A media entrevista, Eduard Márquez (Barcelona, 1960) saca una libreta roja pequeña de su mochila. Lo abre y, mientras confiesa que es la primera vez que la enseña a un periodista, despliega un esqueleto de páginas y páginas de anotaciones que recogen, hasta el milímetro, la estructura de 1969 (L’Altra Editorial). Es la prueba que tras su nueva novela – si es que realmente se puede decir así– Márquez ha concentrado un trabajo ingente, de horas y horas de investigación entre testimonios, informes y documentos de personas que vivieron aquel año: el año en que el franquismo se empezó a resquebrajar. Evitando completamente ficcionar una historia o el artificio de una narración, 1969 es una recopilación de la memoria colectiva, y un intento de explicar por qué y cómo hemos llegado hasta el presente.

1969 desafía con una valentía admirable los cánones de la literatura, buscando el mismo efecto pero desde los márgenes de la convención

Desafía con una valentía admirable los cánones de la literatura, buscando el mismo efecto pero desde los márgenes de la convención. Márquez no lo ha escrito, sino que su tarea ha sido reescribir testimonios orales, compilar documentos y ordenarlos para dotarlos de ritmo y tensión narrativa. Entre las páginas del libro, cierne, pues, la lucha de los millares de personas que se opusieron al Régimen y la digestión pesada de la Transición. Juntas, componen fresco vivo y de grandes dimensiones, que es capaz de resucitar el pasado. Hablamos con el autor de la historia reciente del país y de su proceso creativo, pero también de un periodo de reflexión en el que dice que ha dejado de considerarse escritor profesional. Habla de dificultades económicas y de frustración con el sistema literario por haber tenido que abandonar su vocación. "Durante años fui una persona insoportable", afirma.

¿Es 1969 un homenaje a una generación de luchadores contra el franquismo?
Es un acto de gratitud y compensación. Si eso acaba siendo un homenaje, ya no lo sé. Es obvio que es una generación que hemos desterrado y arrinconado, porque no interesaba escucharla. Y para mí era muy importante hacer este acto de recuperación, que pienso que en el fondo es un acto de justicia social. Se trata de recuperar una memoria que nos hemos permitido el lujo de menospreciar.

Se trata de recuperar una memoria que nos hemos permitido el lujo de menospreciar

¿Por qué dices que no interesaba recuperar estas voces?
Por una cuestión de explicación histórica de los acontecimientos. La primera imagen que nos hicimos de la Transición era que se trataba de un grupo de gente generosa que nos llevó a la democracia: cuatro o cinco mentes preclaras. Y que aquello había sido modélico. Con los años, esta visión la hemos estado bajando gracias a los historiadores más jóvenes, a los movimientos y organizaciones. Se ha reconocido que aquello no se trataba de cuatro o cinco mentes, sino que había un grosor social muy importante vecinal, de organizaciones políticas, etc. Paralelamente a eso, también empezó a haber una voluntad de recuperación de esta memoria. Pero nos queda hacer lo que para mí es el último paso: salir de aquello que estaba organizado e ir a ver la vida de la calle. Eso todavía no nos interesa lo suficiente y hace falta ir ampliando el foco y recuperar la memoria verdaderamente popular.

¿Qué te hizo centrarte precisamente en 1969?
La idea inicial era un único volumen sobre toda la Transición haciendo ficción tradicional. En aquel momento, acordamos con los historiadores que me ayudaban que lo más razonable era empezar el 69 y acabar el 80. Este era el arco temporal del primer proyecto de novela. Cuando el libro va a la quiebra por primera vez, a mitad del 2019, termino. Y cuando el patrón de escritura empieza a cambiar porque busco otra cosa, el material empieza a crecer exponencialmente y veo que no cabrá todo en un volumen. Es entonces que lo fragmento y empiezo con el 69, cuando el Franquismo empieza a resquebrajarse y cuando la gente empieza a ver que aquello flaquea.

EDUARD MARQUEZ cuarta / Foto: Montse Giralt
Eduard Márquez ha publicado 1969, una novela que desafía los cánones literarios / Foto: Montse Giralt

Viene de lejos, pues, el proyecto.
Es una novela que hace 25 años que me rondaba por la cabeza, por motivos personales y familiares. Yo sabía que tarde o temprano quería escribir un libro sobre la Transición. Lo que pasa es que durante todos estos años no me sentía preparado ni emocionalmente ni como escritor y lo iba aplazando. Hasta que llegó un momento que decido parar todo para mirar el cual quiero hacer como escritor y veo que la Transición puede ser un buen tema para cuestionarme muchas cosas a nivel personal y literario.

