Espectacularidad y sencillez, genios y fanfarrones, miedo y mucha vergüenza ajena. Este febrero, Filmin ha estrenado El infiltrado, una miniserie documental del danés Mads Brügger que muestra cómo dos hombres se infiltran en Corea del Norte, el país más hermético del mundo. La obra, que ha sido aclamada por la crítica y tiene muchos números de optar al Oscar en su categoría, deja en evidencia a los altos cargos del país y también a Alejandro Cao de Benós, la extensión de la RPDC en Europa. Hasta ahora, y gracias a sus continuas apariciones en los medios, sabíamos que el tarraconense es un personaje estrambótico —chalado, según algunas voces—, que proclama las bondades de Kim Jong-un siempre que se le presenta la ocasión; una figura parodiable y propensa a las polémicas twitteras, pero innegablemente bien conectada con el régimen de Pyongyang. No nos equivocábamos: gracias al documental, podemos confirmar que Benós es el bufón de la corte juche.

El infiltrado es la historia real de Ulrich Larsen, un hombre de mirada perdida y gestos desconcertantes que, por algún motivo que no se acaba de especificar, participa en una operación espía contra Corea del Norte durante de diez años. La misión la comanda desde el sofá de casa el director del documental, quien fue vetado por el régimen después de grabar la pieza satírica The Red Chapel. Cámaras ocultas, tráfico de armas y fabricación y exportación de drogas: la obra tiene los ingredientes de un blockbuster de espías de Hollywood y la elegancia de un filme grabado por chavales de 4t de ESO. Y es que este es el gran descubrimiento de la docuserie: la vida real, aunque haya amenazas termonucleares y negocios de millones de euros de por medio, es muy poco glamurosa.

Escenario triste número uno: la Asociación Danesa de Amigos de Corea del Norte. Para infiltrarse en el régimen Kim Jong-un, lo primero que hay que hacer es afiliarse a una asociación coreana de proximidad. Os podéis imaginar el tipo de individuos que conforman esta entidad: inadaptados, incels y gente con muy poco trabajo —donde el protagonista encaja muy bien, todo sea dicho— que se reúnen por las tardes para debatir sobre banalidades mientras una imagen del todopoderoso líder los observa desde la parte superior de la sala. Y no, no hablemos de una misa. Parece mentira que el primer paso para acceder a Corea del Norte sea apuntarse a este tipo de club de Warhammer, pero el documental demuestra que es la única fórmula ganadora para conseguirlo.

Más escenas deprimentes, esta vez de la mano de Cao de Benós. Ulrich accede rápidamente a la parte más alta de la escalera de mando de la asociación, hecho que le permite conocer al ilustre tarraconense, la puerta de acceso a Corea desde Europa. Y aquí está donde empieza la auténtica acción. El protagonista —siempre movido por el interés periodístico de Brügger— consigue extraer absolutamente todo lo que quiere de Benós. Entre el primero y el segundo episodio, y siempre con cámaras y micrófonos grabando, Ulrich se aprovecha de su prescriptor para acceder al territorio coreano y también para enterarse de los negocios clandestinos del gobierno juche. Todo, entre habitaciones de hotel decadentes propias de una peli porno, cantidades inhumanas de Coca-Cola y chulerías de todo tipo. Cao de Benós demuestra que trabajar para el gobierno más hermético del mundo es compatible con no tener ningún tipo de protocolo serio antiespía y, mientras charla y es grabado, retrata a su querida patria. También demuestra que es un auténtico xenófobo con ínfulas, pero eso algunos quizás ya se lo imaginaban.

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Cao de Benós y el infiltrado / Filmen

Xenófob, sí, porque en la segunda parte del documental la acción se traslada a Uganda, donde el gobierno coreano quiere construir una base secreta para producir metanfetamina y misiles. "Los negros deben tener alguien por encima, si no sólo roban y duermen", dice. La cosa se pone seria y, como decíamos antes, también espectacular. Brügger hace entrar en escena un exmiembro de la legión francesa vinculado a la jetset de Copenhague para que interprete el papel de señor James, un empresario mafioso con los músculos de John Cena y la ropa Francisco Umbral que, en teoría, quiere invertir más de 50 millones de euros en producción de armas y droga coreana. ¿"Five-zero?" pregunta Cao de Benós para no cagarla.

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El señor James / Filmen

Evidentemente, sin embargo, el señor James no tiene ningún tipo de intención de comprar o vender nada. Y aquí es donde queda retratado el gobierno de la RPDC. Aunque el legionario con aires de actor no controla la situación —se inventa el nombre de su empresa sobre la marcha, por ejemplo—, los coreanos le confían sus planes desde el minuto uno. O dicho en otras palabras: si la intención del señor James hubiera sido real, ahora habría una fábrica subterránea de armas y droga norcoreana en una isla del lago Victoria. Una estampa digna de Misión Imposible, sí.

El infiltrado es un documento audiovisual que llama la atención por lo que revela. Que los norcoreanos hagan estos tipos de movimientos es preocupante. Que sea tan fácil pintarles la cara, un poco ridículo.