Hace tiempo que el Código de Hammurabi ha perdido su prestigio. Tiene cierto sentido. En un mundo donde los derechos humanos han adquirido la categoría de leyes divinas, el principio de ojo por ojo parece desfasado, anacrónico. El pacifismo, la medicina y el progreso tecnológico nos han llevado a creer que, mientras no vulneren el Código Penal vigente, nuestras acciones no tendrán consecuencias destacables. Esta verdad, que puede aplicarse al conjunto de Europa occidental —sedada por ochenta años de paz y prosperidad—, parece aún más evidente en la Cataluña del post-procés. Mentir es gratis, callar tiene recompensa. Pasar factura, en cambio, se considera un acto de mala educación, un capricho excéntrico, de loco de esquina. Enric Vila, a quien no parece molestar pasar por uno, hace tiempo que lo hace, como si nunca hubiera olvidado que escribir es meterse en problemas. Hace un año publicó Els mestres, el primer volumen de Ull per ull, una serie de libros editados por BonPort que me hacen pensar en lo que saldría de la pluma de Karl Ove Knausgård si, por algún motivo, hubiera leído la obra completa de Josep Pla. Dado que esta definición no me parece del todo satisfactoria, me ha parecido oportuno pedirle al autor que me ofrezca una mejor.

¿Qué es Ull per ull?

Es una evolución de los libros que había escrito en forma de dietario. Los dietarios son la herramienta de los marginados que no están de acuerdo con el mundo. Se escriben en secreto, en la intimidad, y se guardan en un cajón, con la esperanza de que alguien los encontrará. Mis dietarios (Londres, París, Barcelona o El nostre heroi Josep Pla) eran una caricatura de este formato, porque no vivimos en el siglo XVI ni bajo el régimen de Franco y nadie iba a quemarme en la hoguera. Yo intentaba ligar la teoría con la experiencia personal para evitar que el mensaje pudiera pervertirse. Ull per ull es otra cosa. Es un dietario-memorias-dietario en el que intento explicar el presente a través del pasado y el pasado a través del presente, en forma de espejo.

Todo empieza en 2020, en el momento en que te echan de Blanquerna.

Tardé un año en empezar a escribirlo, pero me interesaba empezar por ese momento porque suponía el final de la etapa que quería contar en el primer volumen. Es decir, la etapa en la que llego a la universidad y descubro, a través de la lengua, una forma de relacionarme con el mundo que no sea la de la víctima por defecto, la del animal de presa. No es que me convierta en un depredador, pero en aquellos años en Blanquerna aprendo a defenderme y a mirar el mundo desde una perspectiva distinta de aquella que me han inculcado la familia y la escuela catalana.

Me pasa como a Proust, que descubre que tiene que separarse de sus amigos para poder explicarlos, a ellos y a su época

Y lo haces a través de la literatura.

El descubrimiento de la lengua me ha permitido separarme de las supersticiones que dominan el inconsciente social y empezar una guerra que me ha acabado dejando solo. Es un proceso de individuación que duele, porque transforma mi relación con el mundo y me hace darme cuenta de que lo único que me queda es la literatura, y que debo distanciarme del resto. Me pasa como a Proust, que descubre que tiene que separarse de sus amigos para poder explicarlos, a ellos y a su época.

¿En qué se parece nuestra época a la de Proust?

Es el final de un mundo. Cuando empecé a escribir me miraba en personajes como Bob Dylan o Leonard Cohen, en gente que se había salido con la suya. Pero a medida que pasan los años, me fijo más en personajes como Proust, que escriben viendo cómo su mundo se va al carajo y, al no poder hacer nada para evitarlo, prefieren decir: “apáñaoslas como podáis, yo intentaré buscarme la vida”. Es un gesto que tiene un punto de comedia, como todo, pero que me permite explicar las cosas en crudo, sin hacerme el ciego. En el momento en que me echan de la universidad ya no tengo que transigir, puedo explicar qué era Blanquerna, qué era el Periodismo y qué era este país entre la última década del siglo XX y la primera del XXI.

