Cesk Freixas es un cantautor que, más que cantante, se considera un escritor de canciones. Quizás por eso no es casualidad que, junto con los siete trabajos discográficos publicados hasta el día de hoy, en la carrera artística del cantautor penedesenc también tenga un peso importantísimo la literatura. Después de Paraules a Gaeta i Alè de taronja sencera, los dos libros publicados con Tigre de paper, hablamos con Freixas sobre su tercer libro, El delta de les paraules, editado en esta ocasión con Rosa dels Vents y en una colección conjunta con los libros de dos cantantes más, Adrià Salas (La Pegatina) y la Suu, para acabar reflexionando sobre el género poético en sí mismo, la crisis del coronavirus, el colapso del sistema capitalista y la nueva realidad que nos espera.

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Cesk Freixas, Suu y Adrià Salas, autores de la colección Contraveu de Rosa dels Vents

Naciste y creciste en el piso de encima de la carpintería familiar y en tu perfil de Twitter te defines como carpintero de canciones. ¿Como cantautor, comprendes la poesía como una herramienta más del taller o como la materia prima con la cual hacer canciones?
La poesía es la madera, indudablemente. Para mí la lírica es la materia prima, ya que en la poesía empieza todo: es el vehículo que utilizo para explicar un relato y expresar los sentimientos que aquel relato me suscitan, que evidentemente pueden ser también los sentimientos que otras personas sientan.

Por lo tanto, no hay mucha diferencia entre escribir una canción o escribir los poemas que forman El delta de les paraules.
Ahora mismo, no. Hace años, cuando era más jovencito, mi manera de escribir canciones quizás era más visceral y menos paciente. Actualmente, sin embargo, las procuro escribir cuidando cada detalle, tanto de forma como de fondo, exactamente como he hecho con estos poemas.

Uno de los últimos trabajos de Feliu Ventura, uno de los otros grandes representantes de la canción de autor actual, se llamaba Música i lletra. ¿La poesía te permite decir sin barnices todo aquello que muchas veces, en las canciones, queda sepultado por la melodía?
Si hablamos de música, la poesía es aquel tablón de madera que llega al taller, cortado pero todavía sin estar tratado. La melodía, la armonía o todo aquello que convierte una simple letra en una canción, al final, lo único que hace es embellecer la historia que uno quiere explicar, pero el núcleo de aquella historia, sea de amor, de reivindicación, de luto o de alegría, es la poética que se esconde tras la letra. La poesía, en mi caso, sirve para interrogarme hasta el fondo y expresar la profundidad de los temas que me inquietan y me importan. Por eso la poesía es como una canción desnuda.

El hueso de la vida habla en verso.
Sí, la poesía es un género que a pesar de tener una estructura formal, unos códigos internos y una retórica riquísima, no vive de la apariencia. Yo procuro escribir una poesía sin maquillajes y sincera, pero profunda. Vivimos en un mundo lleno de prisas y en el cual el consumo cultural es frenético y superficial, pero la poesía reclama paciencia, quizás por eso sigue siendo un género poco popular.

La poesía no es mainstream.
No lo es, por desgracia. La poesía obliga a hacer segundas y terceras lecturas, por eso creo que el género poético se encuentra en los arrabales del consumo cultural. Salvando las distancias, a la canción de autor le pasa un poco lo mismo, ya que le reclama al oyente –igual que en el lector- un esfuerzo de comprensión y una cierta pausa, elementos carísimos en los tempos de las sociedades capitalistas en las cuales vivimos.

¿De qué herramientas te ayudas para expresar poéticamente lo que quieres explicar?
Soy un gran defensor de la forma. Es una herramienta primordial. Al final, la poesía nació para ser cantada, y me gustan los poemas con musicalidad interna.

Enric Casasses dice que respiramos con heptasílabos.
Es que el heptasílabo es brutalmente musical. Canciones de cuna, habaneras o hits populares como el mismo "Sol solet" lo demuestran, para no hablar de los garrotins, nyacres, glosas o cualquier forma de poesía improvisada. Por eso me gusta leer poesía con métrica y procuro ayudarme de la forma para escribir lo que quiero.

