Es posible que todos los grandes criminales nazis hayan muerto. Es probable que si queda alguno vivo, esté escondido o tan viejo y enfermo que sea imposible juzgarlo. Cuando ya han pasado 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, es hora de hacer un repaso a lo que ha sucedido con la persecución de aquellas personas que cometieron crímenes de guerra. Y eso es, precisamente, lo que hace el periodista Andrew Nagorski en el libro Cazadores de nazis (ed. Turner Noema). En esta obra se nos explica, de forma bien detallada, las acciones de hombres como Simon Wiesenthal, el matrimonio Beate y Serge Klarsferd o Tuvia Friedman. Un libro muy documentado, que recurre tanto a la bibliografía como a un sistemático vaciado de prensa, y también a las entrevistas a los cazadores de nazis y a sus colaboradores.

Sin justicia

El libro de Nagorski afirma, desde desde el principio, que la justicia al fin de la Segunda Guerra Mundial fue completamente insuficiente. Muchos de los responsables del holocausto judío, del genocidio gitano y de las ejecuciones de presos políticos en los campos de concentración, jamás fueron molestados: murieron tan tranquilos. Los ganadores de la guerra no pusieron mucho énfasis en perseguir a los implicados. En primer lugar, el trabajo los superaba; por otra parte, una vez estalló la guerra fría, la prioridad fue otra... Y con el tiempo cada vez se hizo más complicada la persecución. "Era demasiado difícil", asegura simplemente Nagorski, haciéndose suya la reflexión de un cazador de nazis. En realidad, también había fuertes complicaciones legales: durante mucho tiempo sólo se podía juzgar a aquellos guardianes de campos de concentración que se había podido documentar que habían estado implicados personalmente en abusos, torturas o ejecuciones (y era muy difícil encontrar testigos vivos que pudieran testificar). En 2015, por primera vez, se condenó a un guardián de campo de concentración, John Demjanuk, por el sencillo hecho de haber sido guardián, al valorar que su colaboración fue necesaria para materializar el horror. Pero Demjanuk murió en una residencia mientras se resolvía su apelación. Y ya no se encuentran más guardianes de campos de concentración para perseguir. La justicia queda pendiente. Para siempre.

Simon Wiesenthal (1973)

Simon Wiesenthal. Foto: Punt / Anefo. Nationaal Archief.

La fascinación por el cazador

Los cazadores de nazis han ejercido una fuerte fascinación, que se ha visto reforzada por su representación en películas y novelas, algunas bien poco verosímiles (como Los niños de Brasil). Uno de ellos se definió como "un tercio de detective, un tercio de historiador y un tercio de activista". No son un grupo claramente definido: el reportero Sam Donaldson fue el responsable de identificar a Erich Priebke, el responsable de la masacre de las Fosas Ardeatinas, en Roma, en que los nazis ejecutaron a 335 italianos por la muerte de 33 soldados alemanes a manos de la resistencia. En realidad, son famosas las polémicas entre ellos, a menudo por celos. Pero es indudable que protagonizaron episodios famosísimos: el secuestro de Adolf Eichmann en Buenos Aires en 1960 y su traslado a Israel, donde sería ejecutado; el desenmascaramiento de Klaus Barbie, "el carnicero de Lyon"; o el juicio contra Arthur Rudolph, un ingeniero alemán fabricante de bombas V-2, que mató a muchos presos con los maltratos, y que más tarde fue recuperado por el gobierno norteamericano, interesado por sus conocimientos en tecnología armamentística... Se pasaron a veces años, décadas, persiguiendo a individuos que eran protegidos por algunos gobiernos o por sus comunidades. Algunos sufrieron amenazas, fueron perseguidos judicialmente o incluso murieron de forma misteriosa. Y, además, los cazadores de nazis tuvieron que luchar contra unas sociedades que pretendían pasar página y que no querían remover el pasado. Y pese a todos estos problemas fueron estrechando el asedio sobre los criminales hasta encontrarlos. Pero también habría muchos nazis que escaparían a la persecución, como Josef Mengele, el sanguinario médico de Auschwitz, el llamado "ángel de la muerte", que murió ahogado en Brasil, en 1969. O el mismo Léon Degrelle, nazi belga, que a pesar de ser condenado a muerte en su país fue protegido por el régimen franquista y murió en 1991 en Málaga, convertido en un símbolo de la ultraderecha española.

¿Impunidad?

Los juicios de Nuremberg fueron los primeros que reconocieron que había delitos que afectaban a la misma esencia de la humanidad y que por lo tanto merecían un castigo. Esto se considera un gran avance en la medida que permite luchar contra los regímenes que violan los derechos humanos y sus responsables, y se ha convertido en uno de los fundamentos de los nuevos tribunales internacionales. Pero a nivel jurídico los juicios de Nuremberg recibieron muchas críticas. Se les acusó de aplicar una legislación retroactiva, una auténtica aberración jurídica, y de no garantizar a los acusados un juicio justo con un tribunal neutral. Sin embargo, ¿había alternativa? Pese a estos juicios, muchos nazis consiguieron escapar. Y algunos ciudadanos consideraron que el hecho de que se mantuvieran libres suponía un desafío a los principios más básicos de la justicia y se lanzaron a la persecución de aquellos individuos que a pesar de haber cometido atrocidades quedaron en libertad. En cierta medida, ¿puede ser la venganza justa? Cazadores de nazis es una obra terriblemente documentada, pero que va más allá de la hagiografía de los cazadores de nazis y se sumerge en las implicaciones jurídicas y éticas del caso, a la vez que explica la epopeya personal que supusieron las investigaciones de estos peculiares personajes.