Enric Vila
Enric Vila. 

¿Y qué era exactamente este país?

El resultado de décadas de acumulación de capital humano y económico. Los hijos de quienes vivieron la guerra empiezan a ganar dinero y llevan a sus hijos a la universidad, la economía va bien, Cataluña ha conseguido europeizar España, las diferencias entre castellanos y catalanes parecen destinadas a desaparecer, incluso El Periódico empieza a publicarse en catalán. El periodismo vive una época dorada y se aferra al sueño postizo heredado del tiempo de entreguerras, pensando que podrá continuar. Esta euforia se nota especialmente en las mujeres, que comienzan a liberarse, a cambiar de actitud. Lo explico a través de hechos concretos, como una fiesta en La Paloma que describo en el libro.

Entiendo que hay cosas que cuesta explicar a través de la teoría.

En aquella fiesta en La Paloma se puede ver el desajuste que existe entre la euforia de las chicas y mi desorientación, que, en el fondo, es la desorientación del país. Si no eres superficial, si tu familia te ha transmitido los fantasmas del pasado, no puedes vivir aquella alegría de forma inconsciente. Por eso, en aquella fiesta, noto que me falta algo y acabo eligiendo a la chica acomplejada. Bueno, más que acomplejada, desajustada, delirante. A menudo me dicen que me paso diciendo estas cosas, pero son útiles para explicar aquel momento. Además, yo sé que a ella no le haré ningún daño. Ya ha hecho su vida y estoy seguro de que le ha ido bien.

En una sociedad funcional, el uso de los nombres propios tiene un punto de perverso; en una sociedad disfuncional, como la nuestra, es el último recurso. Cuando tengo una duda sobre si decir o no decir algo, siempre pienso en el país

De hecho, es el único personaje al que le cambias el nombre.

Sí, porque no es un libro de venganza. No me gusta poner nombres; los pongo cuando sirven para explicar algo. En una sociedad funcional, el uso de los nombres propios tiene un punto de perverso; en una sociedad disfuncional, como la nuestra, es el último recurso. Cuando tengo una duda sobre si decir o no decir algo, siempre pienso en el país, en la correspondencia que tiene la anécdota con la realidad de Cataluña. Quizá los otros quedan mal, pero yo no es que quede como un genio. La actitud del chico del libro —que no soy del todo yo, pero que es una interpretación de mí mismo— recuerda mucho a la de Cataluña. El libro se llama Ull per ull porque, en el fondo, es un intento de volver a empezar, de volver a poner nombres, construyendo una experiencia que parta de nosotros, no de los miedos que nos han proyectado las derrotas y los castellanos.

¿De dónde vienen esos miedos? ¿De 1939?

Es un error brutal pensar que los problemas de Cataluña empiezan con Franco. Si este libro hace tanta referencia a la dictadura es porque es el mundo que yo he heredado de mis padres, de mis abuelos y de los primeros escritores que leí, como Montserrat Roig. Pero mi intención es que el juego de espejos entre pasado y presente se haga cada vez más amplio y que se vea que las cosas vienen de mucho más atrás. Me encantaría encajar parte de mis libros anteriores dentro de los próximos volúmenes de Ull per ull, creando una campana de cristal en la que el lector pueda ver cómo el tiempo es circular, cómo todo afecta a todo, y cómo todo se articula a través del lenguaje.

¿Qué quieres decir con eso?

El lenguaje es lo que nos diferencia de los animales, lo que nos da un carácter divino. Por eso es tan importante. Cuando destruyen tu lenguaje, acaban también con tu parte mística. Es lo que les pasó a los sudamericanos. Que me perdonen, pero ese es su gran problema. Cuando los españolizaron y los cristianizaron, mataron su relación con la lengua, su espiritualidad. A los negros de Estados Unidos les pasó lo mismo, pero ellos se salvaron a través del blues, que es una cultura que parte de la expresión de su sufrimiento. Sin blues no habría existido el movimiento por los derechos civiles. Ahora bien, la esclavitud sigue siendo el pecado original de Estados Unidos. A los negros no pueden echarlos, pero nunca podrán absorberlos del todo. Con los catalanes pasa algo parecido.

