Tarragona, 23 de septiembre de 1874. Este año hace 150 años. Madrugada del día de Santa Tecla, patrona de la ciudad. El río Francolí se desbordaba e inundaba las calles y plazas de la parte baja de la ciudad. Una fuertísima tormenta había barrido el arco de montañas que rodean el Camp de Tarragona (sierras del Montsant, de Prades y del Tallat) dejando lluvias que la investigación moderna estima en 1.000 litros/m² que se acumularon en unas seis horas. Los ríos que nacen en estas cordilleras (Francolí, Brugent y Gaià, de la cuenca mediterránea; y Siurana, Corb y Ondara, de la cuenca del Segre) pasaron del hilo de agua que habitualmente llevan a finales de verano, a formidables avenidas que multiplicaban por 500 su caudal ordinario.

Dibujo coetáneo del barrio de Sant Agustí, de Tàrrega, después del aguacero. Fuente Blog Cuál la hacemos
Dibujo coetáneo del barrio de Sant Agustí, de Tàrrega, después del aguacero / Fuente: Blog Quina la fem

Aquellas repentinas avenidas de agua, que se produjeron durante la tarde y la noche del 22 y la madrugada del 23, cogieron a la gente durmiendo confiadamente y cuando el agua empezó a hundir sus casas, ya no tuvieron tiempo de reaccionar. El aguacero de Santa Tecla, como sería popularmente llamada aquella catástrofe, afectó docenas de pueblos, villas y ciudades del Camp de Tarragona y de la plana de Lleida; y se saldaría con la muerte de casi 600 personas y la destrucción de 700 edificios. Aquel brutal balance la convertiría en la tragedia producida por causas naturales más mortífera de la historia moderna y contemporánea de Catalunya, y no sería superada (cifras de destrucción y mortalidad) hasta 1962 con las inundaciones del Vallès.

¿Por qué se produjo el aguacero de Santa Tecla?

Aquella tormenta fue fruto de un fenómeno meteorológico que, contemporáneamente, denominamos gota fría (técnicamente, DANA). Coloquialmente, se explica como el resultado de un periodo de varias semanas consecutivas de temperaturas muy elevadas que han calentado el agua del mar y el contraste que se produce con una entrada repentina de un frente de aire frío provoca una columna muy activa de evaporación y un episodio de fuertes lluvias. No obstante, este fenómeno meteorológico es muy característico del Mediterráneo. Las grandes inundaciones con saldos brutales de mortalidad (València, 1358, 1517, 1957; Vallès, 1962) se han producido siempre a finales de un periodo estival (agosto, septiembre) que ha sido especialmente seco y caluroso.

Dibujo coetania de la afectación del aguacero en Montblanc. Fuente Blog Eduard Contijoch
Dibujo coetáneo de la afectación del aguacero en Montblanc / Fuente: Blog Eduard Contijoch

El aguacero coge por sorpresa a la gente

Las fuentes documentales revelan que, entre la noche y la medianoche del día 22, llovió con gran intensidad sobre la cresta de la parte sur de la cordillera Prelitoral catalana. Pasada la medianoche, los pequeños ríos que nacen en esta cordillera se convirtieron en violentas avenidas de agua, que arrasaban todo lo que encontraban por el camino. El balance de víctimas más elevado se lo llevó Tàrrega (Urgell). El río Ondara, totalmente desbordado, en pocos minutos se llevó por delante el barrio de Sant Agustí, provocando la muerte de 150 vecinos. En Guimerà (Urgell), el río Corb, totalmente descontrolado, también en pocos minutos se llevó todas las casas situadas en el arenal: 35 muertos. Y en L’Espluga (Conca de Barberà) se llevó todas las casas a pie de río y el balance sería de 24 muertos.

Els Eixaders, el pueblo que el agua se llevó

En La Riba (Alt Camp), el río Francolí, totalmente descontrolado, destruyó seis molinos papeleros, dañó gravemente otros seis, y causó tres muertos y doce desaparecidos. Tàrrega, Guimerà, L’Espluga y La Riba sumaron 212 muertos y 12 desaparecidos durante aquellos escasos pero fatídicos minutos de la madrugada de Santa Tecla. Sin embargo, la peor parte se la llevó Els Eixaders, una pedanía del municipio de Belianes (Urgell). El río Corb arrasó todo el pueblo y la vida de sus 30 habitantes. No hubo ningún superviviente. Todos los vecinos murieron aplastados por el derrumbe de sus propias casas, que no pudieron resistir la violencia de la riada. El pueblo no ha sido nunca reconstruido ni reocupado y ha quedado como un testigo mudo de aquella tragedia.

Placa conmemorativa del aguacero. La Cueva. Fuente Ayuntamiento de l'Espluga de Francolí
Placa conmemorativa del aguacero en L'Espluga / Fuente: Ayuntamiento de L'Espluga de Francolí

Un patrón en común

La investigación historiográfica revela que estas tragedias tenían un patrón en común que explicaría aquellas horribles mortandades. Este patrón estaría formado por tres causas. La primera, la existencia de construcciones peligrosamente situadas en el arenal del río. Generalmente, este tipo de construcciones eran ocupadas por familias humildes, que no se podían permitir edificar en zonas más seguras. La segunda, la hora en que se produjo la inesperada y repentina riada, con toda la gente reunida en el interior de las casas. Y la tercera, los desfiladeros naturales de los ríos, a las puertas de estos pueblos especialmente castigados, que canalizaron y multiplicaron la velocidad y la fuerza de aquellos caudales desbocados.

Los ríos, una corriente de destrucción

En las villas y ciudades situadas en los valles bajos de estos ríos se produjeron víctimas mortales y destrucción de todo tipo de edificios. Pero en ningún caso con el terrible balance de las más castigadas. Las fuentes documentales revelan que en Montblanc (Conca de Barberà) —entre L’Espluga y La Riba— aquel aguacero provocó ocho muertos, todos vecinos del Raval de Santa Anna. Pero, en cambio, en los pueblos de los cursos bajos de los ríos desbocados, el nivel de destrucción fue muy importante, pero el número de víctimas fue notablemente inferior. En Tarragona, el río Francolí inundó y devastó los barrios bajos de la ciudad, provocando el derrumbe de una gran cantidad de casas y de almacenes. Pero ya era de madrugada y los vecinos habían tenido tiempo de escapar de aquella trampa mortal.

Ilustración de un reportaje de prensa de la época. Fuente Ministerio de Cultura
Ilustración de un reportaje de prensa de la época / Fuente: Ministerio de Cultura

Cadáveres en las playas

La investigación historiográfica estima que, durante la madrugada de Santa Tecla, el Francolí a su paso por Tarragona alcanzó la anchura de un kilómetro y llevó un caudal similar al del Misisipi cuando cruza Nueva Orleans. Pero no sería hasta los días siguientes que se pondría de manifiesto la peor parte de aquella catástrofe: 575 muertos y 20 desaparecidos; más de 700 casas, obradores y molinos destruidos, y centenares de fincas de viña, de olivo, de almendro y de avellano arrasadas. Pasados diez días (3 de octubre de 1874), la prensa destacaba que con la bajada de las aguas habían aparecido varios cadáveres en las playas de Tarragona. Estos cadáveres, arrastrados por la riada, se identificaron como los de vecinos de pueblos situados entre 20 y 40 kilómetros de la costa.