Miguel Castells Artetxe (Busturia, 1931) es un abogado y político vasco que ha jugado un papel clave en numerosos episodios del conflicto vasco. En 1970 fue abogado de uno de los etarras juzgados en Burgos, que fue condenado a muerte y más tarde indultado. Más tarde fue diputado al Parlamento Vasco por Herri Batasuna. Desde el año 1982 se encuentra alejado de la primera línea de la vida política. Ha venido a Barcelona invitado por la revista Sàpiens, que consagra su último número al proceso de Burgos. Este viernes dará una charla en el Museu d’Història de Catalunya sobre el conflicto vasco.

 

En el proceso de Burgos, en 1970, fue abogado de Mario Onaindia, quién fue condenado a muerte, aunque más tarde se le conmutó la pena. No debe ser fácil ser abogado de alguien a quien le piden la pena de muerte…

Tuve varios casos con peticiones de pena de muerte. En el año 1968 ya había participado con otros compañeros en un juicio con petición de pena de muerte para Iñaki Sarasketa. En este caso fue condenado a pena de prisión, pero el capitán general anuló la sentencia del consejo de guerra. Se volvió a celebrar el juicio y se le condenó a muerte. Se organizó una movilización popular, incluso con presiones de entidades franquistas en favor del indulto. El Consejo de Ministros lo indultó finalmente. También en otros casos en que solicitaban pena de muerte para mis defendidos el tribunal acabó sin condenarlos o más tarde obtuvieron indultos.

El franquismo pretendía que el proceso de Burgos sirviera para estigmatizar a ETA y a la vez a la oposición antifranquista

Finalmente, Onaindia y los otros 5 condenados a muerte en el proceso de Burgos fueron indultados: ¿qué cree que provocó su indulto?

En el tema de Burgos, el gobierno español metió la pata al querer organizar un gran juicio con acusados de muchos casos diversos. Había la idea de que tenía que haber ejecuciones, por la presión de los cuerpos de seguridad del Estado, y por eso se pidieron penas de muerte para seis personas. Y lo hicieron a puerta abierta, porque querían un gran escarmiento público ante el incremento de las movilizaciones en Euskadi. Burgos quería ser el gran juicio contra ETA, destinado a que Europa viera el carácter criminal de la organización. El franquismo pretendía que sirviera para estigmatizar a ETA y a la vez a la oposición antifranquista.

Pero usted cree que no les salió bien…

Les salió el tiro por la culata. Los acusados aprovecharon la expectación que despertó el juicio para expresar sus motivos para estar en ETA y para explicar cómo actuaba el régimen español en Euskadi vulnerando los derechos humanos y de los pueblos. Hubo una tensión permanente entre los acusados y el presidente del Tribunal. Había una presencia masiva de prensa internacional, pero el gobierno español no pudo aprovecharla, porque no sabía cómo tratar a los periodistas. El capitán general, que designó al tribunal y que aprobó la sentencia, era un falangista, ex divisionario: un nazi declarado. Y esto se hizo demasiado evidente.

¿Hubo muchas movilizaciones en favor de los presos?

Se armó la de Dios. No sólo en España. Dieciséis gobiernos se dirigieron a Franco para que no ejecutase a los acusados, entre ellos el Vaticano. Hubo manifestaciones violentas y pacíficas en el extranjero, con asistencia masiva en Roma, en París… En Catalunya hubo el encierro de intelectuales de Montserrat, con gente de la talla de Miró, de Tàpies… Y contaban con la ayuda del abad de Montserrat, que se negó a colaborar con la Guardia Civil y la Policía Nacional e hizo unas declaraciones en Le Monde en que asumía como propio el manifiesto de los intelectuales. En Euskadi hubo una huelga generalizada y muchos incidentes… Y todo esto llevó a proclamar el Estado de excepción en toda España… Era una situación que se le hizo insostenible, al franquismo. Y las luchas internas dentro del régimen, entre falangistas y tecnócratas, hicieron el resto. Los falangistas querían que se ejecutara a alguien; los tecnócratas no eran opuestos a las ejecuciones en sí, pero las protestas ponían en peligro el boom turístico. Y en esos momentos creían, además, que el régimen necesitaba un mínimo de aceptación por parte de Europa. Por eso fueron favorables a que se conmutaran las penas.

