CARD CASTELLÀ

La literatura (y también la historia) es siempre contemporánea. Para leer un texto antiguo es necesario tener suficiente curiosidad y humildad para aceptarlo. Y recordar que algo muy moderno suele ser tan solo algo muy antiguo que habíamos olvidado. ¿Desde dónde piensa usted que lee, reflexiona o escribe? Siempre desde ahora y desde aquí, mañana será otro día, ayer ya lo fue. Por mucho que estudiemos o que fabulemos, que nos autosugestionemos, no estuvimos en el desembarco de Normandía ni vimos actuar a Molière en los jardines de Versalles. Precisamente porque hemos leído a Kafka, no podemos olvidarlo, y es a través de Kafka que leemos el horror infernal del que habla Dante en la Commedia, a la que antiguamente se llamaba “el Dant”, en catalán. Por eso hay que prevenir al lector cuando se enfrenta a una obra medieval. Y especialmente si es del siglo XIV y es una obra maestra, un libro casi perfecto. Pocos libros tan breves condensan tal cantidad de belleza, de emociones, de interés, de capacidad de seducción como esta obra anónima que podríamos llamar Sir Galvan y el Caballero Verde.

Para leer un texto antiguo es necesario tener suficiente curiosidad y humildad para aceptarlo. Y recordar que algo muy moderno suele ser solo algo muy antiguo que habíamos olvidado

Ignorábamos que la lulista Lola Badia podía traducir del inglés medio de los Midlands occidentales, pero es que la literatura es así. A través de la brillante época de Bernat Metge, de la Fábula de Torroella, nos dejamos llevar por la fascinación plástica, por el imperio de las cosas de las que nos habla Henry James en Los embajadores, por el porqué de las cosas que abarrota los primeros libros de Quim Monzó. El lector se siente fascinado por tal acumulación de objetos y de individuos, por el protagonismo de las exuberantes vegetaciones de oro y plata refulgentes, de piedras y maderas preciosas, por los tejidos caros y suntuosos, por los cueros refinados y los cuerpos aún más refinados y frescos, por los cristales luminosos como los carámbanos de hielo, por los soberbios palafrenes, por los papagayos de colores vivos, por los artificios, las magias, el lujo, el brillo, por la desbordada sorpresa que se lo come todo. Sí, efectivamente, esa época fue un barroco anterior al barroco. Pero como otras muchas más anteriores todavía, como cuando se distinguía entre ático y asiático.

El argumento maravilloso dicho y subrayado contrasta con lo que no se dice y solo se insinúa

Esta es la gran novela artúrica después de Chrétien de Troyes. Un misterioso y colosal caballero verde irrumpe en la corte del rey Arturo, blandiendo una afilada hacha. Reta a los caballeros del rey para que le ataquen con el arma. Galván acepta el desafío y descabeza al retador. El cuerpo sin cabeza la recoge, entonces, del suelo y abandona la corte recordando que, en un año y un día, tendrán que encontrarse de nuevo en la llamada Capilla Verde. Para encontrarla, Galván deberá deshacerse de la concupiscencia de una mujer, la esposa del castellano del castillo... El argumento maravilloso dicho y subrayado, contrasta con lo que no se dice y solo se insinúa. Porque esta pequeña maravilla es a la vez una novela que se distancia mucho de la fascinación por las mujeres y se agota en la admiración masculina, en la fortaleza musculosa y la belleza de los machos, en la milicia como refugio para una sexualidad indómita y tan vieja como el género humano. Efectivamente, esta es, según algunos lectores, una de las primeras novelas gays, aunque nada tienen que ver ni con E. M. Forster ni con Marcel Proust. Más bien con el descaro y el gozo de vivir que Martorell exhibe al retratar a Plaerdemavida en Tirant lo Blanc.