La noticia parece salida de una novela gótica, pero es completamente real. Russell Davison, un ciudadano británico, decidió pasar seis noches junto al cuerpo sin vida de su esposa Wendy, quien falleció tras una larga lucha contra el cáncer cervical. Para él, lejos de ser un acto macabro, se trató de una “experiencia bonita y reconfortante” que buscaba cuestionar la forma en que la sociedad evita hablar de la muerte. El caso ha generado un intenso debate en el Reino Unido, donde las leyes locales le permitieron a Davison mantener el cuerpo en su casa, pero bajo condiciones específicas. Mientras algunos lo acusan de morboso, otros lo califican de valiente por enfrentarse a uno de los últimos grandes tabúes de Occidente.

Dormir con un cadáver: un gesto de amor o una provocación social

La historia comenzó en abril de 2017, cuando Wendy Davison falleció en su hogar de Derby tras más de una década combatiendo la enfermedad. Tenía apenas 50 años. Para su esposo, el golpe fue devastador, pero lejos de ceder a las costumbres tradicionales, tomó una decisión que desconcertó a muchos: no permitir que el cuerpo fuera trasladado a una morgue. Según explicó, deseaba que su esposa permaneciera en la habitación familiar, acompañada por él, su hijo Dylan y hasta su perro Elvis, quienes estuvieron presentes en sus últimos momentos. Dormir junto a su cadáver durante casi una semana, asegura, fue una forma de mantenerla cerca y de darle una despedida íntima y natural, alejada de las frías instalaciones de un hospital o funeraria. "No quería que acabara en una funeraria. Preferíamos cuidar de ella en la casa familiar, tenerla en nuestra habitación para poder dormir con ella", afirmó.

Una lucha contra el cáncer y contra la medicina convencional

El caso también ha despertado polémica por otra razón: la pareja decidió no someterse a los tratamientos médicos convencionales cuando a Wendy le diagnosticaron cáncer cervical en 2006. Convencidos de que la radioterapia y la quimioterapia le restarían calidad de vida, optaron por un enfoque “natural”, con terapias alternativas y viajes que marcaron la última etapa de su vida. En 2014, cuando los médicos advirtieron que le quedaban apenas seis meses, Wendy y Russell emprendieron un periplo por Europa, que él describe como “la mejor época de sus vidas”. Finalmente, en 2016, regresaron a Derby cuando los dolores se hicieron insoportables. Allí, Wendy murió sedada, en paz y rodeada de amor, según las palabras de su marido.

Para Russell, más allá de lo personal, el gesto tenía un mensaje profundo: “La muerte parece ser un tema tabú en nuestra sociedad. Nadie quiere hablar de ello”. Su acción pretendía normalizar un proceso que considera natural y que, en sus palabras, debería vivirse en familia y no en hospitales impersonales. Lo cierto es que la ley británica le dio la razón. En el Reino Unido, es legal mantener un cuerpo en casa siempre y cuando se cumplan ciertos requisitos: notificar la defunción en menos de cinco días, permitir que un profesional de funeraria o enfermería supervise la limpieza del cadáver y, si se prolonga la estancia, embalsamarlo. Davison cumplió con estas condiciones, convirtiendo su acto en un desafío moral más que legal.