Sincronismos de la vida, la publicación de estas líneas coincide con el aniversario de los hechos que relatan. 52 años casi justos de aquella madrugada del 18 de octubre de 1971 en que siete delegados sindicales echados de la empresa —por el simple hecho de serlo— prendieron la mecha que incendiaría la SEAT de la Zona Franca, marcando un hito de la lucha obrera en las postrimerías del Régimen. La jornada en que miles de trabajadores en huelga, reclamando la readmisión de los compañeros despedidos, ocuparon la fábrica, y que se saldó con graves disturbios y el asesinato a tiros de un obrero a manos de la policía. El primero de una serie de conflictos en una corporación que pretendía ser la niña bonita del franquismo y acabó siendo punta de lanza de su oposición. A los pocos días de la ocupación se constituía, en la iglesia de Sant Agustí, en el barrio del Raval, la Assemblea de Catalunya. Los trabajadores represaliados de la fábrica de coches fueron expresamente invitados, y en nombre de ellos se expresó en castellano el melillense Armando Varo, que ante los murmullos de desaprobación respondió: “Hace seis meses que salí de la Modelo, desde que llegué nadie nos ha enseñado en catalán. Somos de fuera, pero estamos luchando por la libertad, por la democracia y por Cataluña”. Él y otros le pedirían a Paco Candel, el autor de Els altres catalans, que les enseñase a hablar la lengua vernácula.

Un general franquista le dijo al alcalde de la capital llobregatense: "España tiene dos problemas, la ETA y Cornellà"

ERAT, l'exèrcit de SEAT (Pau Juvillà Ballester, Tigre de Paper, 2023) nos trae la historia de unas siglas, hoy medio olvidadas, tras las cuales actuó un grupúsculo de trabajadores de la empresa automovilística junto con algunos libertarios que flirteaban con la delincuencia. Hartos de la violencia y la represión del Gobierno y la patronal —incluso una vez enterrado el dictador y puesto en marcha el proceso de reforma democrática— ante sus reivindicaciones laborales y políticas. Decepcionados con la moderación y el pactismo de la mayoría de los sindicatos y partidos de izquierdas, decidieron echar por el atajo y “expropiar” dinero a los bancos para nutrir las cajas de resistencia, en el contexto de un Baix Llobregat en pie de guerra y en el marco de una Transición que no fue, ni mucho menos, tan modélica y consensuada como nos lo han querido vender. Unos años antes de que estos Robin Hood con mono azul de la empresa decidieran robar a los ricos para dárselo a los pobres en huelga, un general franquista le dijo al alcalde de la capital llobregatense: “España tiene dos problemas, la ETA y Cornellà”. Y como se decía mucho a la sazón, “si la Seat estornuda, el resto del país se constipa”.

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Portada del libro de Juvillà. Foto: Tigre de Paper.

“El Baix Llobregat era una comarca con una clase obrera muy estructurada, muy concienciada”, me explica en Pau Juvillà. “Estaba salpicada de huelgas que, lo más interesante, para mí, es que no eran solo conflictos por la mejora de las condiciones laborales, eran vagas políticas. Cuando los trabajadores de la SEAT ocupan la fábrica en el año 71, lo que hace enseguida la dirección es ofrecerles mejoras laborales para que vayan. Y ellos se niegan, lo que quieren es la readmisión de los delegados sindicales escogidos democráticamente que la empresa ha despedido. Por lo tanto, era una huelga con un profundo significado político. Comenzaba un nuevo ciclo, del cual la SEAT había sido la chispa.”

La Transición desde los márgenes

Más sincronismos. Otra fecha significativa que pronto cumplirá la redonda onomástica de los 50 años: el 20 de diciembre de 1973. El día que, coincidiendo con el inicio del Proceso 1.001 —el juicio colectivo ante el Tribunal de Orden Público contra diez miembros del sindicado Comisiones Obreras acusados de asociación ilícita—, el pueblo salió a las plazas a cantar aquello de “Voló, voló, Carrero voló”. Con el magnicidio del presidente del Gobierno y designado como sucesor de Franco, el comando Txikia de ETA daba el pistoletazo de salida, sin saberlo, al que se denominaría la Transición. Lo que pasó durante el lustro que vendría a continuación ya se lo saben. O no, porque muchos de los episodios más sangrientos han quedado en los márgenes del relato oficial: los Hechos de Montejurra, la Matanza de Atocha, el atentado fascista contra El Papus, manifestantes asesinados por los grises a tiros que algunos cuentan por centenares, el caso Scala, infiltraciones, guerra sucia, operaciones de bandera falsa y montajes policiales para desacreditar el movimiento libertario, uno de los pocos opositores significativos de los Pactos de la Moncloa (de la firma de los cuales, el 15 de octubre de 1977, se cumplieron ayer 46 años) con los que, junto con el acuerdo de procurar la estabilización del proceso de transición al sistema democrático, se pactó la reforma en lugar de la ruptura con las estructuras de la dictadura, la no reparación de las víctimas y la desmemoria histórica que sufrimos hoy.

