En el año en que Joaquín Sabina se despide de los escenarios, muchas voces cercanas al cantautor han querido rendirle homenaje. Escritores. Músicos. Amigos de toda la vida. Su mujer, Jimena Coronado. Una de sus hijas. Todos han elegido una pieza del repertorio sabinero. Una canción que los haya marcado. Que haya dejado huella. Entre ellos aparece un nombre inevitable: Joan Manuel Serrat. Amigo íntimo. Compañero de ruta. Casi un hermano artístico.
Serrat, a sus 81 años, lo ha tenido claro. Su elección es “De purísima y oro”, incluida en el disco 19 días y 500 noches (1999). Una canción dura. Un vals triste. Un relato que mira a la posguerra desde el blanco y negro emocional de un Madrid roto. Para Serrat, esta pieza no es solo una joya musical. Es una experiencia visceral.

Serra y Sabina EFE
Homenaje a Joaquín Sabina del mundo de la música
Él mismo lo explica. Dice que lo suyo con esta canción fue un flechazo. Un amor inmediato. Un impacto que vuelve a repetirse cada vez que la escucha. Confiesa que el tema lo arrastra. Lo empuja a una trampa dulce y devastadora. Lo deja sin defensas. Lo somete a un abrazo que oprime. Un abrazo que solo cede cuando llegan las lágrimas.
Serrat destaca la precisión absoluta del tema. El tempo, las imágenes, la manera en que Sabina hilvana cada verso. Todo es justo. Todo es conmovedor. Habla de “una exquisitez”, incluso cuando Sabina se permite la libertad de travestir a Manolete de purísima y oro. Una licencia poética. Un guiño cargado de intención.
Y subraya algo más: acceder a ese Madrid de los años cuarenta no es sencillo. No para quienes no vivieron ese tiempo. No para quienes carecen de contexto. Por eso, dice, la canción es todavía más valiosa. Más única. Más frágil. Una ventana que muestra un país golpeado. Un escenario donde conviven vencedores, humillados y fantasmas del pasado.
Joan Manel Serrat no puede contener las lágrimas
Serrat entiende, incluso, por qué Sabina no suele cantarla en directo. A pesar de considerarla probablemente la más bella de su repertorio. Él mismo lo explica entre bromas: “Yo sé lo que le conviene a mi carrera”. La ironía de siempre. El humor como escudo. Pero también la conciencia de que ciertas canciones duelen demasiado. Que exigen un estado emocional concreto. Que no se pueden ofrecer cada noche.

La conexión entre ambos artistas queda también reflejada en una anécdota que Sabina contó hace unos años. Sucedió en un concierto en Barcelona. Jimena, la mujer del cantautor, se dio cuenta de algo inesperado. Serrat estaba llorando mientras escuchaba “De purísima y oro”. Llorando sin disimulo. Afectado por la historia. Por la melodía. Por la verdad que destila cada verso.
Sabina lo recordó con ternura en una entrevista. Y añadió un detalle importante: nunca ha cambiado ni una palabra de esa letra. Ni una coma. Nada. Porque nació perfecta. Y porque, quizá, es también una de las pocas capaces de hacer llorar a Joan Manuel Serrat.