¿No pueden absorbernos?

España existe, no puedes negarla. Por eso yo nunca he hecho antiespañolismo, y quería hacer un libro que se llamase La independencia es el imperio hispánico. Ahora bien, de la misma forma que no se puede impedir la existencia de España, ellos no pueden evitar que el catalán y el valenciano sean el mismo idioma, ni que los catalanes existamos y tengamos una espiritualidad propia. Los catalanes venimos de los Borja, el arquetipo del macho ibérico es catalán, y ese carácter agresivo y audaz que nos han intentado extirpar volverá tarde o temprano.

Todo tiene un precio. Cuando te ocultan el pasado, te rebajan las ambiciones. Aquí no se salva ni Dios. Es lo que intento explicar en este libro

¿No es posible romper con el pasado?

El señor Vicenç, que era el abuelo de mi vecino Jordi, intentó hacerlo. Aunque había conocido a Companys y estuvo con él en la celda poco antes de que lo fusilaran, nunca se lo contó a sus hijos ni a sus nietos. Quería ahorrarles el dolor, la carga del pasado. Ahora bien, todo tiene un precio. Cuando te ocultan el pasado, te rebajan las ambiciones, y ahora mi vecino es un señor que trabaja en Mercabarna. Aquí no se salva ni Dios. Es lo que intento explicar en este libro.

También hablas mucho de enfermedades.

Uno de mis abuelos tuvo Alzheimer, el otro cáncer de pulmón. Sus relaciones con la historia se basaban, respectivamente, en el olvido y en la asfixia. Me interesan los procesos que van de lo ignoto a lo racional, por eso, en el libro, hablo tanto de mi cuerpo, que, en cierto momento, se rompe. El cuerpo me habla. Es una locura, pero es una forma de introducir el elemento irracional.

Y eso que tú te educaste en un ambiente de desprecio absoluto por la irracionalidad.

Yo me eduqué en una época postmoderna donde, según Albert Sáez, la personalidad de un individuo dependía de su forma de vestir. Todo el mundo hablaba de identidades, pero se negaban sistemáticamente las esencias y el misterio. Entonces se producía un fenómeno muy curioso: los periodistas decían ser “objetivos”, aunque no creían que existiera una verdad esencial. Lo noté mucho haciendo la tesis. Para explicar que entre lo que Néstor Luján publicaba en los periódicos y lo que escribía en su dietario había una contradicción, tuve que citar a Rabelais. Que el hábito no hace al monje puede parecer sencillo de entender, pero es una afirmación que rompe totalmente con la fantasía postmoderna.

Veo que hablas en pasado. ¿Se ha acabado la posmodernidad?

Yo creo que ya nadie se la cree. Por eso a Sílvia Orriols le va tan bien en las encuestas, y por eso la mayoría de los políticos quieren hacer ver que son como ella. Pero como todos ellos son fruto de una cultura basada en el relativismo, no les funciona la jugada. Esto vale tanto para Salvador Illa como para Jordi Graupera y Puigdemont. No hay una educación sobre el misterio, sobre la idea de que tú eres como eres por fuerzas que están muy por encima de ti y que nunca podrás transformar. Negar esa realidad es inútil.

¿Crees que acabarán adaptándose?

No. Todos ellos están demasiado protegidos de los fantasmas y las sombras. Es una cuestión económica y social. De lo irracional te defiendes con dinero, Europa lo ha hecho durante ochenta años. La socialdemocracia es una gran jaula de oro para protegernos de los traumas de la historia.

Para hacernos creer que el Holocausto fue producto de la locura de Hitler.