¿Qué implicación personal tienes con la Transición, de donde sale la fuerza de la conexión?
Yo viví en la calle la Transición del 75 al 80, en un momento intenso. No lo hice desde una perspectiva política, porque no estaba encuadrado, sino cívica o artística. Quería trincharlo todo desde la perspectiva creativa, aunque no se me escapaba ninguna manifestación. Estaba en la calle cuando se protestaba a favor de la Amnistía o a favor de la libertad de expresión y recibíamos de la policía. Y está también el trasfondo familiar de gente que me trasladó la enorme decepción que comportó para muchas personas la frustración de un sueño de cambio mucho mayor. Eso lo viví muy cerca: gente que había estado bregando con un compromiso muy grande y con mucho peligro para que llegue un momento en el que un puñado de tipos empiecen a pactar y nos dejen arrinconados. La idea que sale permanentemente en la novela de querer cambiar el mundo dejó arrinconada una serie de gente que abandonan la lucha una vez frustrada la ilusión colectiva. Se marchan incluso de Barcelona, se convierten en neo-rurales, gente que quiere hacer la revolución al por menor porque al por mayor ha fracasado. Siempre estaba la decepción y la decepción como herramienta literaria es muy potente.

El único tio que está en las comidas de amigos en un rincón sin poder ejercer su oficio soy yo

Eso me hace pensar en la cita del inicio del libro: el pasado no muere nunca, solo se aleja.
El problema es que cada vez se aleja más y en consecuencia cada vez es más difícil, también porque cada vez queda menos gente. En el proceso de edición del libro he perdido a Pau Riba y a uno de los anarquistas que sale. Si no corremos, todo eso lo perderemos, como ya perdimos la generación de la Guerra Civil.

¿De qué forma esta recuperación de la memoria del libro nos puede ayudar a afrontar nuestro presente democrático, sobre el papel, como país?
Primero de todo, para entender de dónde venimos. Este de donde venimos no lo hemos explicado bien y por lo tanto es el primer punto. Aquello no fue modélico y la represión fue muy violenta. Entender los verdaderos mecanismos de la represión, entender el enorme control social que yo creo que en algún momento hemos frivolizado... Yo llevo muchos años viviendo en los archivos y te sorprenderías de lo que he llegado a encontrar. Hay informes diarios de lo que pasaba a la universidad. No sé si somos conscientes. Un informe diario de cada universidad diciendo: "normalidad en filosofía y letras" o "en arquitectura, asamblea donde se significan tal y tal". Eso extrapólalo a las grandes fábricas o incluso a pequeños talleres de Gràcia, porque no solo controlaban la SEAT. No te puedes imaginar la cantidad de cartas de delación, el trabajo de los 'serenos', los vigilantes nocturnos... Eso nos ayudaría mucho a entender que salir fue muy difícil. Y si entendemos de dónde venimos captaremos mejor las carencias de donde hemos llegado.

¿Te consideras de izquierdas?
Sí, lo que pasa que eso no tenía ninguna importancia porque yo quería que mi mirada fuera neutra. Y creo que lo es. A mí hay mucha gente que me dice que por cómo he colocado cierto material y cómo he hecho que dialogue se me nota. Pero a grandes rasgos es una voz neutral. Decidí que el arco ideológico y social fuera total. Había gente de grupúsculos de extrema izquierda que me decían que si salía gente de la extrema derecha que no sabían si ellos querían ser. Y yo respondía que tenían que estar. En este sentido hice un gran esfuerzo. No quería que mi mirada política mediatizara el fondo.

No poder desarrollar tu vocación es una de las cosas más duras del mundo. Y yo me lo he tenido que comer

Es un libro en que aparentemente no hay narración, ni literatura. ¿Es una novela 1969?
Yo me di cuenta de que la única manera de sacar eso adelante era prescindir del artefacto y la convención literaria, es decir, después de dos intentos fallidos, la teoría clásica que enseño cada lunes en la escuela de escritura del Ateneo. El desarrollo de personajes, planteamiento, nudo y desenlace... todo eso está muy bien y hay novelas que lo necesitan. Pero aquí no me servía. Y es cuando decidí empezar de cero para buscar otra manera de narrar. ¿Por qué 1969 es una novela? Porque tiene tensión narrativa y tensión emocional. Y eso una tesis doctoral no lo tiene. Aquí hay intensidad narrativa, la propia disposición del material hace que eso pase. Y está distribuido de manera que el lector va desde el momento que pasa angustia al momento hilarante. Este balanceo es novelístico. Todas las piezas están milimétricamente colocadas, mira (me enseña la libreta con el esqueleto narrativo de la novela). Aquí tienes pieza en pieza la distribución de todos los materiales, iba reflexionando. La novela está aquí.

¿Eso quiere decir que hay un trabajo ingente detrás del libro, me equivoco?
Son ocho años de muchos frentes: archivo, gente y literatura, es decir, leer y aprender. Y el gran trabajo es el de ensamblaje, darle forma de novela. Yo quería que fuera un espejo. Que fuera como si estuvieras en medio de una plaza y vieras toda la vida a tu alrededor. Y que eso fuera lo que impulsara al lector a seguir leyendo, la propia fuerza de la vida, no la del artefacto, la de la trampa.

