El 23 de enero se celebra San Ildefonso, en honor a Ildefonso de Toledo, arzobispo de aquella ciudad en el siglo VII. Como Ildefonso y Alfonso son una variante del mismo nombre, las personas que llevan este segundo nombre también celebran al santo el 23 de enero, aunque en el santoral hay algún San Alfonso más. En todo caso es el día que su majestad Alfonso XIII, rey de España, celebraba su onomástica. Y eso, en la católica y monárquica España de principios del siglo XX era sinónimo de día de celebración institucional de las grandes, hasta que un alcalde de Barcelona creyó que no había para tanto... y un poco más y lo fusilan, por lo menos, extraoficialmente.

Situémonos en Barcelona el 23 de enero de 1908, día de San Ildefonso. Ostenta la alcaldía provisional el republicano Albert Bastardas i Sampere (en la imagen principal, dibujado por Ramon Casas), porque el alcalde titular, Domènec Sanllehy, tenía la manía de marcharse a Madrid o ponerse enfermo cuando la corporación municipal no le reía las gracias. Hay que recordar que en aquella época en el Ayuntamiento de Barcelona había una cohabitación bastante incómoda entre los concejales, escogidos por sufragio universal -masculino-, y el alcalde, que iba acompañado de las iniciales R.O., que no quería decir otra cosa que Real Orden, o sea, que los partidos políticos del momento ya podían esforzarse en tener proyectos para liderar la ciudad, que al final, el alcalde lo nombraba al rey.

Retrato de Alfonso XIII by Julio Romero de Torres
Alfonso XIII en un retrato de 1905, tres años de los hechos de las colgaduras y todavía sin su característico bigote / Julio Romero de Torres

Esta situación incómoda provocaba que cada vez que un alcalde por R.O. tomaba posesión, y eso pasaba a menudo, se repitiera la comedia de aceptarlo como presidente del pleno municipal y al mismo tiempo se le advertía que los concejales escogidos por sufragio universal -repetimos, masculino- no se sentían representados por una persona designada a dedo por el rey. En el caso de Sanllehy, la cosa fue a peor e incluso fue sometido a una votación de censura, que hizo que perdiera el cargo, pero eso fue a finales de 1908 y por otro tema, y comportó que Bastardas se quedara como alcalde, el primero por votación popular, hasta las elecciones de 1909.

Bandera sí, colgaduras no

Pero volvemos a aquel 23 de enero de 1908. La ley obligaba a izar la bandera española en días señalados como el del santo del rey -a diferencia de hoy en día, que la ley obliga a izar la bandera española TODOS los días del año-, pero la tradición incluía poner colgaduras en la fachada. Ninguna ley lo obligaba, pero como los alcaldes por R.O. lo hacían, pues parecía imposible que en algún momento eso no se hiciera... hasta que llegó Bastardas y se limitó al cumplimiento estricto de la ley. Y basta. Por lo tanto, nada de colgaduras.

Como explica con todo lujo de detalles el historiador Alfred Pérez-Bastardas -nieto de Albert Bastardas- en el libro L'Ajuntament de Barcelona a primers de segle (1904-1909) (Ediciones 62, 1980), "el Ayuntamiento de Barcelona, bajo la presidencia accidental del republicano Albert Bastardas, se limita a izar la bandera española, sin pero colocar las colgaduras en la fachada, tal como es costumbre cuando hay alcaldes de nombramiento real". El hecho podría haberse quedado en una anécdota, pero se convirtió en un ejemplo claro de las relaciones entre Barcelona y Catalunya y el poder español radicado a Madrid y centrado en la figura del rey.

albert bastardas Archivo Nacional de Catalunya ANC
Albert Bastardas en una foto posterior, fechada en los años treinta del siglo XX / Foto: Archivo Nacional de Catalunya - Gabriel Casas i Galobardes

Hay que recordar que en aquella época, y sin muchas diferencias con la actualidad, las relaciones Catalunya-Espanya estaban marcadas por una dinámica de acción-represión, y la ley de Jurisdicciones de 1906 fue un buen ejemplo. Una pincelada solo para recordar cómo iban las cosas en aquel momento: a raíz de la publicación de un chiste en la revista satírica '¡Cu-cut'!, militares españoles asaltaron y destrozaron la redacción de la revista y también la del diario 'La Veu de Catalunya'. ¿Se castigó a los militares? Al contrario, el Gobierno promulgó la llamada ley de Jurisdicciones, no para evitar nuevos ataques de militares contra el periodismo, sino para evitar lo contrario, que los periodistas publicaran chistes, o lo que fuera que molestara a los militares, porque en caso de hacerlo, no serían juzgados por la justicia ordinaria, sino por la militar, y eso siempre son palabras mayores.

