La primera vez que Billie Eilish pisó un escenario en nuestro país tenía 17 años y ni siquiera había publicado su álbum debut. El 9 de marzo de 2019 ponía punto final a su primera gira internacional, 1 by 1 Tour, ante unas 4.000 personas, después de haber reubicado el concierto de la Sala 2 del Apolo al Sant Jordi Club por la alta demanda de entradas. De eso hace algo más de cinco años, en los que la estadounidense se ha convertido en la artista más joven de la historia en ganar el Álbum del Año en los Grammy, y en hacerse con la triple corona de la música y el cine, siendo la más joven en ganar un Óscar, un Globo de Oro y un Grammy por una canción original para una película, gracias a No Time to Die. El verano pasado, tras el lanzamiento de su último disco, HIT ME HARD AND SOFT, se convirtió en la artista más escuchada del mundo en Spotify.
La estadounidense se ha convertido en la artista más joven de la historia en ganar el Álbum del Año en los Grammy, y en hacerse con la triple corona de la música y el cine, siendo la más joven en ganar un Óscar, un Globo de Oro y un Grammy
Por eso, después de consolidarse como una de las artistas más importantes de su generación —y del panorama actual—, a nadie le sorprende que, durante la gira homónima de su tercer disco, con más de cien fechas por todo el mundo (de abril de 2024 hasta el otoño de 2025), haya conseguido colgar el cartel de “todo vendido” durante dos noches consecutivas en el Palau Sant Jordi, el 14 y 15 de junio. Con un apoyo prácticamente incondicional, reunir unas 28.000 personas parece tan fácil como respirar.
Si la primera noche fue todo un éxito, la tarde del domingo 15 de junio, a pesar de parecer un día complicado por su posición en la semana, confirmó que la corona de la generación Z hace años que es suya
Pero estas noches no van de cifras, logros o récords. El valor diferencial de Eilish ha sido, es y será crear un sonido único e indiscutiblemente Billie Eilish. Escuchar sus atmósferas, su voz suave, la contundencia de sus graves o la crudeza de sus quiebros, combinados con un universo narrativo donde la vulnerabilidad es su gran fortaleza, es lo que conecta directamente con sus fans. Una conexión que se refleja en una entrega total de sus seguidores. Si la primera noche fue todo un éxito, la tarde del domingo 15 de junio, a pesar de parecer un día complicado por su posición en la semana, confirmó que la corona de la generación Z hace tiempo que le pertenece.

Desde las seis de la tarde, el recinto se fue llenando de bermudas anchas, bandanas y camisetas XL que evocaban la estética de la artista. Entre el público destacaba la cantidad de adolescentes emocionados, en su mayoría chicas, que venían acompañados de sus padres y madres. Se intuía que era el primer concierto de muchos de ellos. Todo era nuevo, brillante, estimulante, y los progenitores parecían respirar aliviados ante el hecho de que la artista favorita de sus hijas, hijes, hijos fuera alguien con un gran talento musical. Nada de quejarse con la cantinela de “la música de ahora solo es autotune”. Aunque la cosa se complicaba si querían adquirir alguna prenda de merch, que podía llegar hasta los 110 euros por una camiseta.
La misa más importante de sus vidas
A las siete de la tarde, la velada fue amenizada por Tom Odell. A pesar de ser el telonero, ofreció un concierto a la altura de cualquier cabeza de cartel. Si un día escribió Another Love, fue para pasar a la historia. La delicadeza de su piano, acompañada de su voz, hizo resonar todo el estadio cuando, tras el primer estribillo, entró el bombo y todos enloquecieron. Las ganas de sentir estaban en el aire, y el compromiso con el directo, tanto encima como debajo del escenario, ya estaba servido.
Con un escenario rectangular en medio del Palau, el espectáculo se vivía como una experiencia 360º. Billie Eilish no necesita que nadie le cubra las espaldas: va con todo, sin ocultar nada. Con una puesta en escena absolutamente deslumbrante, hizo temblar el estadio incluso antes de salir. Volando sobre un cubo, abrió la noche con la sucesión de CHIHIRO y LUNCH. El público cantaba tan fuerte que, a veces, la voz de la cantante se perdía entre la multitud.
