y media de ticket. Como La autopista del sur, de Cortázar. Aquí, sin embargo, sintiendo el lento circular de las horas rodeada de productos capilares.

Me tranquiliza cuando no puedo luchar contra el devenir de los actos y solo puedo esperar

Supongo que debe haber gente que se pone nerviosa. A mí me gusta. Ya he explicado en algún otro artículo mis problemas con la puntualidad y la gestión del tiempo, por eso me tranquiliza cuándo no puedo luchar contra el devenir de los actos y solo puedo esperar, "como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa, fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de querer regresar a París por la autopista del sur un domingo de tarde" o en la peluquería un sábado por la mañana. Solo si me lo explico así, como si realmente estuviéramos atrapados, entiendo que puedan surgir amistades y conversaciones inconcebibles en cualquier otro lugar. Resúmenes tragicocómicos de tu vida amorosa mientras te pasan las tijeras afiladas a raíz de oreja. Proyecciones de cambio de trabajo con la cabeza llena de trocitos cuadrados de papel de plata.

Las confesiones tampoco son siempre en una sola dirección, allí todo el mundo se abre en canal y explica las intimidades sin vergüenzas

Quizás porque te sientes vulnerable surge aquel ataque de sinceridad. Y en una situación de confrontación calculada porque no se dan muchos momentos de contacto visual (el peluquero o peluquera se concentra en el pelo mientras tú explicas la vida) y cuando surgen es siempre a través del espejo y, por lo tanto, hasta cierto punto indirectos. Las confesiones tampoco son siempre en una sola dirección, allí todo el mundo se abre en canal y explica las intimidades sin vergüenzas: el otro día el chico que se cortaba el pelo a mi lado le daba consejos a la peluquera que no sabía como interpretar los mensajes que le enviaba al amante. A veces hay café, se comentan viajes y se critican los personajes grotescos de las revistas del corazón. No se acostumbra a entrar mucho en política, por si acaso. Hay buen humor en general, aunque también se puede vivir allí algún momento de tensión cuando el resultado no es el que se esperaba... Y aquí sí que siempre toca ser positivos y animar al cliente que ya es como un primo-hermano. La última vez que fui, no hace muchos días, después de horas, pensaba que, bien organizados, tendríamos espacio para comer y dormir, sobre las toallas. Se formarían comisiones, se racionaría el agua. Tendríamos momentos de conversaciones vacías y especulaciones sobre nuestra situación. Habría líderes y disputas. Alguien acabaría enamorándose, quizás. Y con el tiempo, la anciana que entró para hacerse la permanente acabaría muriendo y dejaría un hueco.

Olvida todo el que pasa fuera y céntrate en este microcosmos de espejos y pelo en el suelo. Es como casa. Por eso no te sabe mal saber que todavía tardarás horas o días a salir

Quizás alguien, por casualidad, me lee desde la peluquería. Seguro que ya hace rato que estás ahí. Pero estás bien, con el confort del sonido de los secaderos y las voces ajenas de unos desconocidos con unas caras que ya te son extrañamente familiares. Toma paciencia, establece conversación. Olvida todo lo que pasa fuera y céntrate en este microcosmos de espejos y pelo en el suelo. Es como casa. Por eso no te sabe mal saber que todavía tardarás horas o días a salir.