¿Por lo tanto eres de los que cuenta sílabas con los dedos, como quien toca un piano invisible?
No, no quiero decir eso. Me refiero al hecho de que la poesía es un género con códigos internos, a veces imperceptibles. Un poema sin métrica puede parecer, muchas veces, una acumulación de palabras o pensamientos sin un cuidado demasiado riguroso. En el libro he procurado que los poemas tengan una forma trabajada, aunque también hay que están escritos con hacia libre.

En el libro encontramos mucha poesía visual, sobre todo caligramas.
Desde siempre he sido un admirador de la poesía de vanguardia, sobre todo de Papasseit –y también de Brossa-, que nos enseñó que se podía explicar el contenido de un poema desde el continente. Los caligramas del libro buscan explicar de forma más visual o estética todas las historias que se esconden detrás de las palabras, multiplicando el sentido.

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El vínculo emocional con el mundo de la carpintería es un vínculo eterno con tu padre, que murió hace poco. ¿Las historias de las cuales hablas en el libro son un homenaje póstumo a él?
El delta de les paraules es la construcción de un espacio como el de cualquier delta: llanuras y acumulación de sedimentos que, en el caso del libro, son palabras. Quería jugar metafóricamente con esta idea y crear un espacio lo bastante ancho y lo bastante tranquilo desde el cual dialogar con el lector.

Con el lector, pero también en un diálogo simbólico entre tu padre y tu hija.
En efecto, en el libro explico que tres semanas después de su muerte nació mi hija. La pérdida de una persona amada y la aparición de una nueva persona amada, por lo tanto el libro es un compendio de estos dos sentimientos tan contrapuestos y un intento simbólico de juntarlos en los dos.

Como el agua dulce del río y el agua salada del mar cuando se encuentran en un delta.
Un espacio de reencuentro y en el cual reponer el dolor o la euforia, ya que en el luto también hay adrenalina.

"La poesía sirve para curar la piel herida", dices. ¿Hablan más de luto o de curación, tus poemas?
Al final, la muerte y el amor son los dos grandes temas universales de siempre. Hace miles de años que miles de personas han escrito miles de veces sobre la muerte y sobre el amor, pero a pesar de eso, hacerlo de nuevo tiene todavía sentido. No nos inventamos nada, los que lo hacemos, sencillamente lo decimos a nuestra manera.

Son terapéuticos los poemas de El delta de les paraules, pues.
Todo proceso creativo es terapéutico y sanador. Para mí, la cultura toma sentido porque tiene la voluntad de compartir, tanto el gozo como el dolor, ya que cuando compartimos alguna cosa nos sentimos menos soles.

Hablando de compartir cosas con los otros, tu último trabajo musical, Festa Major, es un álbum conceptualmente compacto con 13 canciones que van del Pregón a la Clausura. La pregunta es obligada: ¿qué le espera en el mundo musical y cultural en los próximos meses, sin Fiestas Mayores, sin festivales o sin conciertos?
Nos espera un territorio que no es un delta, precisamente. Un terreno desconocido y lleno de incertidumbres donde los trabajadores de la cultura tenemos que saber adaptarnos al nuevo paradigma; espero que la lucha sindical nos ayude a alcanzar las demandas que los trabajadores necesitamos.

¿Hora de reinventarse, pues?
Correcto. El reto, creo, es saber traspasar en el mundo digital aquello que estábamos acostumbrados a hacer de forma analógica, ya sea a partir de micromecenazgos, conciertos en streaming de pago u otras iniciativas que tenemos que plantearnos. El tiempo avanza y es hora de responder a las preguntas que esta incertidumbre del presente nos hace a todas horas.

