En el año 2000, Gervasio Deferr se convirtió en héroe nacional tras ganar una medalla de oro olímpica en los Juegos de Sídney. Cuatro años más tarde, volvió a subir a lo más alto del podio en Atenas, consagrándose como uno de los mejores gimnastas de la historia de España. Su imagen aparecía en todos los medios. Su fama repentina es comparable a la que adquirieron de la noche a la mañana personajes televisivos como David Bustamante o Rosa López, que también saltaron a la fama a principios de los 2000. Sin embargo, tras los focos y los aplausos, se escondía una historia mucho más oscura.
La primera señal de alarma llegó cuando Deferr dio positivo por cannabis en un campeonato del mundo. El impacto fue inmediato. “Mi padre me llamó para preguntarme si era cierto. Me habían sancionado. Yo era campeón olímpico y de repente todo se vino abajo. Todo el mundo me señalaba”, contó el propio Gervasio en el programa 'Lo de Évole', donde narró su descenso a los infiernos.
De tocar el cielo a descender a los infiernos por las drogas y el alcohol
Tras dejar la competición, la situación empeoró. “Me quedé sin objetivos, sin nada por lo que levantarme. Durante cuatro años estuve perdido entre alcohol y drogas. Era la única forma de callar mi cabeza”. Su adicción fue creciendo hasta el punto de aislarlo completamente de su entorno. Vivió momentos límite, como cuando su madre sufrió un infarto y él no fue capaz de estar a su lado por su estado: “Estaba ciego. No podía acompañarla”.
Su fama y sus logros quedaron en segundo plano mientras su vida se desmoronaba. Los años posteriores a su retirada fueron muy duros. “Tenía cerca a mis demonios. No sabía qué hacer con mi vida”, reconoció. Su problema no era físico, era emocional. Pasar de ser una estrella reconocida a no saber quién era lo dejó completamente desubicado.
Reconoce el error y, con terapia, consigue salir del pozo
Poco a poco, y con ayuda profesional, Gervasio Deferr empezó a salir del pozo. El motor de su recuperación fue volver al deporte, esta vez desde otro ángulo. Hoy dirige un gimnasio en el barrio de La Mina, a las afueras de Barcelona, donde trabaja con jóvenes en riesgo de exclusión social. “Ahí volví a encontrar sentido a todo. Recordé quién era. Volví a sentirme Gervi”.
Ahora, alejado de los medios, el exgimnasta vive centrado en su proyecto y en mantener su equilibrio. No reniega de su pasado, pero prefiere centrarse en su presente.