Corría de un lado a otro del escenario, sin descuidar ni un centímetro del público. Las energías se retroalimentaban mutuamente. Como quien hace un pacto que no hace falta firmar: tú pones palabras a nuestros malestares y anhelos, das forma a lo que ni siquiera sabemos cómo expresar, y nosotros te lo cantamos todo de vuelta
Corría de un lado a otro del escenario, sin descuidar ni un centímetro del público. Las energías se retroalimentaban mutuamente. Como quien hace un pacto que no hace falta firmar: tú pones palabras a nuestros malestares y anhelos, das forma a lo que ni siquiera sabemos cómo expresar, y nosotros te lo cantamos todo de vuelta. Cada silencio se llenaba de ovaciones. Si la energía era vibrante con temas como Therefore I Am, la entrega con baladas como WILDFLOWER era total. Y si hay algo prácticamente imposible ante un público de estadio es pedir un silencio sepulcral… y que todos lo cumplan. Pero ella lo logró. Para when the party's over, usó loops de su propia voz generados en directo, y pidió silencio. Todos lo cumplieron rigurosamente, como si estuviéramos en la misa más importante de nuestras vidas. Costaba creer que toda esta devoción la estuviera generando una chica de tan solo 24 años, sola en un escenario. Ni coreografías, ni bailarines, ni lentejuelas, ni cambios imposibles de vestuario, ni decorados cambiantes. THE DINER. Crudeza y contundencia. El espectáculo era una danza constante con las reacciones del público —y una producción audiovisual y lumínica estudiada al milímetro. Una muestra clarísima era la coreografía de linternas que hacía el público durante ilomilo.
Generalmente, en conciertos donde el artista ya tiene más de un par de álbumes, se pueden distinguir claramente las favoritas del público por el nivel de saltos, móviles alzados, ovaciones… Con Billie Eilish, era imposible. Todas las canciones eran la mejor canción, la más cantada, la más celebrada. THE GREATEST, de su último disco, no tenía nada que temer a ser eclipsada por bad guy —uno de los singles que la colocaron en el radar como una de las propuestas más interesantes de finales de los 2010.

Billie Eilish en Barcelona / Foto: Henry Hwu
Billie Eilish hacía que todo lo que pasaba por sus manos fuera espectacular: cantar una balada rock de estadio mientras flotas en una plataforma móvil, o hacer una versión a guitarra acústica para que la sencillez del momento triunfe entre la multitud. Todo tenía su espacio emocional en HIT ME HARD AND SOFT. Y como todo el mundo quiere sentir que ha vivido una experiencia única, muchos artistas trabajan la idea de tener una canción sorpresa para cada noche y ciudad. Un gesto que celebra el aquí y el ahora. Si en la primera fecha fue Halley’s Comet, a pesar de los rumores fallidos sobre una aparición de Rosalía, la segunda noche fue premiada con un acústico de TV.
En el ecuador del concierto, la noche parecía apenas empezar. La energía era constante: fuego, subgraves y bury a friend. Y, aun así, demostró que todavía se podía subir un grado más la locura que sacudía el Sant Jordi. Con la celebración del primer aniversario de Brat de Charli XCX, al interpretar su colaboración Guess Remix, no hizo falta la presencia de la británica para elevar la temperatura del pabellón. Siempre en el lado correcto de la historia. BRAT Summer forever, supongo.
Después de poco más de una hora y media, Billie Eilish había demostrado por qué es la artista Gen Z definitiva
Con un combo perfectamente ejecutado al piano de lovely – BLUE – ocean eyes, nos acercábamos a la recta final. L’AMOUR DE MA VIE —con la bailable extensión Over Now— y su tema para la película Barbie. Lo explotó todo con la versión corta pero eléctrica y catártica de Happier Than Ever, que permitió gritar aquello de you made me hate this city en el crescendo. Y, como quien pone bálsamo a las heridas, cerró con la luminosa e instantánea clásica desde el día que salió: BIRDS OF A FEATHER.
Después de poco más de una hora y media, Billie Eilish había demostrado por qué es la artista Gen Z definitiva. Con una hibridación de géneros impecable, consigue encapsular de forma delicada en sus letras las angustias generacionales, pero también una luminosa búsqueda de esperanza y placer. Y todo ello con un directo a la altura de alguien que ha nacido para estar sobre el escenario. Si dentro de unos años alguien tiene que explicar qué significaba tener veinte años en un momento en que el mundo parecía oscuro, hostil, en evidentes vías de colapso, y el aislamiento social entre los jóvenes era cada vez más latente —a pesar del deseo de una esperanza colectiva—, quizá una buena idea sería revisitar uno de los directos de Billie Eilish.