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¿"Toda esta solitaria multitud/ que descansa en colmenas de abejas/ tan estrechas, y tan dulces, y tan caras./ ¿Cuándo aprenderemos a clavar el aguijón?/ Cuando sabremos que somos suficientes/ para picar la piel dura de la opulencia"?, afirmas en uno de los poemas. Y la crisis del coronavirus no hace nada más que reafirmarnos en la duda. ¿Cuándo?
Pensar que esta situación nos puede ayudar a despertar conciencias tiene un punto romántico, pero me temo que también iluso. La realidad es que hace doce años, con la anterior crisis, no fuimos capaces de derrocar el capitalismo.

¿No todo irá bien, pues?
Por desgracia, la historia nos enseña que las oportunidades que tenemos en los momentos de crisis para intentar ser cada vez los que creemos que eso tiene que reventar, son oportunidades perdidas. El mismo sistema es una espiral muy bien tramada, por eso es el mismo sistema quien se encarga de hacernos coger miedo, de hacernos pensar de manera más individual o de inmovilizarnos todavía más.

En otros versos dices que "Desde los tejados se nos ve juntos pero lejos,/ y abajo sabemos que podemos hacer cosas grandes". Aplaudimos cada día a los sanitarios que se dejan la piel para superar la sacudida, pero seguimos votando a los responsables que el sistema colapse. ¿El problema es el sistema o los responsables de gestionarlo?
Las democracias capitalistas reducen las posibilidades de alternativas políticas y económicas, quizás por eso los discursos de las izquierdas se han quedado en eso, en discursos, ya que al final sus actos han virado cada vez más hacia el centro y hacia un espacio desde el cual tener acceso al poder.

"Ya no nos alimentan migas, ya queremos el pan entero", como decía Ovidi Montllor.
La sensación es que, desde dentro, maniobrar con libertad para administrar los recursos que disponemos es prácticamente imposible y nos tenemos que contentar con pequeñas victorias que en ningún caso solucionan problemas estructurales que afectan al grosor más importante y vulnerable de la población.

En dos meses se han reducido las emisiones de CO2, nos hemos acostumbrado a comprar sólo lo que es necesario para nuestro día a día, nos hemos acostumbrado a no vivir con el estrés del día a día y todo indica que este verano viviremos unas vacaciones como las de hace sesenta años. ¿Como sociedad, nos había que hacer esta pausa para darnos cuenta nos habían vertido a la deriva?
La mejor manera de cuidar los otros es cuidándose uno mismo, y viceversa. Ojalá esta sacudida nos permita darnos cuenta de eso y del individualismo con el cual vivimos; ahora hemos renunciado durante dos meses, pero quizás nos hace falta que eso no sea un paréntesis puntual y obligado.

Alguna cosa tiene que cambiar para que nada cambie...
Esperamos que no. Hay temas centrales de nuestra vida que hay que tratar diferente de cómo los tratábamos hasta ahora: las jornadas laborales, la dificultad en conciliar vida laboral y familiar, la problemática ambiental, etc. El sistema económico en el cual vivimos es la amenaza mayor de nuestra propia vida, ya que cuando hemos relajado nuestra forma de vivir dentro de este sistema nos hemos dado cuenta de que hay otras formas de relacionarnos o comprender el ocio, por ejemplo. De eso en que la gente se implique más en política, tenga la necesidad de cambiar la suerte del juego y consigamos dejar de vivir ligados de manos y pies a los caprichos de un sistema que funciona como un pez que se muerde la cola, sin embargo, hay un buen trozo.

Un sistema rocoso para un mundo tan frágil que ha temblado por culpa de un enemigo invisible.
Los enemigos invisibles son los más difíciles de combatir, pero creo que la nueva normalidad después del confinamiento será la vieja anormalidad de siempre, sobre todo si la marcan los condicionantes económicos que la marcaban hasta ahora. Viviremos con tempos diferentes, ya que la salud así lo obligará, pero ojalá seamos capaces de evitar vivir enrocados en el terreno económico o político en el cual nos encontrábamos, ya que si no quizás nos espera un terreno todavía peor.