A finales del siglo XVI, la cancillería de la Monarquía Hispánica creó la figura del "Espía Mayor del Reino", que sería ejercida por una serie de siniestros personajes que se entregaron a la guerra sucia contra los enemigos internos y externos del régimen hispánico de los Habsburgo. Sus actuaciones siempre estuvieron presididas por la polémica: fabricación de pruebas y de acusaciones falsas, ejecución de crímenes de falsa bandera o comisión de actos de terror. Cualquier cosa valía para imponer la ideología y los intereses de la Monarquía hispánica.