Me sorprende ver como proliferan las alfombras de productos falsificados a plena luz del día en Barcelona. Sobre todo, me cautiva la forma como se instalan impunemente ante tiendas que venden los mismos productos de forma legal, cumpliendo un montón de leyes, reglamentos y ordenanzas municipales.

Quizás hay que decir cosas obvias. Los gestores de estas alfombras, que todos conocemos como manteros, venden productos que no pagan impuestos, no cumplen ninguna normativa fiscal, laboral ni municipal. Estos incumplimientos flagrantes motivan la estupefacción de esta ciudadana, que intenta cumplir con más 100.000 normas que, como diría aquel, "nos hemos dado entre todos" y que, si alguna vez se me ocurre incumplir alguna, apiadaos de mí.

¿Si en vez de productos falsificados, los señores de la manta condujeran un coche sin licencia de taxi o VTC, o fueran emprendedores que no pagan impuestos ni cotizan ¿cuánto tiempo tardaría en caerle encima el peso de la ley?

Emprender es asumir riesgos. En el caso de los comerciantes, si añadimos la competencia desleal que suponen los manteros, es para hacer como Groucho Marx y pedir que paren el mundo, que me bajo

Me solidarizo con todas las personas que sufren una situación precaria, naturalmente. La realidad es, sin embargo, que cuando un mantero extiende sus productos, agrede al comerciante barcelonés que invierte su dinero para ejercer su actividad dentro del marco legal que, como he dicho, "nos hemos dado entre todos": normativas dictadas por el Ayuntamiento, la Generalitat y el gobierno español regulan los metros cuadrados de un establecimiento, la altura del techo, la salubridad laboral, los horarios, las fechas de las campañas comerciales y las rebajas, impuestos y cotizaciones laborales. Si hay que cambiar la normativa, hagámoslo para todos.

Mientras la normativa no cambie, los establecimientos deben cumplirla y, si no lo hacen, que se atengan a las consecuencias: precinto del local, suspensión de la licencia, inspección de trabajo o de tributos. En resumen, el peso de la ley en forma de sanción o imposibilidad de vender.

Empezar una actividad económica, en concreto, la de una tienda, es muy difícil. De hecho, muchos emprendedores abandonan la idea antes de empezar cuando hacen una visita a un consultor y son conscientes de todo lo que tendrán que hacer e invertir para cumplir con todo los que les pide la Administración.

Así en general, emprender es asumir riesgos. No es fácil. Es evidente que hacen falta muchas motivaciones, porque el emprendedor no lo tiene todo de cara. En el caso de los tenderos, si añadimos la competencia desleal que suponen los manteros, es para hacer como Groucho Marx y pedir que paren el mundo, que bajo.

Decía al principio que estoy estupefacta. Me explico: en contraposición a todos los problemas que tiene que superar una tienda para subir la persiana, me maravilla la impunidad con que el colectivo mantero opera en espacios públicos sin que nadie les exija ninguna licencia, permiso o alta de actividad. En resumen, nulo cumplimiento de cualquier normativa.

Desde el Ayuntamiento de Barcelona no se hace nada, y el ciudadano que ve amenazado su negocio, su economía y la de sus trabajadores queda impotente

La discrecionalidad de la Administración tiene que sorprendernos e indignarnos a partes iguales, pues la conclusión inevitable de todo es que no vela por los intereses del administrado, a quien cada día se le piden más impuestos mientras se le ayuda poco o nada al arrancar un negocio. Desde el Ayuntamiento de Barcelona no se hace nada, y el ciudadano que ve amenazado su negocio, su economía y la de sus trabajadores, queda impotente.

Mientras proliferan estos puntos de venta ambulante ilegal, el comercio minorista –bastante tocado por los cambios en los hábitos de consumo– ve cómo se reducen sus ventas. Si eso pasa, el proceso es conocido por todo el mundo: reducción de ingresos, reducción de personal y, en el peor de los casos, un local con el letrero "Se alquila". Emprendedores, empresarios, trabajadores y propietarios empobrecidos por la negligencia de la administración.

¿Quizás la culpa es nuestra porque no entendemos el mensaje que nos dan desde el gobierno del Ayuntamiento?: "Barceloneses y barcelonesas, empecemos a tender mantas a la calle para vender producto falsificado y de dudosa calidad. Seamos liberales, rechacemos las normas, seamos revolucionarios".

Si esta es la Barcelona que queremos, parad que yo me bajo.

Anna Rossell es economista