Los acusados hicieron una demostración de firmeza, en Burgos, ¿no?

A los acusados les importaba la lucha del pueblo vasco. No les importaba morir si su lucha servía para la libertad de Euskadi. Y habían decidido aprovechar sus declaraciones en el juicio para dar eco a sus motivaciones, para después negarse a colaborar con el tribunal. Los abogados estábamos decididos a romper con el sistema, cuando los acusados quisieran, ya que ellos eran quienes decidían. Después de declarar todos los acusados y dar sus argumentos, retiraron el encargo de defensa a los abogados, y nosotros abandonamos la defensa. La experiencia acumulada nos decía que la defensa no podía hacer nada en ese marco, porque la justicia no ofrecía ningún tipo de garantías. Por eso decidimos pasar a los juicios de ruptura, en que denunciábamos que el sistema legal no tenía legitimidad.

Miguel Castells Nerín

Miguel Castells. Foto: Gustau Nerín.

Todos los jueces colaboraron con el franquismo

Los jueces que reprimieron a los demócratas durante el franquismo, ¿siguieron ejerciendo durante la democracia? ¿La transición no llegó a la justicia?

En tiempos de Franco la tortura era sistemática. En cualquier tipo de detención política, se empezaba por unos tortazos y las torturas eran continuas. Y yo cada vez que veía a un cliente con el ojo hinchado o con moratones de palizas, presentaba una denuncia al juzgado de guardia. Y no se tramitaban. En ninguna parte del Estado español había un solo juez que tramitara una denuncia por delitos de lesiones o de coacciones en casos políticos. Todos los jueces colaboraron con el franquismo. Uno de los jueces más duros de orden público era Gómez Chaparro. Y cuando se extinguieron los juzgados de orden público, que se encargaban de los casos políticos, y se creó la Audiencia Nacional, Gómez Chaparro pasó a la Audiencia Nacional. Y lo de la policía fue peor; algunos torturadores, como el comisario Ballesteros, fueron designados para altos cargos cuando llegó la democracia.

¿Usted tuvo problemas por denunciar la impunidad policial ya en plena democracia?

Siendo senador, en 1979, escribí un artículo titulado “Insultante impunidad“, en Punto y Hora, donde señalaba los casos de asesinatos por parte de cuerpos policiales o grupos parapoliciales que habían quedado impunes. En él denuncié la responsabilidad del gobierno. El Senado me levantó la inmunidad y me citaron a juicio al Tribunal Supremo (como a Francesc Homs). Yo no me defendí, sino que seguí acusando y recusé la Sala Segunda del Tribunal Supremo entera: entre sus miembros había el ex presidente del Tribunal de Orden Público, un miembro de la División Azul y uno de los máximos responsables de la censura franquista. Es paradójico que por un delito de expresión me juzgara un ex director de la censura. Pero la recusación no tiró adelante, porque afirmaron que los jueces se habían limitado a aplicar la ley vigente. La sentencia fue finalmente un año de cárcel por injurias a altos organismos de la nación. Yo me negué a pagar la fianza y el juez, que en teoría debía encarcelarme, finalmente me dio la libertad provisional. El asunto llegó, finalmente, al Tribunal de Estrasburgo, y este condenó unánimemente a España por esta sentencia.

Fue procesado en 1981 por injurias al rey por el hecho de haber cantado el Eusko Gudariak para acallar el discurso de Juan Carlos I en la Casa de Juntas de Guernica.  ¿Considera ese proceso como un ataque contra la libertad de expresión?

Yo en ese caso era a la vez cantautor y abogado defensor. Se nos condenó, pero aquí el Tribunal Constitucional nos dio la razón y anuló el juicio que había celebrado el Supremo. Y en el nuevo juicio nos absolvieron, con una sentencia muy bonita. Eso sí: el ponente que la redactó recibió unos ataques terribles en la prensa y tuvo problemas profesionales.

 Los casos de delitos con fines políticos son los más difíciles, porque lo tienes todo en contra, pero también son un desafío profesional

Hacia 1982 pasó a una segunda fila de la vida política. ¿Por qué?

