Antoni Gelonch Viladegut (Lleida, 1956). Abogado. Farmacéutico. Formado en las universidades de Barcelona, Grenoble y Harvard. Ha trabajado en la administración pública y en varias empresas multinacionales. Es el creador y director de la Colección Gelonch Viladegut, actualmente depositada en el Museo de Lleida, y formada por más de 1.000 grabados y libros de arte que reúne parte de la obra de autores como Durer, Rembrandt, Goya, Picasso, Dalí, Miró, Lichtenstein o Chillida. Es académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de Sant Jordi; presidente de los círculos del MUHBA y del Museo Frederic Marès. Es autor de varias obras. Recientemente ha publicado Napoleó, la revolució i els catalans (Viena Edicions, 2021).

Sr. Gelonch... ¿por qué un libro sobre Napoleón y los catalanes?
Es la segunda parte de una trilogía que inicio con Lutero, que pasa por Napoleón, y que culminará con Camus y Sartre. Son personajes primordiales que me permiten explicar que los catalanes somos bastante menos tolerantes de lo que nos pensamos. Como sociedad no hemos debatido nunca la Reforma, ni la Revolución, ni los ideales de la libertad y la justicia.

¿Y eso por qué?
Pues por que somos hijos de una cultura profundamente catolicista y anti-reformista que nos hace "provincianos". La publicación de mi libro la hacemos coincidir con el 200 aniversario de la muerte de Napoleón. En Francia, este hito no pasa desapercibido. En cambio, en Catalunya, tengo mis dudas.

Napoleón es una figura primordial en la historia de Francia. ¿Pero tiene el mismo grado de importancia en la historia de Catalunya?
Napoleón impulsa el tercer intento francés de solucionar la cuestión catalana. El primero había sido en 1640, en plena Revolta dels Segadors, cuando el cardenal Richelieu y el presidente Pau Claris pactaron la constitución de una República catalana independiente como un estado-tapón entre las monarquías francesa y española. Y el segundo fue en 1793, en plena Revolución Francesa, cuando Robespierre recuperó el proyecto de Richelieu, y propuso la creación de una República catalana independiente, que sería una hermana pequeña de la República Francesa.

¿Y cuál era la propuesta de Napoleón para Catalunya?
Los espías de Napoleón en Catalunya habían informado en París de que Catalunya, principalmente por su paisaje económico, era el único territorio de la corona española que estaba más o menos preparado para iniciar un proceso revolucionario y modernizador. En este punto, Napoleón se propuso "civilizar" a la sociedad catalana; es decir, incorporar los catalanes en las dinámicas revolucionarias y en los valores republicanos. En definitiva, transportarlos hacia la modernidad.

¿A cambio de nada?
¡Claro que no! El año 1808, Catalunya era una potencia industrial emergente. Y Napoleón tenía mucho interés en controlar las minas de hierro y de la industria de la forja catalanas; que, en aquella época, equivalía a decir industria de la guerra. Por este motivo, Napoleón —a diferencia de Richelieu o de Robespierre— no se planteó crear un estado-tapón o una república hermana; sino que proyectó incorporar Catalunya directamente al Imperio francés, como una región más, y como así sería, de facto, entre 1812 y 1814.

Antes de tomar esta decisión... ¿sondeó a la sociedad catalana?
No. Ni siquiera a las élites del país. E, incluso, lo ocultó a su hermano José, que desde 1808 era el nuevo rey de España. Napoleón, con los catalanes, lo que hizo fue seguir una estrategia de represión-atracción. Cuando los catalanes le complicaban la vida, ordenaba operaciones represivas. Y cuando los catalanes estaban calmados, desarrollaba maniobras de atracción.

