—No te preocupes, no podemos competir con ellos. No podemos competir con Taylor Swift. Menos con un libro sobre política… —dice Pablo Simón, politólogo, habitual de formatos como Al Rojo Vivo y que acaba de publicar Entender la política: Una guía para novatos (Alfaguara, 2023).
—Lo malo… Lo malo es que mi libro también va sobre Taylor Swift, Pablo —reímos los dos, por no llorar, mientras vislumbramos la inacabable cola que acumulan Marcos Bueno, podcaster sobre Taylor Swift y Laia López, ilustradora con nada menos que 1,2 millones de seguidores en Instagram.

Mientras Marcos le pregunta a los jóvenes que se dan cita ante su libro “de qué Era son” —las “Eras” son las etapas por las que ha pasado Swift— esos mismos jóvenes apoyan completamente su cuerpo sobre mi libro para acercarse al escritor y ante el griterío generalizado soltar un “Red” (disco de la americana), a lo que él responde con unos corazones en rojo sobre la dedicatoria. No son ni las seis de la tarde, mi tour acaba prácticamente de empezar. Un golpe de realidad.

No llueve. Me había pasado la semana anterior mirando la predicción. No llovería. Paciencia Yera… Alguno de esos jóvenes mira mi portada, Fenómeno Taylor Swift (Sílex Ediciones, 2024). Incluso la toca. Pablo no tiene tanta suerte. Pero ante el “hola” de Marcos, mi libro cae en el baúl de los juguetes a donar de Toy Story. Es plaza Universidad, uno de los hervidores de Barcelona en Sant Jordi, el día del libro en Catalunya. La festividad más importante para el sector editorial. He tenido la suerte de tener unas cuantas firmas, de sentirme parte de la fiesta. El novio de una amiga de la novia en una boda. No conoces a nadie, pero ahí estás.

Ambient Sant Jordi Passeig de Gràcia / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

Mi día empezó… Como cada día. Primero de todo, fui a trabajar; los escritores noveles no tienen fiesta por Sant Jordi. Segundo, llené el tanque de la moto de chofa (no sabía lo importante que sería eso). Tercero, aprendí las rutas más rápidas entre punto y punto. Cuarto, me di cuenta —tarde— que todas las calles estaban cortadas. Estuve más rato volando entre buses y taxis, esquivando avenidas principales, a la policía, los semáforos, los peatones… a todo el mundo para, aún así, llegar veinte minutos tarde a cada parada. Sant Jordi es una maratón. Una maratón para personas que se han pasado meses sentadas ante una pantalla sin hacer deporte, escribiendo. Sant Jordi es peligroso. Es una selección natural: están los que firman en pocos sitios y mucho (y los llevan a los sitios) y los que firmamos en muchos sitios a riesgo de no llegar.

La pregunta que más he respondido es cómo llegaría de un sitio a otro si todas las horas solapaban. No iba a pasar. Claro, llegué tarde siempre. Afortunadamente, los libreros son unos majos, tienen más tiros pegados que Luis Zahera en Entrevías. Están a todo y, además, con la ayuda de las distribuidoras y los editores (el mío, Toni Castarnado, me acompañó ¡a todos lados!), montan mesas para los escritores desconocidos como yo.

Primero de todo, fui a trabajar; los escritores noveles no tienen fiesta por Sant Jordi

En mi caso, todo empezó en passeig de Gràcia, a lo grande. Escribieron mi nombre como lo hacía mi abuela, “Yerai”, pero me vistieron una mesa ancha, con un tul negro, en la que me sentí Jesús Gil echando un póker y jugándome las llaves de un caserío. Era la parte alta del paseo, pero aún así, muchísimas de las personas que se paraban ante el libro lo hacían hablando en inglés, bramando un "¡Taylor Swift!" tan sonoro, tan sorprendido… Como si aquí no hubiese llegado el tsunami. Le hacían fotos al libro, lo toqueteaban, me sonreían y me preguntaban el precio. ¿El precio? Un autor desconocido y un librero son más o menos lo mismo para el público general.

—¿¡Es sobre Taylor Swift!? —grita, mientras mira a sus amigos. Va con gafas de sol negras, gorro y un cartel en la frente de no saber que en Barcelona aquél día hay fiesta mayor del libro.
—Sí, ¿de dónde sois?
—China.
—¿Entendéis el castellano?
—No.
—Bueno… Hay fotos en el libro —saco mi vena más comercial.
—Me lo llevo. ¿Me lo puedes firmar?
Yes —cerramos la transacción en mi inglés macarrónico.

Ambient Sant Jordi 2024 / Foto: Carlos Baglietto
Foto: Carlos Baglietto

Una de mis primeras ventas fue a alguien que difícilmente leería nunca el libro. La gente va pasando, mira, sonríe. Le hace fotos al libro. Sonrío tras la foto. “¡Taylor!”. Es sorprendente la cantidad de personas que no trabajan un martes a media mañana. O que han conseguido fiesta. Passeig de Gràcia es un hervidero. Es lo imperante en los últimos años: la supermanzana literaria como modelo de éxito de un Sant Jordi –contaba este mismo digital– destinado a la sobrecarga. Yo, una hormiguita entre el alboroto.

En el centro de Barcelona, Sant Jordi no es siquiera una fiesta del sector. Los libreros tienen que apoquinar por las paraditas. Cuesta mantener una conversación con la gente y fidelizar. Y más en inglés. ¡Incluso Sant Jordi está gentrificado! A las 9:30h ya los había que tenían cola en sus puestecitos. Sant Jordi aquí es para las grandes firmas y para que, los farsantes, los infiltrados como yo —farsantes hay muchos en Sant Jordi, otra cosa es que lo reconozcan— le compliquemos a nuestras familias el acceso a una foto. Ya lo decían el finde pasado los escritores Llucia Ramis —la autora ha publicado además en las últimas horas fantásticos artículos sobre cómo vivir el debut en Sant Jordi al lado de grandes figuras o porqué las listas de ventas en dicha festividad las carga el diablo— y Carlos Zanón: Sant Jordi se está extinguiendo como lo conocíamos. Lo comentaban en su sección Això s’acaba del Via lliure (RAC1).

Sant Jordi ya no es de las editoriales, ni de los catalanes. Es de los booms de mercado y de los guiris. Pero, afortunadamente, sigue siendo de los barrios

Sant Jordi ya no es de las editoriales, ni de los catalanes. Es de los booms de mercado y de los guiris. Pero, afortunadamente, sigue siendo de los barrios. Fue en las dos últimas paradas, en Sants (La Conxita) y Gràcia (La Sonora) donde tuve las mayores sorpresas: alumnos del instituto que me habían venido a ver, amigos, ¡una profesora de 1º de la ESO, Encarna, a la que no veía desde los 14! Incluso desconocidos. Sí, sí. Algo absolutamente impensable. Los escritores nos pasamos meses dándole a una obra, preparando el texto con mimo, pero no dedicamos un minuto a entrenar la cabeza para la recepción. Para la exposición. Por la tarde, en la última parada, despaché todos los libros. Debería haber llamado a Pablo para que viniese. Allí me sentí menos raro. Al llegar a casa, exhausto por la jornada de sonrisas, conducción temeraria y alguna firma, miré el móvil. Tenía muchas fotos, notificaciones y felicitaciones. Como buen farsante, por eso, chequeé una historia que me saltó entre scrolls: predicción de los más vendidos. No le hice caso a Ramis. Entré. lluso.