La mímesis o el espejo funciona también a la hora de reproducir el lenguaje de testimonios, informes, etc.
¡Claro! Tenía que respetar el lenguaje de las voces escritas, la documentación, y, en consecuencia, respetar la lengua de cada voz. Por lo tanto, si he grabado a alguien en castellano se mantiene y si hablan en catalán también. Y las voces documentales se tienen que dejar en la lengua en que se escribieron. No tiene ningún sentido que yo traduzca el informe de un policía o un discurso de Carrero Blanco. No acabo de entender que eso se haya criticado desde algún lugar diciendo que no era una novela catalana.

EDUARD MARQUEZ tercera / Foto: Montse Giralt
Eduard Márquez retorna al pasado con 1969 para explicar cómo hemos llegado hasta aquí / Foto: Montse Giralt

¿Seguirás el proyecto novelístico aplicándolo a otros años, tal como te planteabas al principio?
No lo tengo claro. De entrada incluso decidimos que no me hablaríamos, para no acojonar al personal. La idea original de hacer seis volúmenes no sé si es viable, porque no sé si nos podemos permitir el lujo de hacer volúmenes de mil páginas. También es una cantidad de trabajo ingente. En 1969 he hecho todos los papeles del repertorio y llega un momento en que el trabajo es agotador. Es un tema que hemos aparcado y cuando llegue el momento lo decidiremos.

El proceso de escritura de la novela ha ido acompañado de una crisis personal tuya y de una decepción con el mundo editorial catalán.
La parte de mecanismo del mundo literario nunca me interesó mucho durante mi carrera. Pero llegó un momento que me di cuenta de que ni posicionándome en los márgenes mi proyecto literario era viable. Y cuándo te das cuenta de que todo lo que has hecho lo tienes cerrado en cajas en casa porque te han descatalogado... A mí no me quedan libros prácticamente. Ahora porque con Eugènia Broggi hemos empezado a reflotar y reeditar El silenci dels arbres pero el resto de mi obra está muerto. Delante de eso te quedan dos posibilidades: dejar que se te coma y convertirte en un amargado, que lo fui durante una época, o hacer un cambio de chip. Y es cuando tomé una de las grandes decisiones, que era acabar de apartarme. Quería ser un escritor de profesión en un país en que eso es muy difícil, pero pensaba que sería posible, dime iluso. Y durante una época lo fue. Todo eso, sin embargo, se hundió ya antes de la crisis del 2008. Y eso te obliga a reposicionar. Se trata de volver a ser una persona que escribe, como cuándo tenía veinte años, y no un escritor, aunque el propio sistema hace que lo parezcas.

Vivimos en un país en que hay más escritores que lectores y eso nos lo tendríamos que cuestionar

No deja de ser duro este proceso, imagino.
Es muy doloroso. Yo me he tenido que desprofesionalizar. En mi entorno, toda la gente de mi generación si eran médicos son médicos, si eran logopedas lo son, si decidieron ser fotógrafos también. ¡El único tio que está en las comidas de amigos en un rincón sin poder ejercer su oficio soy yo, que soy escritor! Y llega un momento que dices: ¿en qué cojones de mundo vivimos? Eso durante una época me consiguió amargar. Durante años fui una persona insoportable, dolida conmigo mismo y con el mundo. Como decía Kafka, un escritor que no escribe es un monstruo saliendo con la locura. Es exagerado, pero no poder desarrollar tu vocación es una de las cosas más duras del mundo. Y yo me lo he tenido que comer.

¿Qué explica que eso pase en el sistema literario catalán? Demasiada circulación, estándares literarios bajos, demasiada gente que quiere escribir, el mercado es pequeño...?
Pienso que es una confluencia de cosas. Vivimos en un país en que hay más escritores que lectores y eso nos lo tendríamos que cuestionar. También vivimos en un país, que no es el único, en el que se publica demasiado. Y cuando se publica demasiado la consecuencia inmediata es que no se puede ser tan quisquilloso. Ahora, a la que necesitamos mantener una bicicleta en marcha, llega un momento en que todo vale. Supongo que tendríamos que reformular qué queremos hacer literariamente como país. Pienso que es una literatura en qué todo esta muy mezclado y en la que todo vale y no tendría que ser así. Tendríamos que tener un aparato crítico mucho más desarrollado y que estableciera más canon. En cualquier cultura seria, tienen que convivir diferentes maneras de entender la literatura, desde la más comercial a la más literaria, valga la redundancia. Pero tendría que estar la capacidad de discernir entre la una y la otra. No tenemos que vender libros como una cosa que no son, tenemos que recolocar las piezas en su sitio, si no parece que todo vale. Nos falta, ambición, riesgo y conocimiento de la tradición. ¡La cantidad de gente que sé positivamente que escribe y no lee o no tiene ninguna conciencia de la tradición a la cual pertenece! Parece que todo el mundo pueda escribir novelas, como si fuera fácil. La falta de oficio es tremenda.