Exacto. Para hacernos pensar que todo fue culpa de un loco que contagió a su sociedad. Para hacernos pensar que todo fue culpa de un error de los alemanes y no la consecuencia de toda una serie de errores, malas decisiones y procesos históricos que nos obligarían a reconocer la implicación del resto de países europeos. Solo con dinero puedes hacer eso.

Cuando intentas burocratizarlo todo para evitar conflictos, acabas olvidando la importancia de las pulsiones y de la necesidad de domesticarlas a través de la cultura

Y ahora el dinero se está acabando.
Siempre se acaba. El dinero es alquímico. Es un promedio entre lo irracional y lo racional, entre lo misterioso y lo que no lo es, entre el presente y la proyección del futuro. Es muchas cosas. Esto lo ha entendido la publicidad, pero no la política. Cuando intentas burocratizarlo todo para evitar conflictos, acabas olvidando la importancia de las pulsiones y de la necesidad de domesticarlas a través de la cultura. El problema de los europeos —pero sobre todo de los catalanes— es encontrar una cultura que se encargue de hacerlo.

Por eso necesitamos palabras.
Uno de mis grandes descubrimientos fue entender que las palabras valen por la experiencia que tienen detrás y que, por tanto, el problema nunca ha sido la prohibición del catalán, sino la limitación de las experiencias que podían vivirse usándolo. Eso es lo que empobrece una lengua. Por eso creo que los nombres son importantes, y por eso me impactó tanto darme cuenta de que mis padres no tendrían una lápida con los suyos.

¿Por qué?
Quisieron que esparciéramos sus cenizas. Toda una vida haciendo esfuerzos por hacer trascender la idea de Cataluña, por crear una continuidad, y luego no dejan sus nombres escritos en ningún cementerio. Creo que, en el fondo, les daba vergüenza haber pasado por este mundo. Le pasa a muchos catalanes. El señor Colomer, un profesor de lengua que conocí, siempre decía que “hem de ser discrets” (tenemos que ser discretos).

Tú no lo eres mucho.
El otro día leí un tuit de Roc Milà que decía que los nombres hay que llevarlos hasta el final. Estoy de acuerdo. La literatura se hace para imponer un imaginario. Yo lo siento así y lo escribo. No tengo ninguna teoría. Yo veo las cosas e intento salvarme.

¿Y cómo se hace eso?
Si tuviera la respuesta, no escribiría. Si tuviera la respuesta, la aplicaría. Solo sé que si ellos tienen el Leviatán, yo tengo la literatura, y que la literatura sirve para cambiar actitudes. ¿Qué hace Orriols en el Parlament? Nada, una redacción semanal. ¿Eso cambia actitudes? Sí. ¿Hasta qué punto? Ya lo veremos. Pero así funciona la cultura.

La literatura se hace para imponer un imaginario. Yo lo siento así y lo escribo. No tengo ninguna teoría. Yo veo las cosas e intento salvarme

¿Qué es la cultura?

Una adaptación inteligente a la realidad, un mecanismo adaptativo que viene de la parte divina del hombre. Cuando hay una guerra lo único que queda es la cultura. Y ahí se ve si una cultura es superior o inferior. Si pierdes, en mi opinión, es porque tu cultura no está lo suficientemente sofisticada.

Aún no sé si eres optimista o fatalista.

Yo lo que tengo claro es que en la Catalunya de hoy no soy feliz. Tengo que hacerlo solo. No quiero sonar como un libro de autoayuda, pero cada uno tiene su carácter y yo no me adapto. Y eso que nunca el país había pensado de forma tan parecida a mí. También es verdad que nunca el país había sido tan deshecho. Yo empecé escribiendo desde la idea de que era un marginado y ahora que todo el mundo es independentista todo el país está marginado. Con esto no hacemos nada. Yo no quiero que el país sea tan marginado como yo, yo quiero que esté en el centro del poder y que yo pueda ser un tipo normal: retirarme, casarme, criar gallinas.

Pero escribes.

No puedo rendirme, tengo que ir a todo oa nada. Si vuelvo atrás el alma no me lo va a permitir y el cuerpo tampoco.