Durante décadas, Joaquín Sabina ha convertido cada tropiezo vital en una canción. Pero esta vez no hubo verso posible. La Agencia Tributaria volvió a recordarle que, en España, ni la leyenda ni la poesía libran de una sanción millonaria. Y así lo admitió él mismo ante el juez con una sinceridad sorprendente: “La multa de 2,5 millones fue por ser un inútil”. No había excusas, ni giros literarios, ni dobles significados: solo la crudeza de un artista reconociendo que nunca supo manejar su dinero.
La batalla comenzó cuando Hacienda revisó los ejercicios 2008, 2009 y 2010, detectando irregularidades en la forma en que Sabina gestionó sus ingresos a través de Relatores S.L. y Ultramarinos Finos S.L.. Eran sociedades creadas, según explicó, para simplificar su contabilidad y centralizar los derechos de autor. Pero lo que para él era un sistema de orden, para la Agencia Tributaria se convirtió en la prueba de que ciertas cantidades no estaban liquidadas como correspondía.
Hacienda, contundente con Sabina
El asunto escaló tanto que acabó llegando al Tribunal Supremo, que en 2023 dejó la sentencia firme: más de 2,5 millones de euros entre deuda y sanción. Y ahí Sabina, en vez de esconderse, decidió explicarse. Confesó que jamás fue un hombre de números, que siempre delegó y que nunca imaginó que una estructura administrativa “tan sencilla” lo pondría en el centro del huracán fiscal.
A pesar del golpe, Sabina no es precisamente un artista con problemas de liquidez. Sus sociedades acumulan un patrimonio que supera los 6,7 millones, fruto de décadas de giras, discos, derechos de autor y un legado consolidado. Viviendas en Madrid y en Rota, inversiones estables y una carrera construida sin grandes lujos, pero con una rentabilidad admirable. Sin embargo, y es ahí donde Hacienda es implacable, el tamaño del patrimonio no pesa tanto como el cumplimiento exacto de la norma. Los millones no ofrecieron refugio. La sanción, inevitable, llegó para quedarse.
La reacción de Sabina y la lección que deja la sentencia
De este modo, lejos de prolongar la batalla, Sabina optó por pagar y seguir adelante. Sin dramatismos. Sin victimismo. Sin esconderse. Asumió que había gestionado mal, que no entendió ciertas obligaciones y que la responsabilidad fiscal también forma parte del oficio de vivir de lo que uno crea.
Así pues, el caso Sabina queda como una advertencia rotunda: ni la fama, ni el talento, ni los años de carrera eximen de Hacienda. Y él, con su ironía intacta, lo resume mejor que nadie: “Siempre fui un inútil para el dinero… y aun así sobreviví”.
