"Iniciamos nuestro camino en diciembre de 1991. Ha sido un largo recorrido que ahora llega a su fin. Gracias a todos por vuestro apoyo. Durante el mes de julio, en DISCOS REVÓLVER estamos de liquidación. Nos gustaría despedirnos de vosotros". Por inesperado, el anuncio ha caído como un jarro de agua fría entre la comunidad de melómanos. Un pequeño cartel amarillo en su escaparate, reproducido también en sus redes sociales: Discos Revólver cierra. El local que ha alimentado la colección de vinilos de los gourmets más exigentes en temas fonográficos pone fin a su historia. Por ahora, sin embargo, el anuncio no detalla el día en que la icónica tienda de la calle Tallers cesará su actividad. Sea cuando sea, será un nuevo capítulo en este triste relato de la desaparición de una ciudad, Barcelona, que va perdiendo todos sus referentes.

Este disco es una puta mierda

Una de las primeras reacciones al post de Instagram con el que Discos Revolver ha anunciado su cierre ha sido la de Marc Ros, cantante de Sidonie. Solo una palabra, pero que resume perfectamente el sentimiento de todos los que hemos pasado horas y horas rebuscando entre sus cubetas: “Fatal”. Nos sentimos fatal por el cierre de la tienda, fatal por la impotencia de ver cómo, uno tras otro, desaparecen todos esos referentes que habían dado personalidad a nuestra ciudad. Todo tiene, tópico tan cierto como despreciable, un principio y un final, pero la defunción de Discos Revólver es también, en muchos sentidos, la muerte de Barcelona. No sabemos qué negocio se abrirá en el local de la calle Tallers número 13, pero no sería nada extraño que fuera otro establecimiento de una cadena de panaderías, una tienda de vapers, una nueva tienda de ropa de segunda mano o un negocio de souvenirs estrafalarios.

Entrar en Discos Revólver era adentrarse en nuestra propia versión de Alta fidelidad de Nick Hornby

Hacía pocos meses que Discos Revólver había abierto sus puertas y yo, con 16 o 17 años que tenía entonces, ya había establecido la rutina de bajar desde Horta hasta Tallers, calle que en aquellos momentos era la sede gremial de las tiendas de discos, con Revólver, junto con Castelló, como grandes referentes, cada viernes para ver qué encontraba de nuevo. Un día me topé con un vinilo de un grupo inglés llamado Pop Will Eat Itself. Había leído algo sobre ellos en alguna revista especializada. No tenía precio. Ingenuo de mí, me acerqué al mostrador y pregunté cuánto costaba. Me topé con la sonrisa maléfica de un tipo alto con gafas. Creo que se llamaba Fermín. “Eso es una puta mierda. Te lo tendríamos que regalar”. Un cabrón entrañable. Entrar en Discos Revólver era adentrarse en nuestra propia versión de Alta fidelidad de Nick Hornby. Evidentemente, tras aquel ejercicio de acoso melómano, no me compré el disco de una banda que hoy ya nadie recuerda. Pero no dejé de ir. Tengo la casa llena de vinilos comprados en Discos Revólver y un disco duro interno repleto de recuerdos que no se irán con su cierre. Hoy es un día triste. O como dice Marc Ros, fatal.