Ustedes y yo probablemente lo hubiésemos dejado ahí, arreglando el mundo desde el bar; ellos dos se levantaron de la mesa para hacerse con una escopeta recortada y un par de pistolas

Es en medio de este convulso 1977 cuando Manuel Nogales, obrero de la SEAT hijo de represaliados tras la guerra, y Manuel Cruz Cabaleiro, atracador ácrata de origen gallego, se reúnen en Los Cazadores, un bar de su ciudad, Santa Coloma de Gramanet. Allí, entre tapas y cañas de cerveza, inician una acalorada conversación sobre la necesidad de brindar apoyo económico a las luchas obreras. Ustedes y yo probablemente lo hubiésemos dejado ahí, arreglando el mundo desde el bar. Ellos dos se levantaron de la mesa para hacerse con una escopeta recortada y un par de pistolas. Acababa de nacer una organización (muy poco organizada, la verdad sea dicha) que, una vez desarticulada y con todos sus miembros en la cárcel a causa de una infiltración policial, acabaría para llamarse ERAT: Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores. Si desean conocer al por menor los avatares de esta panda de pobres diablos que sufrieron todos los suplicios de los cuales la flamante democracia y su reciclada policía y estamentos judiciales eran capaces de ofrecer —que no eran pocos— para poder librar un sobre con dinero a la esposa de algún obrero despedido, les recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Juvillà.

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Pau Juvillà Ballester, el autor, exdiputado de la CUP-NCG por Poniente, Pirineos y Arán. Foto: Pau Juvillà Ballester.

“Escribí sobre EPOCA (Ejército Popular Catalán), he hecho algún libro sobre el FAC (Frente de Liberación de Cataluña), sobre Carles García Soler, y también he coescrito uno sobre el PSUC en Lleida”, continúa el autor. “La idea, no es tanto hablar de organizaciones armadas —que también— como explicarlas en el contexto político y social del momento. En este caso, para mí, es tan importante explicar qué fue el ERAT como que ello sirva de excusa para hablar de todo el contexto político y social. Se trata de hacer memoria para no repetir los errores, para ver qué se hizo mal, y también para reivindicar a la gente que se jugó la piel. Creo que es muy importante esta reivindicación, al margen de la gente de la ERAT, de toda la gente de la SEAT que llevó a cabo todas estas luchas obreras, de la Assamblea de Catalunya, o tanta gente de otras opciones políticas que combatieron el fascismo o trabajaron por una transición que fuera ruptura y no ‘transacción’”.

De la 'vietnamita' a Tigre de Paper

El ERAT, antes de empezar a hacer “expropiaciones” a bancos y supermercados, estableció una suerte de base en una urbanización de Santa Coloma de Farners, donde un conocido del atracador gallego tenía un terreno. Allí escondieron las armas y el dinero haciendo un agujero en el suelo, así como una pequeña “vietnamita”. Las “vietnamitas” son un tipo de imprentas de manivela, muy rudimentarias, que en los 60 y 70 del pasado siglo tuvieron un papel fundamental como medio de propaganda y difusión de material imprimeso por asociaciones con pocos recursos, opuestas al Régimen. Al parecer de este articulista, la tarea que desde hace más de una década está llevando a cabo la editorial manresana Tigre de Paper tiene mucho que ver con el linaje divulgador, popular y propagandístico que propulsaron estos artefactos clandestinos.

Habla ahora Marc Garcés, uno de los intrépidos editores de este sello: “Nacimos el 2011 con la perspectiva de dotar al mundo editorial de perspectivas diferentes y, para nosotros, necesarias. Era un momento donde no había prácticamente editoriales comprometidas, políticas, de pensamiento crítico o libro radical en catalán. El año 2014 hicimos la primera edición de la Feria Literal, más adelante desarrollamos el Catarsi magazín, al cabo de un tiempo compramos la histórica editorial Bellaterra y ahora hace poco hemos impulsado l’Agulla Daurada como sello de narrativa. En definitiva, nuestra idea era ir más allá de una simple editorial y hacer un artefacto cultural que disputara lo que se llama ‘la batalla de las ideas’ desde diferentes frentes, siempre alrededor del mundo del libro.”

Creemos que publicar títulos así es muy necesario para recuperar la memoria histórica reciente, que va mucho más allá de la Guerra Civil

Y continúa: “Nuestra línea editorial es clara, y no por ello menos diversa. Porque entre el libro político y el ensayo de pensamiento crítico hemos publicado multitud de autores y temas diversos que van de la memoria histórica, a la filosofía, feminismos, marxismo, luchas de liberación nacional, biografías de revolucionarios/se, crónicas de luchas o de injusticias… En definitiva, un catálogo rico y diverso desde la perspectiva de estimular el pensamiento crítico y de intentar dotar de herramientas a los movimientos que luchan y se organizan, una tarea formativa de acompañar las luchas y a la vez llegar al público general para que conozca historias que quizás no se explican habitualmente. Es el ejemplo de ERAT, l’exèrcit de SEAT, una historia que, como tantas otras olvidadas, han quedado fuera del relato oficial de todo este periodo, y pensamos que es necesario recuperarla para ordenar de nuevo el archivo rojo de la historia. Somos un territorio con mucha tradición de lucha, donde hay que conocer nuestro pasado y lo que hizo la gente que nos precedió para aprender de sus aciertos, de sus errores, y hacerles un reconocimiento. Pensamos que publicar títulos así es muy necesario para recuperar la memoria histórica reciente, que va mucho más allá de la Guerra Civil. Una historia desconocida pero muy singular e importante”.

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Manifestación de trabajadores de la Seat durante la Transición. Foto: Archivo Nacional de Cataluña. PSUC.