Me retiré en el 1982 de la política activa. Pero seguí llevando defensas de acusados de realizar hechos de motivación política en la Audiencia Nacional, aunque esto no quiere decir que me identificase con sus objetivos. Aunque debo decir que para mí la labor más honorable de un abogado defensor es cuando defiende a gente acusada de hechos de motivación política. Yo también he defendido presos comunes, pero me siento más a gusto con la gente que ha realizado un hecho por altruismo, esté equivocada o no.  Es alguien que está pensando en llegar a una sociedad mejor; no busca un beneficio particular. Además, los casos de delitos con fines políticos son los más difíciles, porque lo tienes todo en contra: la administración de justicia te obstaculiza, los jueces a veces tienen posicionamientos que no son imparciales… Es el juicio más difícil y en cierto sentido es un desafío profesional.

¿Cuál es la situación actual del nacionalismo vasco?

En Euskadi todos los días cuando nos despertamos vamos corriendo a ver ETB para saber lo que pasa en Catalunya, que es donde se mueven las cosas y es donde se puede llegar a cualquier cosa (que no sé lo que será). Sé quiénes son las fuerzas enfrentadas en Catalunya, pero no sé cómo va a acabar este choque de trenes, porque es un diálogo de sordos. Catalunya realiza un acto político y la contestación por parte de Madrid es un acto jurídico. Y la respuesta jurídica, siempre la gana Madrid, porque no sólo tiene el árbitro, en este partido: tiene también los 22 jugadores, el balón y las dos porterías. Cada vez que hay un conflicto, Madrid gana jurídicamente pero pierde políticamente. Esto es una espiral, pero no sabemos adónde va a llegar. Yo creo que se va a inhabilitar a una serie de políticos importantes, pero esto no es un problema porque hay repuestos. Más tarde se habrá de pasar a encarcelarlos... No sé cómo se resolverá esto, pero me parece que Catalunya ha tenido respuestas políticas brillantes e ingeniosas en este conflicto.

Si Mas se  presenta para lehendakari en las próximas elecciones vascas, arrasa.

¿Cuál es la actitud del gobierno vasco ante este conflicto?

Ibarretxe recibió a Artur Mas en el Kursaal de Donosti: el acto levantó tanta expectación que las entradas se terminaron muy pronto. Creo que si Mas se  presenta para lehendakari en las próximas elecciones vascas, arrasa. Pero el lehendakari Iñigo Urkullu no le recibió. No le recibió aunque Mas haya sido president, y que sea juzgado por una actuación realizada como Molt Honorable President. Uno de los fines de los procesos políticos es acojonar, no al que estás juzgando, sino a los otros, y en parte está funcionando. Urkullu se ha distanciado de los catalanes afirmando que apuesta por la vía bilateral, pero esto no tiene ninguna viabilidad. Los catalanes han intentado la negociación desde siempre. Si están en la vía unilateral es porque ya han agotado al máximo los intentos de pacto.

Y cómo veterano militante de izquierdas, ¿cómo ve la situación política en general?

Veo la situación con esperanza, quizá porque biológicamente necesito optimismo. Hay un cambio generacional. La generación educada bajo el franquismo es incapaz de pensar por sí misma: se aferra a lo que dice la autoridad. Pero las cosas están cambiando en muchos aspectos. Nuestra sociedad es una sociedad básicamente corrupta: de la corrupción sólo ha salido la punta del iceberg. Que Pujol no declarase el dinero que tenía en el extranjero era lo más habitual, hace unos años. Cuando estudié mi carrera, en Deusto, los curas conservadores consideraban que el fraude fiscal no era pecado, los progresistas pensaban que era un pecado venial. Nada grave. Ni los inspectores de hacienda ni los jueces declaraban lo que pagaban por un piso para evitar los impuestos… Y de repente estás viendo que empiezan a cambiar las actitudes. Venimos de una sociedad en que todos hemos cometido hechos que hoy en día se consideran delito fiscal. Pero las cosas están cambiando, y se ve en el juicio del caso Nóos: las penas han sido benévolas, pero ¡que le pongan pena de cárcel al yerno del rey! Hace unos años hubiera sido impensable. Son cosas que a mí me dan esperanza. La generación nueva va a ver las cosas con otros ojos… No han vivido la represión, pero están sufriendo en carne propia unas injusticias que vienen de que no ha habido una ruptura con el franquismo. Las cosas van a continuar mejorando.