Génova, posiblemente algún día no concreto entre 1921 y 1924. Según dice la leyenda, delante de la casa donde Josep Carner vive con su familia se levanta un chopo admirado día tras día por el poeta, que en la capital de la Liguria es más conocido para ser el vicecónsul de España que no por sus versos. Cuando un día el chopo es talado, sin embargo, Carner no duda ni un segundo en tomar una decisión fulminante: "mañana nos mudamos", le dice a su hija Anna Maria. Y el día siguiente, dicho y hecho, el poeta y su familia se cambian de casa. La anécdota es de Jaume Coll, máximo estudioso de la obra del Príncipe de los poetas, y lo explicaba Josep Massot hace años en un artículo en La Vanguardia en el cual rememoraba la fijación de Carner con la naturaleza y, especialmente, con los árboles.

Una obra talada

No es posible saber si aquel chopo, o la ausencia del mismo, le sirvió de inspiración al autor de El cor quiet para el poema "Els pollancres de França", publicado en 1925 y en el cual los chopos "todos llevan un orden, todos tienen un seny" [traducción]. Lo que sí que se puede asegurar, hoy que se cumplen cincuenta años de su muerte, es que el ideal de civilización heredero del noucentisme que Carner personificó en los árboles es tan escaso que somos nosotros, los lectores, quien añoramos sus obras maestras en las librerías, al igual que él decidió cambiarse de casa para evitar la añoranza de un chopo.

Precisamente encontrar la obra publicada de Carner es un ejercicio nada ordenado ni acercado al seny, ya que si alguien se dispone a comprar un libro concreto del gran poeta del novecentismo, se enredará inevitablemente en una aventura caótica y atolondrada. ¿Qué pensaríamos si en el año conmemorativo de la muerte de Dante no fuera posible encontrar ejemplares de la Divina Comedia en las librerías de Italia? ¿Alguien se imagina qué pasaría si dentro de casi treinta años, medio milenio después del nacimiento de Cervantes, no fuera posible encontrar en ningún sitio una edición de El Quijote? Salvando las evidentes distancias, eso es lo que pasa hoy con los grandes libros de Carner, cuando en cualquier tienda de libros de nuestro país es mucho más sencillo encontrar toda la serie de Geronimo Stilton o todos los libros de Risto Mejide que la mayoría de obras del genio barcelonés que murió el 4 de junio de 1970 en Bruselas, en aquella "ciudad con unos soldados no muy de verdad" [traducción] y lejos de Catalunya.

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Josep Carner con amigos músicos y miembros del grupo del Xop-bot: Magí Morera, Romano Solo, Ricard Viñes, Déodat de Severac, etc. (Biblioteca de Catalunya)

El rey de las librerías de 2.ª mano

Uno de los primeros grandes defensores de dignificar la poesía carneriana fue Gabriel Ferrater, que tiene un poema dedicado a él dentro de Las mujeres y los días, y uno de los grandes ferraterianos -y carnerianos- de nuestra casa, Jordi Cornudella, presentó el año 2016 la publicación de la obra crítica de Josep Carner editada por Edicions 62 y al cuidado de Jaume Coll. A pesar de eso, cuatro años más tarde y en el año conmemorativo del poeta, el único tomo de esta magna obra que se puede encontrar en las librerías es el primero, que recoge sólo los libros de entre 1904 y 1914. Es curioso como, por desgracia, la figura literaria que más controversia y polémicas despierta en Twitter -con permiso de Víctor Amela y Juana Dolores- no consigue hacerse sitio allí donde se venden los libros, como si su figura, más que la de un autor literario, fuera la de un símbolo.

Con Carner, como con los grandes símbolos, no hay equidistancia posible: según parece, o estás a favor o eres un enemigo acérrimo. Precisamente algunas semanas atrás corrió por las redes sociales una campaña denominada "Carner es MDMA" en la cual, a primera vista, se comparaba la poesía del elegante y bondadoso poeta nacido en el Eixample con una droga de diseño adictiva y estimulante. Más allá de pensar que algún joven se pueda poner a leer un canto de El oreig entre les canyes antes de entrar a una discoteca de Ibiza, sin embargo, el acierto de la comparación reside en dos hechos tristemente bien reales: el primero, que la circulación de la primera edición de Nabí, el año 1947 (pero con fecha de edición del año que fue escrito, 1938, para evitar la censura) ya se vendía de manera prohibida y furtiva en la trastienda de las librerías, como una droga; el segundo, que para comprar actualmente un libro como Nabí hay que hurgar entre el polvo en librerías de viejo o los portales digitales de compraventa, quedando con el comprador para hacer la transacción del libro con la misma frialdad con que un traficante vende hachís apaleao en una esquina escondida.

