La Capuchinada fue el primer gran acto de protesta estudiantil realizado en Catalunya contra el franquismo. Centenares de estudiantes fueron asediados en el convento de los capuchinos de Sarrià por la policía franquista. El apoyo de numerosos intelectuales a los encerrados reforzó la resonancia de la protesta. Con el tiempo la Capuchinada se convertiría en uno de los momentos clave de la lucha antifranquista en Catalunya.

Del sindicato a la convocatoria de la asamblea

En marzo de 1966 hacía más de un año que grupos de estudiantes organizaban un sindicato para oponerse al oficialista Sindicato de Estudiantes Universitarios (SEU). Constituyeron el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB) a partir de la constitución de juntas de delegados en todas las facultades. Detrás de esta entidad había el comunista Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) que había dado la consigna de ir haciéndose presente en todas las instituciones donde fuera posible (y de aquí, por ejemplo, la creación de las Comisiones Obreras). El SDEUB decidió preparar una asamblea fundacional para el día 9 de marzo, que fue convocada abiertamente, pero para evitar que la policía la abortara, escondieron hasta el último momento el sitio de encuentro. Este no era otro que el convento de los capuchinos de Sarrià. Los miembros de la comunidad, a diferencia de otros grupos de religiosos, habían decidido acoger a la oposición al régimen.

"Nos encerraron"

La organización fue muy buena y la policía tuvo noticia del lugar del encuentro cuando ya se había iniciado el acto. Cuando la policía llegó al sitio, se concentraban allí más de 450 personas. Las fuerzas de seguridad los conminaron a abandonar el lugar, identificándose. Los estudiantes decidieron no salir si tenían que mostrar su documentación, para evitar represalias, y los capuchinos decidieron acogerlos, considerándolos como huéspedes del convento. "No nos encerramos, nos encerraron", comentaba años más tarde el filósofo Fernández Buey, una de las almas de los hechos. Los intelectuales presentes se solidarizaron con los estudiantes y se quedaron.

El encierro

La policía de inmediato rodeó el convento y sólo dejaba entrar y salir a los miembros de la comunidad capuchina. Los estudiantes rápidamente organizaron cursos, actividades y conferencias, aprovechando el alto número de intelectuales presentes. Y aprobaron un manifiesto, muy avanzado, que había elaborado el filósofo Manuel Sacristán. Pero había problemas, ya que el convento no estaba preparado para acoger a tanta gente. No había camas, ni espacios para descansar. Incluso faltaba la comida. En buena parte, los retenidos sobrevivieron gracias a los bocadillos que sus simpatizantes les lanzaban desde el Liceo Francés, colindante con el convento de los capuchinos. Pero el encierro generó una gran solidaridad: enseguida muchos periodistas extranjeros llegaron a Barcelona atraídos por la historia y divulgaron internacionalmente los hechos.

Obligados a salir

Los capuchinos, con la ayuda del obispado, intentaron mediar con las autoridades para que se permitiera la salida de los presentes sin identificarse. Pero las gestiones del padre Botam, superior de los capuchinos, no tuvieron éxito. El día 11, en un consejo de ministros, el mismo Franco ordenó que se vaciara de inmediato el convento y que se reprimiera a los asistentes. La policía intervino acto seguido e identificó a todos los asistentes (a excepción de las mujeres, una minoría). Eso suponía una vulneración del Concordato firmado con el Vaticano en 1953,  que establecía que la policía no podía actuar en centros católicos sin la preceptiva autorización eclesiástica.

Represión severa

En seguida se empezó a represaliar a los asistentes. Muchos de los presentes recibieron fuertes multas. Algunos estudiantes fueron expulsados de la universidad. El SDEUB estuvo prohibido. Y muchos profesores que habían participado en el encierro o se habían solidarizado con los encerrados fueron expulsados de la universidad. Algunos incluso fueron juzgados por el Tribunal de Orden Público. Pero las detenciones y los procesos generaron una oleada de solidaridad. En París se organizó una subasta de obras de arte, cedidas por destacados artistas, con la que se consiguió reunir los más de dos millones de pesetas exigidos por los tribunales como fianzas. Incluso sobró dinero.

La reacción

La detención y persecución de centenares de personas despertó una oleada de solidaridad. Por primera vez, después de la Guerra Civil, comunistas, socialistas, nacionalistas y democristianos se reunieron para ayudar a los detenidos. Se creó la Mesa Redonda de Fuerzas Políticas, que ayudó a crear contactos entre las fuerzas de oposición y a articular una respuesta común al régimen. Eso sería la base para la creación, en 1971, de la Assemblea de Catalunya, una de las plataformas más eficaces de lucha contra el franquismo. Y, mientras tanto, el SEU perdería definitivamente su hegemonía en la universidad: las facultades acabarían convirtiéndose en uno de los feudos de la oposición al régimen.

Estaban todos

Entre los estudiantes asistentes había algunos que posteriormente destacarían en el mundo de la política, de las artes... Con perfiles bien diferentes: desde Montserrat Roig hasta el conseller Mas-Colell. Entre los profesores presentes había los futuros políticos socialistas Raimon Obiols y Ernest Lluch, el futuro editor Xavier Folch, los historiadores Miquel Izard y Antoni Jutglar, el político comunista Jordi Solé Tura, el geógrafo José María Vidal Villa y, sobre todo, el filósofo Manuel Sacristán, alma del manifiesto y de todo el encuentro. Entre los invitados había intelectuales de primera línea: Antoni Tàpies, Salvador Espriu, Maria Aurèlia Capmany, José Agustín Goytisolo, Agustín García Calvo, Jordi Rubió i Balaguer... E incluso siete periodistas, entre los cuales Lluís Permanyer y Josep Maria Cadena.

 

Foto de portada: Asamblea del SDEUB en el Paraninfo de la UB en 1966. Foto: UB.