La presencia del catalán en el fútbol profesional en Cataluña es, en la mayoría de los casos, residual. Los grandes clubes como el Barça, el Espanyol y el Girona aceptan con naturalidad que la lengua del país sea un complemento opcional para sus jugadores. Esta actitud no es fruto de la dejadez o la inercia: es el reflejo de un modelo cultural que considera el catalán prescindible ante la presión de los mercados y la voluntad de proyectar una imagen “internacional”. El caso del FC Barcelona es paradigmático. A pesar de definirse como “más que un club”, la lengua catalana ocupa un lugar secundario. Las ruedas de prensa se hacen principalmente en castellano, los comunicados en catalán son formales y siempre traducidos al castellano, y los jugadores catalanes a menudo son entrevistados en castellano. El club pretende una neutralidad lingüística que, en realidad, es profundamente política: asumir que catalán y castellano están en igualdad de condiciones en Cataluña es una forma de negar la realidad.
El Girona FC representa una excepción positiva con Míchel Sánchez, el entrenador. A pesar de ser madrileño, ha aprendido catalán y hace las ruedas de prensa en esta lengua. Este gesto, que genera complicidad con la afición y que se ve como una singularidad, debería ser la normalidad, algo común y nada extraño. Que esto sea noticia dice mucho del problema estructural de nuestra lengua: no es normal que hablar catalán se vea como un esfuerzo heroico, sino como una muestra básica de respeto hacia el país (o nación, o comunidad, o como queráis llamarlo). Del Espanyol, prefiero ni hablar (y mira que mi abuelo era inexplicablemente ‘perico’) porque creo que esos ya no tienen remedio y no vale la pena ni explicar todo lo que hacen mal con la lengua.
El catalán tiene que ganar el partido
Este menosprecio hacia el catalán no se puede desligar de la inacción de las instituciones. El Govern, el Parlament y organismos como el Consell Català de l’Esport deberían establecer condiciones lingüísticas claras y firmes para los clubes que reciben apoyo público. Las acciones que llevan a cabo parecen limitarse a campañas puntuales que no tienen continuidad ni consecuencias prácticas. Los medios deportivos, incluidos los públicos, a menudo adaptan su contenido al castellano para llegar a una audiencia mayor. Esta lógica de mercado desactiva cualquier intento de normalización. La idea de que el catalán debe competir en igualdad de condiciones con el castellano, como he dicho antes, es una falacia que solo beneficia a la lengua dominante. El resultado es claro: el catalán desaparece de los espacios de máxima visibilidad. Tampoco hablaré aquí de la calidad de la lengua. En el último partido del Girona - Mallorca, un periodista catalán (no sé quién es) utilizó dos veces “fins i tot” (incluso) en dos contextos en los que esa expresión no se entendía: “xuta Noséqui i fins i tot l’agafa el porter”... En fin.
Para revertir esta situación hacen falta medidas concretas: exigir el uso del catalán en las comunicaciones de los clubs vinculados a dinero o espacios públicos, formar técnicos y jugadores, y garantizar la presencia activa del catalán en el fútbol base
Para revertir esta situación hacen falta medidas concretas: exigir el uso del catalán en las comunicaciones de los clubes vinculados a dinero o espacios públicos, formar a técnicos y jugadores, y garantizar la presencia activa del catalán en el fútbol base. También se necesita un compromiso visible por parte de los referentes —entrenadores, capitanes, directivos— para usar la lengua, aunque no sea perfectamente. Vivo al lado de un campo de fútbol de un pequeño pueblo del Alt Empordà y os aseguro que muchos de vuestros hijos entrenan en castellano y reciben órdenes durante el partido de su entrenador en castellano. Y no diré el nombre del club porque tengo la esperanza de que alguien les haga llegar esto y eso les haga, al menos, reflexionar. Finalmente, la afición debe tener un papel activo. No se puede aceptar pasivamente que los clubes ignoren la lengua del país. Hay que exigir su uso y poner el debate sobre la mesa. Porque si el fútbol, con su inmenso impacto social, no utiliza el catalán, difícilmente tendrá este un futuro como lengua de cohesión y como identidad colectiva. ¿Es triste? Sí, pero es así.