Hecha esta pequeña digresión, volvemos al 23 de enero, concretamente por la tarde, cuando la prensa vespertina de Barcelona se hace eco de la ausencia de colgaduras, aunque en el ayuntamiento se celebra una sesión ordinaria sin que el tema conste en acta. Lo que si constó fue una llamada del Gobernador Civil de Barcelona, Ángel Ossorio y Gallardo, que intentó forzar al alcalde Bastardas a poner las colgaduras, que se negó aduciendo que no había ningún acuerdo del pleno municipal para colgarlos. Pero la cosa no quedó aquí y, según el libro citado, al día siguiente Madrid ya hervía por la noticia, que aparece en sendas interpelaciones al Congreso de los Diputados y el Senado. La cosa parecía que era grave, y más si se tiene en cuenta que en el otro lado de la plaza de Sant Jaume, en la sede de la Diputación de Barcelona presidida por Enric Prat de la Riba, no habían escatimado en colgaduras.

"A este alcalde que lo fusilen"

Bastardas, más pícaro que nadie, defendió que no tenía ninguna autorización ni acuerdo del pleno municipal y, por lo tanto, no tenía capacidad para decidir poner unas colgaduras que no estaban previstas por una ley que él había acatado rigurosamente. Y oiga, si se ha acatado la ley, pero tenemos al rey fastidiado y tanto en el Congreso como en el Senado se ha discutido acaloradamente la situación, solo hay una solución posible, un decreto por la vía de urgencia para asegurar que no se repita la situación. Y es que el malestar monárquico fue tan evidente que Alfonso XIII, al enterarse de los hechos, reaccionó con esta frase: "A este alcalde que lo fusilen". Eso sí, según Pérez-Bastardas, lo habría dicho "según informaciones extraoficiales".

 

Dicho y hecho, el 26 de enero, solo cuatro días después de los hechos, el Consejo de Ministros aprobaba, cito a Pérez-Bastardas: "un decreto a fin de que nunca más pudiera reproducirse el hecho de las colgaduras o actos parecidos, contentando así a la opinión liberal y monárquica, pero dando indirectamente la razón al alcalde accidental de Barcelona, que había actuado con más picardía política y jurídica que las dos cámaras juntas y que el mismo gobierno Maura". El título del decreto era lo suficientemente claro: 'Real decreto disponiendo que en los días de Fiesta nacional ondee en todos los edificios públicos la bandera española, ostentándose colgaduras é iluminaciones'.

Y llegamos así al cabo de la calle. Una actuación del alcalde de Barcelona comportó un decreto real exprés y por la vía de urgencia que obligaba a poner colgaduras en los edificios oficiales en días de fiesta señalada. Si se quiere, hecha la trampa, hecha la ley, pero los hechos dejaron en evidencia la debilidad de la monarquía, que solo podía reaccionar con el ordeno y mando a alguien que la pasó la mano por la cara. Y que por suerte, no fue fusilado, pero seguro que no fue por falta de ganas. Recordemos, eso sí, que el Ayuntamiento de Barcelona no honró al alcalde Bastardas en el nomenclátor hasta 1994, cuando le dedicó una avenida en les Corts -dónde actualmente está la sede del RACC-, mientras que el rey que insinuó la necesidad de fusilarlo figura, junto con su madre, en la pintura que preside el salón de plenos del Ayuntamiento de Barcelona, actualmente denominado Salón XCarles Pi i Sunyer, pero hasta hace cuatro días conocido como Salón de la Reina Regente, que era la madre de Alfonso XIII.