La peripecia de mi colega Joan Safont para conseguir comprar un ejemplar de Poesía (1957), sin ni siquiera bajar del coche, es en realidad la aventura de todos los que, en algún momento de nuestras vidas, hemos deseado comprar el que, hasta el momento, es el mejor compendio de la poesía de Josep Carner. Buscar "Poesía 1957 Carner" en Google es sinónimo de encontrarse una primera entrada en la cual, lo primero que se nos dice es que el libro está descatalogado. Encontrarlo y a un precio óptimo es una tarea titánica, pero el problema es que las alternativas como pueden ser las Poesías Escollides de MOLC o la Antología Poética de Edicions 62 son, aparte de incompletas, indignas para alguien que no escribió poemas que afectaran al sistema nervioso central como la metanfetamina, sino que hizo alguna cosa mejor: edificar con su poesía un monumento a la lengua catalana como nunca nadie lo había hecho antes, atreviéndose a construir una obra de calidad universal a partir de una lengua local.

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Superviviente de un campo remoto

Dos meses antes de su muerte, Josep Carner y su mujer Emilie Noulet volvieron a Catalunya después de un exilio de treinta y un años, aunque el poeta siempre había manifestado que no volvería nunca a su país mientras Franco gobernara. Como confesaba Pere Calders en un artículo publicado el año 1967 en Oriflama, Carner había manifestado "su deseo de venir a morir en Catalunya", pero igual que la incógnita de si el chopo talado de Génova inspiró o no el poema "Los chopos de Francia", también se hace difícil aquí averiguar cuál fue la voluntad de Carner para volver a casa, sobre todo si tenemos en cuenta su degradado estado de salud físico y mental, con episodios de amnesia y un equilibrio irregular entre la lucidez y la demencia.

Hacía escasos años que la candidatura carneriana para el Premio Nobel que habían impulsado algunos intelectuales catalanes -y que tenía el apoyo de figuras como T.S.Eliot o Giuseppe Ungaretti- había fracasado delante de la fuerte presión de la dictadura franquista, por eso aquella primavera de 1970, con Carner en Barcelona, muchos se esperaban que el segundo Premio de Honor de las Letras Catalanas recayera en él, el Príncipe, pero en tanto que símbolo, el catalanismo combativo parece que prefirió arrinconar el reconocimiento a aquel exiliado que había vuelto incumpliendo su promesa. El premio no fue para Carner, ya que recayó en Joan Oliver, como tampoco el Price de los poetas contó con la presencia del autor de La paraula en el vent: aquel 25 de abril de 1970, mientras toda la plana mayor de la poesía y la cultura catalana se reunía en el primer gran acto poético y multitudinario durante el franquismo, Carner se encontraba en un balneario de La Garriga descansando y con la salud ya muy debilitada.

Volvió a Bruselas, donde moriría semanas más tarde. En un poema titulado “Si cal que encara et vegi", el poeta había confesado su deseo de volver a casa antes de morir y ver que "el labrador, hecho sombra, haya dejado atrás/ la llanura bien escrita de versos paralelos". En aquel país ordenado como la tierra labrada que soñó volver a pisar, sin embargo, muchas veces ni las instituciones ni los intereses editoriales han contribuido a coronar como se merece la obra de Carner, convirtiendo este país lleno de localidades con calles o monumentos en honor suyo en un bosque sin chopos. Por suerte, estas placas y todos los libros de piel amarillenta con olor de rancio son las raíces que, repartidas por las repisas de miles de casas particulares, almacenes de traperos o puestos de almonedistas de Catalunya se han acabado convirtiendo en la auténtica geografía literaria del poeta. Un reino más que insuficiente para el príncipe legítimo de las letras catalanas.