Nos podemos imaginar las operaciones represivas. ¿Pero qué maniobras de atracción desarrolló?
Napoleón era muy consciente de que Catalunya era una realidad histórica y cultural diferenciada de España. Tenía un conocimiento de la historia de los catalanes, motivado por su interés por Catalunya. Y, entre otras cosas, restauró la oficialidad de la lengua catalana —que había sido proscrita con el ocupación borbónica de 1714—, y ordenó que la bandera catalana ondeara al lado de la tricolor francesa. Napoleón estaba convencido de que atraería a los catalanes a su causa normalizando la vida catalana. Sin embargo, tenemos que tener en cuenta que las circunstancias bélicas y la estrategia napoleónica represión-atracción hicieron que estas medidas se aplicaran de forma oscilante, con lo cual su efectividad quedó muy limitada.

Antoni Gelonch - Sergi Alcazar
Antoni Gelonch Viladegut es el autor del libro Napoleó, la revolució i els catalans. Foto: Sergi Alcàzar

Con esta voluntad, cuando menos la que manifiesta el régimen napoleónico en las etapas de atracción, resulta difícil entender la existencia de una resistencia antibonapartista.
No lo es cuando se conoce la realidad sociológica e ideológica de la Catalunya de 1808. En aquel momento la sociedad catalana estaba dominada por un fuerte sentimiento antifrancés, que era el resultado de la memoria colectiva de 1659 —la usurpación del Rosselló— y de 1714 —la ocupación borbónica del país y la destrucción del régimen foral catalán—. Además, la mayoría de la sociedad había comprado el discurso anti-revolucionario que predicaban la Iglesia y la nobleza locales, que veían en el régimen bonapartista una continuación del régimen de Robespierre; y, por lo tanto, una auténtica amenaza a sus privilegios seculares.

¿Entonces, el antibonapartista catalán era, ideológicamente, reaccionario?
Era la suma de varias cosas: era antifrancés, era anti-revolucionario, era defensor de las costumbres, de la tradición, de la religión y de la tierra. No era, de ningún modo, un "patriota" español. La idea de "patria española" se forja poco después, en las filas de los diputados liberales de las Cortes de Cádiz, en 1812. Y la difusión de este ideario, bajo el principio clónico "libres e iguales" que no reconoce la pluralidad cultural española, no se producirá hasta un cuarto de siglo después, cuando estos liberales alcanzan el gobierno de España, Los somatenes catalanes que se armaron contra la ocupación napoleónica no luchaban en nombre de una idea que todavía se tuviera que fabricar, sino en defensa de la pervivencia de su micromundo.

¿Y los bonapartistas catalanes, quiénes eran?
En este punto, hay que insistir en que en Catalunya el bonapartismo siempre fue muy minoritario. Pero entre este colectivo había dos tipos: los que lo eran por convicción, principalmente gente del mundo de la cultura; y los que lo eran por interés, generalmente gente de los mundo de los negocios. No obstante, la línea que separaba estos grupos no era tan diáfana. Conocemos el caso de Erasmo Gòmina, un exitoso negociante de origen humilde que se había convertido en, probablemente, el hombre más rico de Catalunya y que tenía mucha capacidad de convicción entre sus colegas de la Junta de Comercio de Catalunya: él fue un entusiasta del régimen napoleónico. Y también tenemos varios casos, durante las etapas represivas, de confiscaciones de patrimonio a varios comerciantes importantes del país que se habían negado a jurar fidelidad al régimen bonapartista, bien a José I al inicio, o a Napoleón posteriormente.

En 1814, después de la derrota de Napoleón en los campos de batalla, vuelve Fernando VII. ¿Cuáles son las consecuencias de aquella etapa napoleónica para Catalunya?
Para Catalunya y para España, la retirada de los ejércitos y de la administración napoleónica tuvo un efecto bumerán. Con el retorno de Fernando VII, una parte importante de los militares españoles impusieron la restauración del absolutismo, con todo lo que eso comportaba: por ejemplo la recuperación de la Inquisición. La sociedad española fue la única sociedad europea que, con la derrota de Napoleón, sufrió un retroceso.

¿Napoleón estaba equivocado o tenía razón, en relación a los catalanes?
Si una cosa nos muestra la historia, es que no habido ningún pueblo en el mundo que haya aceptado las luces y la libertad a punta de bayoneta. Los catalanes de 1808 no fueron una excepción.